Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VII, capítulos 14-20)

Capítulo 14. Objeción: ¿en qué grado se debe considerar que los demonios. pueden conocer los pensamientos de los seres humanos?

14. Germán: «Por esta razón que has aducido, estos espíritus no pueden ver nuestros pensamientos. Nosotros creemos que esto es completamente absurdo, porque la Escritura dice: “Si el espíritu de quien tiene el poder se eleva contra ti” (Qo 10,4); y de nuevo: “Cuando el diablo puso en el corazón de Simón Iscariote traicionar al Señor” (Jn 13,2). ¿Quién, por tanto, puede creer que nuestros pensamientos no les sean manifiestos, cuando vemos que su origen proviene de sus sugestiones e instigaciones?».

 

Capítulo 15. Respuesta: lo que pueden y no pueden los demonios en relación a los pensamientos de los seres humanos

Nuevamente es la Vita Antonii la que nos ofrece textos muy iluminadores para comprender las enseñanzas de abba Sereno.

“Los demonios pueden entrar por puertas cerradas, y se encuentran en el aire por todas partes, ellos y su jefe, el diablo. Son malvados y están dispuestos a hacer daño, como dijo el Salvador: Desde el principio es homicida, el padre de la malicia, el diablo[1]. Pero nosotros ahora vivimos y nuestra vida se dirige cada vez más contra él, está claro que ellos no tienen poder. Porque ningún lugar les impide maquinar contra nosotros, ni nos ven como amigos suyos para perdonarnos, ni aman el bien como para corregirse. Al contrario, son muy malvados, y nada les preocupa más que dañar a los que aman la virtud y honran a Dios”[2].

“Los demonios, en efecto, no saben nada por sí mismos, sino que, como ladrones, dan a conocer lo que han visto en otros; y más bien conjeturan los hechos más que conocerlos de antemano. Por eso, aunque algunas veces digan la verdad, nadie debe admirarlos. También los médicos que tienen la experiencia de las enfermedades, cuando ven en otros la misma enfermedad, con frecuencia, basándose en la experiencia, dan un pronóstico”[3].

“Los demonios si nos encuentran acobardados e inquietos, de inmediato como ladrones que encuentran el lugar abandonado, nos atacan y acrecientan los pensamientos que ya teníamos. Si nos ven temerosos y pusilánimes, aumentan nuestro temor con fantasías y amenazas, y así el alma desdichada es atormentada por éstas”[4].

 

Los demonios no pueden examinar lo que está en nuestro interior

15.1. Sereno: «No hay ninguna duda de que los espíritus inmundos pueden comprender las características de nuestros pensamientos humanos, pero ellos las toman de los indicios perceptibles desde el exterior, es decir, de nuestras disposiciones o de nuestras palabras o de los deseos que ven hacia los que nos inclinamos. Por lo demás, son completamente incapaces de examinar lo que no se manifiesta fuera del interior del alma.

 

Los demonios ven lo que manifiesta exteriormente en el ser humano

15.2. De la misma manera, ellos se dan cuenta de los pensamientos que han insinuado, o si han sido recibidos, no por la naturaleza misma del alma, es decir, por aquel movimiento interior en la médula [del alma] que, como he dicho, está cerrado para ellos, sino por los gestos y signos del hombre exterior. Piensa, por ejemplo, cuando nos sugieren la gula: si ven a un monje dirigir los ojos con curiosidad hacia la ventana o hacia el sol preguntándose sobre la hora, reconocen que el deseo de la gula ha sido acogido. Si, sugiriendo la fornicación, se dan cuenta que la persona ha sido alcanzada por el dardo de la libidinosidad sin oponer resistencia, o ven que su carne se ha conmovido, o que ciertamente no se ha opuesto como convenía a la lascivia de la inmunda sugestión, comprenden que el dardo del deseo sexual se ha clavado en lo profundo de su alma.

 

Los espíritus malignos conocen solo nuestras manifestaciones externas

15.3. Si han conseguido mover las incitaciones de la tristeza, de la ira o del furor, ellos comprenden por los gestos corporales y por los movimientos sensibles si estas realidades han tomado el control del corazón; es decir, cuando lo ven gemir en silencio o suspirar con un cierto fastidio, o cuando ven que su rostro está muy pálido, o bien ruborizado. De este modo intuyen sutilmente que se ha entregado al vicio. Saben, en efecto, que cada uno de nosotros experimenta placer de alguna forma y en seguida descubren hacia qué estímulo estamos dispuestos a consentir y a ceder por medio de un signo o un movimiento del cuerpo.

