JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia IX, capítulos 7-14)

Capítulo 7. Pregunta sobre por qué hay mayor dificultad en custodiar los pensamientos buenos que engendrarlos

 

Inconstancia en nosotros de los pensamientos espirituales

7.1. Germán: «Si solo pudiéramos poseer para siempre los brotes de los pensamientos espirituales, del mismo modo y con idéntica facilidad con que los acogemos en nuestra mente. Puesto que, apenas los hemos concebido en nuestro corazón a través del recuerdo de las Escrituras o por la memoria de alguna acción espiritual o, ciertamente, a través de la contemplación de los misterios celestiales, ellos desaparecen muy rápido, escapando de un modo casi imperceptible.

 

La volatilidad de nuestros pensamientos

7.2. Y cuando nuestra mente encuentra cualquier ocasión para los pensamientos espirituales, otros comienzan a insinuarse e incluso aquellos mismos pensamientos que se habían fijado rápidamente, desaparecen; de modo que el ánimo, no teniendo una constancia propia ni disponiendo de firmeza a propósito de los santos pensamientos, también cuando parece que de un modo u otro los posee, retiene que esto lo ha logrado no merced a su esfuerzo, sino de un modo fortuito. ¿De qué modo entonces se retiene que su nacimiento se debe adscribir a nuestra voluntad cuando después la perseverancia en ellos no depende de nosotros?

 

“La cualidad” de la oración

7.3. Pero para que, tratando este argumento, no nos alejemos después del tema propuesto sobre la naturaleza de la oración, dejemos de lado por el momento la cuestión recién planteada. Ahora queremos ser informados a propósito del carácter de la oración, desde el momento en que el Apóstol nos exhorta a no interrumpir la oración cuando dice: “Oren sin cesar” (1 Ts 5,17).

 

La meta: la perfecta oración

7.4. Por tanto, deseamos ser instruidos principalmente a propósito de su cualidad, es decir, qué tipo de oración debe preferirse, cómo podemos poseerla verdaderamente y cómo podemos practicarla sin interrupción. La experiencia cotidiana y la conferencia de tu santidad, nos han definido que el fin del monje y el culmen de toda perfección consisten en la perfecta oración, muestran que esto no puede ser obtenido con pequeños esfuerzos del corazón».

 

Capítulo 8. Respuesta sobre las diversas cualidades de la oración

 

Diversas clases de oración

8.1. Isaac: «Considero que no es posible abarcar todos los tipos de oración sin una gran pureza de corazón y del alma, y sin la iluminación del Espíritu Santo. Porque son tantos cuantos son también aquellos estados y aquellas cualidades que pueden ser engendrados en una sola alma, es más, en todas las almas.

 

Dificultad del tema a tratar

8.2. Por esto, si bien sabemos que, por la ineptitud de nuestro corazón, no estamos en grado de individuar todas las especies de oración, sin embargo, en cuanto la mediocridad de nuestra experiencia lo consentirá, intentaremos de todas formas tratar este tema. En efecto, según el grado de pureza, hacia la cual toda alma tiende, y según la cualidad de la condición a la que se inclina o bien por los acontecimientos, o bien por su propia laboriosidad, las oraciones cambian en cada momento. Y por lo tanto es muy evidente cómo nadie pueda proferir oraciones siempre iguales.

 

Nuestra oración va de la mano con nuestras vivencias cotidianas

8.3. Porque uno reza de una forma cuando está feliz y de otra cuando está aplastado por el peso de la tristeza o de la desesperación; de un modo cuando está gozando de éxitos espirituales y de otro cuando está deprimido por causa de numerosos ataques; de una forma cuando pide perdón por los pecados y de otra cuando debe pedir una gracia o alguna virtud, o reza para obtener la extinción de un vicio; de una forma cuando es probado por la consideración de la Gehenna y el temor del juicio futuro y de otra cuando está inflamado por la esperanza y el deseo de los bienes futuros; de un modo cuando se encuentra en la necesidad y el peligro, y de otra cuando está seguro y sereno; de una forma cuando está iluminado por la revelación de los misterios celestiales, y de otra cuando se ve obligado por la falta de virtud y la aridez del pensamiento.

 

Capítulo 9. Sobre las cuatro formas de oración

En su Tratado sobre la oración Orígenes nos ofrece un desarrollo que precede al de Casiano y que, muy probablemente, tuvo influencia en la exposición de abba Isaac.

«El Apóstol, en su Primera Carta a Timoteo, expresa con cuatro palabras las cuatro ideas directamente relacionadas con la oración, será provechoso proponer el tema y ver si debidamente comprendemos los cuatro términos en el sentido que el los entendió. El texto dice así: “Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, adoraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres” (1 Tm 2,1). Entiendo por peticiones súplicas encaminadas a conseguir algo que nos hace falta. Adoración es algo más noble; es alabar a Dios por sus prodigios. Súplica consiste en dirigirse con cierta confianza o atrevimiento a Dios pidiéndole algo. Acción de gracias es reconocer orando los beneficios recibidos de Dios, sea por grandes y notorios favores o los que conoce solamente quien los ha recibido.

