JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VII, capítulos 29-31)

Capítulo 29. Objeción: ¿por qué aquellos que han sido vejados por los espíritus inmundos son excluidos de la comunión del Señor?

Germán: “¿Y cómo [los que han sido poseídos por espíritus inmundos] no solo son despreciados por todos y causan horror, sino que también en nuestras provincias son excluidos a perpetuidad de la comunión del Señor, según aquella sentencia del Evangelio: ‘No den lo santo a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos’ (Mt 7,6), cuando, en cambio, tú has dicho que habría que pensar que esta humillación les fue infligida para obtener su purificación y para su provecho?”.

 

Capítulo 30. Respuesta a la cuestión planteada

Por boca de abba Sereno, Juan Casiano defiende la necesidad de dar la comunión a quienes están siendo fuertemente hostigados por los espíritus malignos.

La necesidad de recibir la sagrada comunión, a pesar de nuestra indignidad, la sostiene Casiano en la Conferencia vigésimo tercera:

“No obstante, aunque tengamos conciencia de ser pecadores, no por eso debemos privarnos de la comunión del Señor. Al contrario, tenemos que ir a recibirla con más avidez, para encontrar en ella la santidad del alma y la pureza del espíritu. Si bien tenemos que alimentar sentimientos de humildad y de fe, juzgándonos indignos de gracia semejante, y buscando únicamente el remedio para nuestras heridas.

Si esperamos a ser dignos no comulgaremos ni una vez al año. La comunión anual es una práctica muy extendida entre aquellos que viven en el monasterio. Se forjan una idea tal de la dignidad, de la santidad, de la grandeza de los divinos misterios, que en su opinión no debe acercarse a ellos sino el que sea santo y sin tacha, y no para que con su participación lleguemos a ser más santos y puros. Creen de este modo anular toda presunción de arrogancia, pero en realidad, caen en otra mayor, porque cuando comulgante creen dignos de la comunión. Mucho más razonable es recibir los sagrados misterios cada domingo como remedio a nuestras dolencias, con humilde corazón, creyendo y confesando que no merecemos tamaño beneficio”[1].

Los tres nombres de monjes citados en estos capítulos: Pablo, Moisés y Andrónico, aunque no tengamos noticias ciertas sobre su identidad, nos están señalando un hecho: en los desiertos egipcios no faltaban casos muy extraños, cuasi “patológicos”[2], que exigían ser atendidos con misericordia.

 

Compartir los sufrimientos con quienes están siendo fuertemente probados

30.1. Sereno: «Si tuviéramos este conocimiento, como he dicho antes, esta fe, al extremo de creer incluso que todas las cosas han sido dispuestas por Dios para el bien de las almas, no solamente no despreciaríamos a aquellos, sino que rezaríamos incesantemente, como si fueran nuestros miembros, y sufriríamos con ellos desde lo profundo de nuestras entrañas y con todo nuestro corazón, porque “cuando un miembro sufre, todos los miembros sufren con él” (1 Co 12,26), sabiendo que no podremos obtener la perfección sin estos miembros nuestros, como hemos leído sobre cuantos nos han precedido, que no fueron capaces de alcanzar la plenitud de la promesa de Dios. Y así, en efecto, se pronuncia el Apóstol sobre aquellos: “Todos estos que han sido probados por el testimonio de la fe, no recibieron la recompensa, pues Dios había dispuesto para nosotros algo mejor, que no se puede consumar sin nosotros” (Hb 11,39-40).

 

La santa comunión destruye el espíritu maligno

30.2. Pero no me parece que alguna vez la sacrosanta comunión haya estado prohibida; al contrario, se piensa que, cuando sea posible, ésta se suministre cada día. Y según la sentencia del Evangelio: “No den lo santo a los perros” (Mt 7,6), que ustedes interpretan de forma poco conveniente, no se debe creer que la sacrosanta comunión se convierta en alimento de los demonios, cuando más bien ella deviene purificación y protección para el cuerpo y el alma. Cuando es recibida por un ser humano ella abrasa, como un incendio el espíritu que ocupa sus miembros y que intenta esconderse, y éste huye.

 

El ser humano privado de la santa comunión estará indefenso ante los espíritus impuros

30.3. Y así, como lo hemos visto recientemente, fue curado también abba Andrónico, y como él otros muchos. En efecto, tanto más insultará el enemigo a quien está poseído, viéndolo privado de su medicina celestial, cuanto piense que ha sido privado de su remedio espiritual, y más rabiosa y obsesivamente lo tentará.

 

Capítulo 31. Sobre el hecho de que aquellos que no merecen ser sometidos a estas pruebas temporales son todavía más desdichados

El carácter medicinal de las pruebas que padecemos en el tiempo presente debe ser asumido por quienes reciben este fármaco. De lo contrario, el remedio se torna ineficaz e incluso puede producir un efecto contrario.