 

La sutileza de los seres espirituales

15.4. Por tanto, no debe sorprender el hecho de que estas cosas puedan ser captadas por estas potestades aéreas, desde el momento en que vemos que es con frecuencia, es también el caso de varones muy sabios, que saben reconocer el estado del hombre interior por la figura del rostro o por las características exteriores. Es indudable que estas situaciones pueden ser aferradas con mayor seguridad por aquellos seres que, siendo de naturaleza espiritual, son más sutiles y sagaces que los hombres.

 

Capítulo 16. Comparación según la cual se muestra que los espíritus inmundos conocen los pensamientos de los seres humanos

En un pasaje de la Vita Antonii vemos también utilizada la imagen de los ladrones: “Corriendo por delante como ladrones, anuncian lo que ven. ¿A cuántos anuncian ahora lo que nosotros hacemos: que nos reunimos y que hablamos contra ellos, antes de que alguno de nosotros parta para contarlo?”[5].

 

16. Ocurre lo que con ciertos ladrones que tienen costumbre de explorar previamente, en las casas que desean saquear sin ruido, los objetos que la oscuridad les oculta. En medio de las tinieblas de la noche arrojan con cautela unos pocos granos de arena, y por el sonido particular que producen al caer, descubren los tesoros ocultos que no podrían percibir solo con la vista, reconociendo de este modo la naturaleza y el metal del objeto, que de esta forma evidencia su presencia por el sonido que produce. Así también los demonios, deseando explorar el tesoro de nuestro corazón, esparcen algunas sugestiones dañinas al igual que se hace con la arena, y cuando ven que emerge una disposición corpórea en consonancia con estas sugestiones de ellos, reconocen qué se oculta en la intimidad del hombre interior, como si un tintineo resonara desde las habitaciones más ocultas.

 

Capítulo 17. Sobre que no cada demonio individualmente introduce en los seres humanos todas las pasiones

Evagrio recomendaba la misma forma de proceder que se recomienda en este capítulo:

«Si un monje quiere tener una experiencia[6] de los crueles demonios y familiarizarse con sus estrategias, que esté atento a los pensamientos, a sus subidas y a sus caídas[7], sus entrelazamientos, sus tiempos, cuáles demonios hacen esto o aquello, qué demonio sigue a qué (demonio), y a cuál no le sigue otro. Y que se pregunte desde Cristo por las razones de estas cosas. Porque sin duda (los demonios) no pueden soportar a los que se dedican a la praktike con conocimiento (gnostikoteron): están deseosos de “arrojar a las tinieblas a los que tienen el corazón recto” (Sal 10 [11],2).

Observando descubrirás que entre los demonios dos son muy rápidos y casi superan el movimiento de nuestro pensamiento: el demonio de la fornicación y el que nos incita a blasfemar contra Dios. Pero el segundo dura poco, y el primero, si los pensamientos que mueve no están cargados de pasión, no nos impedirá el conocimiento (gnosis) de Dios»[8].

 

17. Sin embargo, debemos saber esto: que no todos los demonios causan todas las pasiones en los seres humanos, sino que de cada vicio está encargado un determinado espíritu. Porque algunos se deleitan en las impurezas y en las sórdidas libidinosidades, otros en las blasfemias, otros en la ira y el furor. Otros se alimentan con la tristeza, otros con la vanagloria y la soberbia. Cada uno insinúa un vicio en los corazones de los hombres y se alegra de esto. Pero no todos imponen la misma maldad, sino que intervienen provocados por la oportunidad del tiempo, del lugar o de la persona».

 

Capítulo 18. Pregunta: si entre los demonios se observa un orden de ataque y una disciplina de alternancia

Germán: «En consecuencia, ¿debemos creer que entre los demonios la maldad sigue un orden y sea, por así decirlo, disciplinada; de forma que, por parte de ellos, se observe una cierta alternancia y se ejecute un plan de ataque racional, aunque sea bien sabido que ninguna medida ni razón existe a no ser entre los seres buenos y honestos? Como dice la Escritura: “Buscarás la sabiduría entre los malvados, y no la encontrarás” (Pr 14,6 LXX); y: “Nuestros enemigos son insensatos” (Dt 32,31 LXX); y también aquello de: “No hay sabiduría, no hay fortaleza ni consejo entre los impíos” (Pr 21,30 LXX)».

