Inicio » Node » Cuadernos Monásticos Nº 128

Editorial

La Misericordia del Padre

Retablo de la Trinidad. Iglesia de Saint-Omer. Francia. Siglo XV

Esta magnífica obra de arte cristiana, conservada actualmente, en el Museo del Louvre, es más que una una representación del amor misericordioso del Padre, de su compasión, es una invitación a experimentar en nuestras vidas los dones infinitos de su amor. El retablo ilustra de forma admirable la oración que Juan Pablo II nos propone para este último año de preparación al gran Jubileo del 2000.

Dios Padre aparece coronado, sosteniendo y presentando el cuerpo de Cristo, como si hubiera estado presente en el momento del descenso de la cruz. La mirada del Padre parece tomar como testigo al espectador, al que contempla el retablo: miren con qué amor los amo, les entrego mi Hijo. Éste está, al mismo tiempo, muerto (la herida de su costado) y vivo (con su mano abre esa misma herida y su frente está surcada por arrugas de dolor)[1].

 

Oración del Santo Padre Juan Pablo II para el tercer año de preparación del Gran Jubileo del Año 2000

 

DIOS, CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA,

PADRE DE JESÚS Y PADRE NUESTRO

Bendito seas Señor, Padre que estás en el cielo, porque en tu infinita misericordia te has inclinado sobre la miseria del hombre y nos has dado a Jesús, tu Hijo, nacido de mujer, nuestro salvador y amigo, hermano y redentor. Gracias, Padre bueno, por el don del Año jubilar; haz que sea un tiempo favorable, el año del gran retorno a la casa paterna, donde Tú, lleno de amor, esperas a tus hijos descarriados para darles el abrazo del perdón y sentarlos a tu mesa, vestidos con el traje de fiesta.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre clemente, que en el Año Santo se fortalezca nuestro amor a ti y al prójimo: que los discípulos de Cristo promuevan la justicia y la paz; se anuncie a los pobres la Buena Nueva y que la Madre Iglesia haga sentir su amor de predilección a los pequeños y marginados.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre justo, que el gran Jubileo sea una ocasión propicia para que todos los católicos descubran el gozo de vivir en la escucha de tu palabra, abandonándose a tu voluntad; que experimenten el valor de la comunión fraterna partiendo juntos el pan y alabándote con himnos y cánticos espirituales.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre, rico en misericordia, que el santo Jubileo sea un tiempo de apertura, de diálogo y de encuentro con todos los que creen en Cristo y con los miembros de otras religiones:

en tu inmenso amor, muestra generosamente tu misericordia con todos.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre omnipotente, haz que todos tus hijos sientan que en su caminar hacia ti, meta última del hombre, los acompaña bondadosa la Virgen María, icono del amor puro, elegida por ti para ser Madre de Cristo y de la Iglesia.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

A ti, Padre de la vida, principio sin principio, suma bondad y eterna luz, con el Hijo y el Espíritu, honor y gloria, alabanza y gratitud por los siglos sin fin. Amén.

Juan Pablo II

 

EDITORIAL

 

Iniciamos el año que marca el fin de nuestro siglo, y también el final de un milenio, preparándonos también nosotros a la celebración del gran Jubileo del año 2000. Para entrar desde ya “en clima”, como suele decirse, nada mejor que una representación (una lámina) que nos haga entender -con fuerza- lo que vamos a celebrar: el amor, la misericordia, de Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- hacia su criatura.

Este primer número de Cuadernos Monásticos quiere ofrecer un “programa de vida”, monástica y cristiana. Como un itinerario a recorrer si realmente deseamos renovarnos y aceptar los desafíos que nos propone la historia, nuestra historia, de este fin de milenio.

Primero, abrir los ojos y ver lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Es lo que nos propone la conferencia del P. Simón Pedro Arnold, osb. Una mirada lúcida, sincera y valiente sobre lo positivo y sobre lo negativo de la hora presente. Una mirada humana, pero que desde la fe pascual nos señala el camino a seguir si queremos llegar a la meta.