Corresponden a la noción primera de la oración-petición los siguientes ejemplos: la palabra de Gabriel a Zacarías, cuando éste pedía el nacimiento de Juan. Así dice el texto: “No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan” (Lc 1,13) Otro, tomado del Éxodo, cuando hicieron el becerro de oro: “Moisés trató de aplacar al Señor, su Dios, diciendo: ¿Por qué, Señor, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, al que tu sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y mano fuerte?” (Ex 32,11). En el Deuteronomio: “Luego me postré ante el Señor; como la otra vez, estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber por el pecado que habían cometido” (Dt 9,18). Del libro de Ester: “Mardoqueo oró al Señor haciendo memoria de todas sus obras y dijo: Oh, Señor, Señor, rey que gobierna todo el universo”. Y luego Ester: “Oró al Señor, Dios de Israel, y dijo: ¡Oh, Señor, rey nuestro!” (Est 13,89; 14,3 LXX).

A la segunda clase, oración-adoración, corresponden los siguientes ejemplos: En Daniel, “Azarías, de pie en medio del fuego tomó la palabra y oró así: Bendito seas, Señor”, etc. (Dn 3,24). En Tobías: “Anegada mi alma en tristeza, suspirando y llorando comencé a orar con gemidos: Tú eres justo, Señor, y justas son todas tus obras. Misericordia y verdad son tus caminos. Tú eres el juez del universo” (Tb 3,12). Como los de la circuncisión han puesto un velo sobre este pasaje de Daniel por no hallarse en el texto hebreo, y porque rechazan el libro de Tobías por no hallarse en el Antiguo Testamento, aduciré el pasaje sobre Ana en el primer libro de Samuel: “Estaba ella llena de amargura y oró al Señor llorando sin consuelo, e hizo este voto: ¡Oh Señor Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí”, etc. (1 S 1,10-11). Luego en Habacuc: “Señor, he oído tu fama, tu obra venero. Señor. En medio de los años hazla revivir, en medio de los años dala a conocer, aun en la ira acuérdate de tener compasión” (Ha 3,2). Definir esta oración es más claro porque lleva unida la alabanza en aquel que ora. También en Jonás: “Jonás oró al Señor, su Dios, desde el vientre del pez diciendo: Desde mi angustia clamé al Señor y él me respondió; desde el seno del seol y grité y tú oíste mi voz. Me habías arrojado en lo más hondo, en el corazón del mar; una corriente me cercaba” (Jon 2,1-3).

Los siguientes son ejemplos de la tercera clase de oración llamada súplica. En los escritos del Apóstol se atribuye con acierto la adoración y la oración de súplica al Espíritu Santo, porque es mejor y de mayor influencia ante aquel a quien el Espíritu suplica. “Pues nosotros no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu y que su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm 8,26-27). Porque el Espíritu “intercede de modo especial” mientras oramos. Me parece que es una súplica de intercesión lo que Josué dice sobre el sol que se paró en Gabaón: “El día que el Señor entregó al amorreo en manos de los israelitas, Josué se dirigió al Señor diciendo: Detente, sol, en Gabaón y tú, luna, en el valle de Ayyalón” (Jos 10,12). Pienso que Sansón (Jc 16,30) hizo una oración de súplica cuando gritó: “Muera yo con los filisteos! Apretó con todas sus fuerzas y la casa se derrumbó sobre los tiranos y sobre toda la gente allí reunida”. Aun cuando no esté escrito que Josué y Sansón intercedieron, sino que “dijeron” sus palabras, son de intercesión, distinta de la adoración. Fijémonos en sus palabras. Ejemplo de acción de gracias son las palabras del Señor cuando dice: “Yo te bendigo. Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25; Lc 10,21). “Te bendigo”, en este caso, es sinónimo de “te doy gracias”»[1].

 

Cuatro formas de orar

9.1. Por consiguiente, una vez ordenadas estas cosas respecto a los diversos tipos de oración -aunque no en cuanto la amplitud de la materia lo exige, sino solo en cuanto lo permite el poco tiempo e indudablemente en la medida que la pobreza de nuestro ingenio y nuestro obtuso corazón están en grado de aferrar-, nos queda todavía una dificultad muy grande: debemos tratar uno por uno las diversas clases de oración que el Apóstol ha distinguido en cuatro categorías diciendo: “Recomiendo ante todo que se hagan súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias” (1 Tm 2,1). Es indudable que esta distinción fue hecha por el Apóstol no casualmente.

 

¿Cuál es el orden de las diversas clases de oraciones?