 

Capítulo 19. Respuesta: de qué forma existe un acuerdo entre los demonios para un ataque alternado

En su Tratado Práctico, Evagrio Póntico afirma:

“Es necesario asimismo aprender a conocer los diferentes tipos de demonios y saber los tiempos de ellos[9]. Conoceremos por medio de los pensamientos –y los pensamientos (los conoceremos) a partir de los objetos– cuáles de entre los demonios (atacan) raramente, cuáles son los más pesados, cuáles son más asiduos, cuáles son los más ligeros y cuáles son los que atacan por sorpresa y empujan al espíritu a la blasfemia. Esto es necesario saberlo porque en el momento en que los pensamientos comienzan a mover sus propias fuerzas, y antes que seamos expulsados muy lejos de nuestro estado propio, pronunciemos algunas (palabras) contra ellos, y señalemos al que se nos presenta. Porque de esa manera progresaremos fácilmente, con (la ayuda) de Dios. En cuanto a los demonios, los haremos retroceder, llenos de admiración por nosotros y consternados.

Cuando en su lucha contra los monjes los demonios son impotentes, entonces se retiran un poco, para observar qué virtud es descuidada durante ese tiempo, presentándose súbitamente por ese lugar; y desgarrando la desgraciada alma.

Los demonios malvados (cf. Mt 6,13) hacen venir en su ayuda a los demonios que son más perversos (cf. Lc 11,26) que ellos, y aunque se oponen los unos a los otros por sus disposiciones, se conciertan con un solo fin: la destrucción del alma”[10].

 

Los demonios se confabulan en ciertas ocasiones

19.1. Sereno: «Que entre los malvados no exista un consenso común duradero ni haya una concordia perfecta, ni siquiera entre los mismos vicios en que ellos se deleitan, es algo cierto. Nunca, como he dicho, podrá observarse medida y disciplina en las cosas desordenadas. Con todo, en algunos casos, cuando un esfuerzo común o una necesidad lo requieren, o la colaboración en función de una cierta ganancia lo impulsa, necesariamente llegan a un acuerdo temporal.

 

Nadie es atacado al mismo tiempo por dos vicios opuestos

19.2. Lo vemos claramente en este ejército de los espíritus malvados; quienes lo componen no solo observan entre sí tiempos y alternancias, sino que también se reconocen por ocupar ciertos lugares y permanecer en ellos con firmeza. Puesto que es necesario para ellos realizar sus propios ataques por medio de diversas formas de tentaciones, con ciertos vicios y en circunstancias particulares, comprobamos manifiestamente que nadie puede ser engañado al mismo tiempo por la vacuidad de la vanagloria e inflamado por la concupiscencia ardiente de la fornicación, ni puede ser inflado por el asalto de la soberbia espiritual y caer en la humillación de la gula carnal.

 

Los espíritus malvados pueden actuar de forma concertada

19.3. Nadie puede desatarse en una loca risa y al mismo tiempo ser incitado por los estímulos de la iracundia, y todavía menos zozobrar por la amargura de una lacerante tristeza. Más bien, todo espíritu [maligno] necesita aferrar la mente con prontitud, de forma que, cuando, tal vez, sea derrotado, ceda a otro espíritu la tarea de asediarla todavía más violentamente; o bien, en el caso que resulte vencedor, la pase a otro para que la combata de forma semejante.

 

Capítulo 20. Sobre que las potestades enemigas no tienen la misma fuerza y la facultad de tentar no reside en su voluntad

Clemente de Alejandría, a inicios del siglo III, ya nos presenta la imagen de la lucha presidida por “un árbitro”:

“Desvestidos públicamente, lucharemos legítimamente en el estadio de la verdad, donde juzga como arbitro el Verbo santo, y el Señor del universo es el que preside los certámenes. En efecto, no es pequeño el  premio que se nos propone: la inmortalidad”[11].