Segundo, dejar que la Palabra de Dios ilumine nuestras vidas. La Palabra que resuena en la Iglesia, en las comunidades eclesiales, en nuestro corazón. Es lo que nos invita a hacer el P. Guillermo Allendc, osb, partiendo de una relectura de los documentos del Vaticano II, especialmente Dei Verbum y Sacrosanctum Concilium. Necesitamos que la Palabra de Dios ilumine nuestros pasos.

El P. Evangelista Vilanova, osb, nos obsequia un ejemplo concreto de esa lectura-escucha de la Palabra. La lectio divina la vamos realizando en el día tras día, y de ella sacamos la fuerza para vivir esta historia presente con renovada fe pascual a la luz de la Palabra.

La verdadera lectio divina está siempre abierta a la oración, a la contemplación. El estupendo artículo de Ysabel de Andia nos ayuda a vencer la tentación de una lectura de la Palabra “utilitaria”; y nos recuerda que el Señor nos invita permanentemente a unirnos más a Él, a permanecer disponibles, receptivos, a sus dones. En medio de las vicisitudes de este mundo no olvidemos la oración y la contemplación.

Así lo afirma la Escritura: “El que cree en él, no quedará confundido”. Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan. Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero, ¿como invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: “¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!”. Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: “Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación?”. La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo (Rm 10,11-17). Este magnífico texto de san Pablo nos exhorta a tener presente nuestra misión de ser “apóstoles”, cualquiera sea el camino, el carisma, por el que sigamos a Cristo. Es una exigencia ineludible, especialmente en este fin de milenio, valga la repetición. Y brota de las recién enumeradas realidades de nuestra vida cristiana y monástica. Para animarnos a aceptar este “desafío” hemos “invitado” a la sección Fuentes a san Patricio. Es él quien nos dice:

Según la medida de mi fe (cf. Rm 12,3) en la Trinidad, debo confesar sin tomar en cuenta el peligro, y proclamar el don de Dios y su consolación eterna (2 Ts 2,16), y difundir sin temor, sino con confianza, el nombre de Dios en todo lugar, a fin de que, aún después de mi muerte, deje una herencia a mis hermanos y a mis hijos, y a tantos millares de hombres a quienes he bautizado en el Señor” (Confessio 14).

 

Cuadernos Monásticos en Internet

http://home.overnet.com.ar/cuadmon

 


[1] Cfr. Jacques SCHIOSSER, Qui est le Dieu de Jésus?, en Le monde de la Bible nº 110 (1998), pp. 71-75 (las explicaciones de las ilustraciones, en ese art., pertenecen a F. BOESPFLUG).

 

SUMARIO

Editorial

La vida monástica de cara al tercer milenio

“El cambio de época urge a la vida religiosa y, particularmente a los monjes, a que reanuden su vocación de frontera. Nuestra identidad original no está, a pesar de las apariencias, ligada al servicio del aparato institucional sino al encuentro con el otro, al diálogo con el extraño donde estamos acostumbrados a reconocer intuitivamente la interpelación divina”.

Artículo

Una nueva eclesiología movida por una profunda conciencia de comunión, de consagración, de misión. Una Iglesia que celebra la palabra

«Acoger la palabra profética del Vaticano II, tomando como punto de partida una actitud positiva de ser constructores del “misterio” de la Iglesia, a la luz de las constituciones Dei Verbum y Sacrosanctum Concilium».

Artículo

Frutos de la “lectio divina” : la llamada al destierro del corazón

“Lo que deja en suspenso a la vida,... es el Señor mismo,... que fija su rostro en aquel que lo ha intuido en la perseverante y penetrante lectio divina”.

Artículo

Hesychia y contemplación en Isaac el Sirio

En este artículo la Autora nos conduce «de la contemplación a la acción, de la oración pura a la oración espiritual, a ese más allá de la oración que se llama éxtasis... No se trata de definiciones escolares, sino de una experiencia vivida cuya última palabra es la bienaventuranza de la ignorancia. Isaac mismo nos indica estos pasos “al límite” como la entrada en el silencio que es la lengua del siglo por venir».

Artículo

"Libro de las Cartas"

Paola CORTI BADÍA - Primera Parte: La conversión de san Patricio de Irlanda

Fernando RIVAS, OSB - Segunda Parte: Traducción del texto del Libro de las Cartas de san Patricio, obispo

Fuente

Recensiones - Libros recibidos

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