La reprensión, por otra parte, del superior debe ser la de “un padre y médico hacia su hijo enfermo; sobre todo cuando prevé que la curación tendrá un carácter doloroso y severo”. En tanto que la actitud de quien recibe la corrección tiene que manifestarse como “la de un hijo enfermo hacia el padre y médico solícito por su vida. Aun cuando éste ofrezca algo doloroso o amargo para curar al hijo, sepa ciertamente el hijo que ni el padre puede descuidar en algo la salud de su hijo, ni el médico puede equivocarse”[3].

 

No ocultar el propio pecado

31.1. Verdaderamente, deben ser considerados mezquinos y miserables aquellos que, cuando se manchan con toda clase de crímenes e infamias, no solo no muestran ningún signo tangible de la posesión diabólica, sino que ni siquiera se les infiere una prueba proporcionada a las acciones o un flagelo de corrección. Pues no merecen la rápida y veloz medicina del tiempo presente: su dureza y su corazón impenitente sobrepasan el castigo de la vida presente y “acumulan para sí mismos la ira y la indignación en el día de la de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios” (Rm 2,5), día en el cual “su gusano no morirá y su fuego no se extinguirá” (Is 66,24).

 

Recibamos nuestro castigo en el tiempo presente

31.2. El profeta como ansioso por las aflicciones de los santos, viendo que ellos están sometidos a varias tribulaciones y pruebas, mientras que los pecadores no solo atraviesan este mundo sin ningún flagelo humillante, sino que también gozan de abundantes riquezas y de gran prosperidad en todas sus cosas, inflamado de un insoportable celo y del fervor de su espíritu exclama: Mis pies casi tropiezan; faltó poco para que mis pasos resbalaran, porque he envidiado a los injustos viendo la paz de los pecadores; pues no temen su muerte, ni permanecen en sus sufrimientos[4]. No comparten los trabajos de los hombres, y no experimentan las tribulaciones como los demás hombres” (Sal 72 [73],2-5). Esto significa que quienes no merecieron, en el tiempo presente, compartir la suerte del castigo y la disciplina de los hijos con los seres humanos, serán castigados, en el futuro, junto con los demonios.

 

El testimonio del profeta Jeremías

31.3. También Jeremías cuando disputaba con Dios sobre la prosperidad de los impíos, aunque manifiesta no dudar respecto de la justicia del Señor, dice: “Sin duda tú eres justo[5], Señor, si discuto contigo” (Jr 12,1 LXX); sin embargo, inquiriendo la razón de tamaña desigualdad, agrega y dice: “Ahora bien, te diré algo justo: ¿Por qué el camino de los impíos prospera y les va bien a todos aquellos que prevarican y obran inicuamente? Los has plantado y ellos han echado raíces, han prosperado y han dado fruto. Tú estás cerca de su boca y lejos de sus entrañas[6]” (Jr 12,1-2).

 

Testimonios de los profetas Jeremías e Isaías sobre la enfermedad incurable

31.4. El Señor, hablando por medio del profeta, lamenta la ruina de ellos, envía solícitamente médicos y maestros para curarlos, y en cierto modo los induce al llanto con gemidos, diciendo: “Babilonia ha caído rápidamente, y ha sido destruida. Eleven lamentos sobre ella, tomen el bálsamo para su dolor, a ver si puede ser sanada” (Jr 51,8)[7]. Los ángeles, a quienes ha sido confiada la responsabilidad de la salvación de los seres humanos, responden con desesperación, y ciertamente así responde el profeta, hablando en nombre de los apóstoles, de los hombres espirituales y de los doctores[8], que ven la dureza de sus mentes y el corazón impenitente.

31.5. “Hemos curado a Babilonia, pero no ha sanado; dejémosla y vayamos cada uno a su propia tierra puesto que su juicio ha llegado hasta el cielo y se ha elevado hasta las nubes” (Jr 51,9). Sobre esta incurable enfermedad habla, en efecto, Isaías, en nombre de Dios, dirigiéndose a Jerusalén: “Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en ella ninguna parte sana: llagas, magulladuras y heridas abiertas no han sido vendadas ni curadas con medicina, ni ungidas con aceite” (Is 1,6).


[1] Conf. XXIII,21.1-2; trad. en: Juan Casiano. Colaciones (vol. II), Madrid, Eds. Rialp 32019, pp. 176-177.

[2] Así los denomina de Vogüé, p. 238.

[3] San Basilio, Cuestiones 23 y 24 (versión latina de Rufino); trad. en: San Basilio de Cesarea. Cuestiones sobre la vida monástica cristiana (“Instituta” – Regla), Munro, Eds. Surco Digital, 2022, pp. 137-138.

[4] Lit.: “no hay respeto en la muerte de ellos ni firmeza en sus sufrimientos”.

[5] Lit.: “tú serás justo”, es decir, tendrás razón.

[6] Lit.: “riñones”.

[7] En la versión de la LXX: cap. 28,8.

[8] O: maestros.