Octava de la Natividad del Señor. SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
San Ireneo de Lyon (+ hacia 202): María Virgen, Madre de Dios[1]
San Ireneo de Lyon (+ hacia 202): María Virgen, Madre de Dios[1]
San Ireneo de Lyon (+ hacia 202), textos sobre la Encarnación del Hijo de Dios[1]
Capítulo septuagésimo tercero: En esta Regla no está contenida toda la práctica de la justicia
El agua viva del Espíritu Santo
“Cristo es el cordero que permanecía mudo y que fue inmolado; éste es el que nació de María, la blanca oveja; éste es el que fue tomado de entre la grey y arrastrado al matadero, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; éste es aquel cuyos huesos no fueron quebrados sobre el madero y que en la tumba no experimentó la corrupción; éste es el que resucitó de entre los muertos y resucitó al hombre desde las profundidades del sepulcro” (Melitón de Sardes).
«Pilato plantó tres cruces sobre el Gólgota, dos para los ladrones y una para el dador de la vida. El Hades vio las cruces y dijo: “¿Quién me ha incrustado un clavo en mi corazón? Una lanza de madera me ha atravesado, y me han obligado a expulsar a Adán y a los nacidos de él, quienes, por medio de un árbol, me habían sido dados. Un árbol los hace entrar de nuevo en el paraíso”.
Dichosa eres, Virgen María, que llevaste en tu seno al Creador del universo. Engendraste al que te creó y permaneces virgen para siempre.
Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.
No hay alabanza digna de ti, oh santa e inmaculada virginidad. Porque en tu seno has llevado al que ni el cielo puede contener.
«Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4,4), vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba “sometido” a sus padres y que “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,51-52).
“Nadie entre las criaturas podía sanar nuestra gran herida, sino solo la bondad de Dios, su Unigénito, a quien Él envió como salvación del mundo entero. Él es el gran sanador, que es capaz de curar esta gran herida. En su benevolencia, y por la salvación de todos nosotros, el Padre de la creación no perdonó a su Hijo único, sino que lo entregó por nuestros pecados. Él fue humillado por nuestras iniquidades y por sus llagas hemos sido curados.
Gregorio Magno, Diálogos, Libro II, Capítulo 17