9.2. En primer término, tenemos que comprender qué entiende el Apóstol por súplica, qué [comprende] por oración, por intercesión y acción de gracias. A continuación, del mismo modo, se debe indagar si estas cuatro clases de oración se deben ofrecer contemporáneamente, es decir, si es posible asociarlas en una única súplica, o si hay que ofrecerlas una después de otra, individualmente; por ejemplo, si en un determinado momento se deben presentar a Dios las súplicas, en otro las oraciones, en otro las intercesiones y acciones de gracias, o bien según el nivel de madurez hacia el cual cada una de las mentes está procediendo en virtud del propio esfuerzo.

 

Capítulo 10. Sobre que el orden de estas cuatro formas se constituye en base a la cualidad de la oración

 

10. Por tanto, en primer lugar hay que tratar sobre las propiedades de los nombres y de los términos, y analizar qué diferencia existe entre oración, súplica e intercesión; en segundo lugar, es necesario indagar del mismo modo si deben presentarse una por una o todas juntas; en tercer lugar, será necesario comprender si también el mismo orden dispuesto por la autoridad del Apóstol tiene implicaciones más profundas para quien escucha, o si esta distinción se debe aceptar simplemente, considerándola como ofrecida por él sin establecer diferencias. Esto último me parece un poco absurdo. No se debe, en efecto, creer que el Espíritu Santo haya dicho algo, por medio del Apóstol, con ligereza y sin motivo. En consecuencia, nosotros trataremos cada parte singularmente, con el mismo orden con el que hemos comenzado, en la medida que el Señor nos conceda [poder] hacerlo.

 

Capítulo 11. Sobre la súplica

 

11. “Recomiendo ante todo que se hagan súplicas” (1 Tm 2,1). La súplica es una imploración o una petición por los pecados, por medio de la cual una persona compungida pide perdón por sus faltas presentes o pasadas.

 

Capítulo 12. Sobre la oración

 

Cumplir lo que pedimos en la oración

12.1. Las oraciones son nuestras ofrendas a Dios con las que le ofrecemos votos, y que en griego se llaman euche, es decir voto. Por tanto, donde en griego se dice: “Tas euches moy to Kyrio apodoso”, en latín se lee: “Yo cumpliré mis votos al Señor” (Sal 115 [116],4[14]), que según la propiedad del término puede también ser traducido así: “Yo cumpliré mis oraciones al Señor”. Y esto es lo que le hemos en el Eclesiastés: “Si haces un voto a Dios, no tardes en cumplirlo” (Qo 5,3); estas palabras están escritas del mismo modo en griego: “Ean euze eychen to Kyriou”; es decir: si haces una oración al señor, no tardes en cumplirla.

 

Coherencia de vida

12.2. Esto será realizado por cada uno de nosotros de la siguiente manera. Oramos cuando renunciamos a este mundo y prometemos que, una vez muertos a todas las acciones y al género de vida del mundo, serviremos al Señor con toda la dedicación del corazón. Nosotros oramos cuando, después de haber despreciado los honores del mundo y del siglo y, refutando con desprecio las riquezas terrenas, estamos listos para unirnos al Señor con una total contricción del corazón y pobreza de espíritu. Nosotros oramos cuando prometemos mantener para siempre la más pura castidad del cuerpo y una inalterable paciencia, y cuando también hacemos voto de extirpar de nuestro corazón la raíz de la ira y de la tristeza, que causan la muerte. Si nosotros, debilitados por la pereza y retornando a los antiguos vicios, no hacemos estas cosas, seremos culpables por no haber mantenido nuestras promesas y nuestros votos; y se dirá de nosotros: “Es mejor no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos” (Qo 5,4). En griego, esto se puede decir así: “Es mejor para ti no orar, que orar y no cumplir” (Qo 5,4 LXX).

 

Capítulo 13. Sobre la intercesión

 

En tercer lugar, están las intercesiones, aquellas que acostumbramos hacer también por los otros cuando nuestros espíritus son fervientes, ya sea teniendo presentes a nuestros seres queridos, ya sea por la paz de todo el mundo, suplicando, para usar las palabras del santo Apóstol, “por todos los hombres, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad[2]” (1 Tm 2,1-2).

 

Capítulo 14. Sobre la acción de gracias

 

En cuánto lugar, están las acciones de gracias, las que la mente, cuando recuerda los beneficios recibidos de Dios en el pasado o contempla los beneficios presentes o imagina cuántas grandes cosas Dios ha preparado para los que lo aman, dirige al Señor saliendo fuera de sí de manera inefable. Con esta misma intensidad, a veces se expresan oraciones más abundantes, cuando nuestro espíritu, contempla con ojos purísimos los premios reservados a los santos en la vida en futura, y se siente movido a derramar agradecimientos inefables a Dios con inmensa alegría.

 


[1] Orígenes, Tratado sobre la oración, 14,2-5.

[2] … Qui in sublimitate sunt” (los que están en lo sublime).