Por su parte, Orígenes amplía y profundiza el sentido de la expresión “presidente de los juegos públicos”:

«Así como los presidentes de los juegos puúblicos no permiten a los competidores entrar en las listas sin criterio o por casualidad, sino después de un examen cuidadoso, emparejándolos con una consideración más imparcial por tamaño o edad, este individuo con aquel otro, por ejemplo, jóvenes con jóvenes, hombres con hombres, que estén relacionados uno con el otro por edad o fuerza; así también tenemos nosotros que entender el procedimiento de la Providencia divina, que ordena según los principios más imparciales todo lo que desciende en la lucha de esta vida humana, según la naturaleza del poder de cada uno, que solo es conocido por quien pesa los corazones de los hombres, de modo que cada uno luche contra las tentaciones que puede soportar. A este tienta la carne, a aquel la indulgencia, a uno la ira, a otro la pereza. Uno es expuesto largo tiempo a sus enemigos, otro es retirado pronto de la batalla. En todo podemos observar la verdad del dicho del apóstol: “Fiel es Dios, que no los dejará ser tentados más de lo que puedan sobrellevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que puedan aguantar” (1 Co 10,13)»[12].

Abba Ammonas (+ hacia 396), discípulo de san Antonio abad, en una de sus Cartas aborda el tema de las tentaciones y afirma:

«Está escrito: Dios es fiel, Él no permitirá que ustedes sean tentados por encima de sus fuerzas (1 Co 10,13); Dios, por ende, actúa en ustedes a causa de la rectitud de sus corazones. Si Él no los amara, no les enviaría tentaciones, pues está escrito: El Señor corrige al que ama; golpea al hijo que le es grato (Pr 3,12; Hb 12,6). Son, pues, los justos quienes se benefician con las tentaciones, puesto que los que no son tentados tampoco son hijos legítimos; usan el hábito monacal, pero niegan su poder[13]. Antonio, en efecto, nos ha dicho que “nadie puede entrar en el reino de Dios sin haber sido tentado”[14]. Y el bienaventurado Pedro escribe en su carta: En esto ahora se alegrarán, ustedes que han tenido que soportar diversas tentaciones, para que su fe puesta a prueba sea hallada más preciosa que el oro perecedero probado por el fuego (1 P 1,6-7). Se dice asimismo que los árboles agitados por los vientos echan mejores raíces y crecen más; así sucede con los justos. En esto, pues, y en todo lo demás, obedezcan a sus maestros para progresar»[15].

 

Gradualidad de la guerra de los espíritus malvados

20.1. Asimismo, no debemos ignorar de ningún modo que no todos los espíritus [malvados] son igualmente feroces, ni tienen el mismo deseo ni siquiera la misma maldad. Es evidente que los principiantes y los débiles solo se encuentran ante los espíritus más débiles y únicamente cuando han superado estas maldades espirituales prosigue, siempre gradualmente, la lucha más intensa contra el atleta de Cristo. La dificultad de la lucha aumenta de forma proporcional a la fortaleza y el progreso de una persona.

 

Cristo el “agonotheta” de nuestras luchas

20.2. Pues nadie de entre los santos sería capaz de soportar la maldad de enemigos tan grandes y enfrentar sus insidias; es más, sucumbiría sin duda ante su crueldad e inhumanidad si Cristo, el árbitro y el juez más misericordioso de la lucha, el observador que preside este combate nuestro, no equilibrase la fuerza de los luchadores, no rechazase y frenase sus salvajes ataques y, junto con la tentación, no proveyese también una vía de escape, para que podamos resistir (cf. 1 Co 10,13).


[1] Cf. Jn 8,44.

[2] Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio § 28.5; trad. cit., p. 230.

[3] Ibid., § 33.2-3; trad. cit., p. 251.

[4] Ibid., § 42.6; trad. cit., pp. 287-288.

[5] Ibid., § 31.4; trad. cit., p. 244.

[6] O: conocimiento.

[7] Lit.: a sus tensiones, a sus relajaciones.

[8] Evagrio Póntico, Tratado Práctico, 50-51; SCh 171, pp. 614-617.

[9] O: las circunstancias de sus apariciones.

[10] Evagrio Póntico, Tratado Práctico, 43-45; SCh 171, pp. 598-603.

[11] Clemente de Alejandría, Protréptico, 96.3

[12] Orígenes, Tratado sobre los principios, III,2,3.

[13] Dynamin (“virtutem”). Cf. 2 Tm 3,5.

[14] Cf. Apotegma Antonio 5: «Dijo abba Antonio: “El que no ha sido tentado no puede entrar en el Reino de los cielos. En efecto, suprime las tentaciones -dijo- y nadie se salvará”» (PG 65,77 A).

[15] Abba Ammonas, Carta IX,3; trad. en: Cartas de los Padres del desierto, Munro, Eds. Surco Digital, 2023, p. 149.