Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VI, capítulos 5-6)

Capítulo 5. Objeción: ¿de qué modo se dice que Dios mismo crea los males?

5. Germán: «Con frecuencia leemos en las Escrituras Santas que Dios ha creado el mal y lo ha entregado a los hombres, según aquel pasaje [que dice]: “No hay Dios fuera de mí; y soy el Señor y no hay otro; yo formo la luz y creo las tinieblas, yo hago la paz y creo el mal” (Is 45,6-7). Y también: “¿Hay algún mal en la ciudad que el Señor no lo haya hecho?” (Am 3,6)».

 

Capítulo 6. Respuesta a la pregunta propuesta

El aporte de un texto, con ciertas semejanzas, de san Agustín, nos ayudará a comprender mejor la formulación que propone Casiano:

«“El Señor les pagará según sus obras; y según sus maldades los destruirá el Señor Dios nuestro” (Sal 93 [94],23). No está fuera de propósito lo que dice: Según sus maldades. Yo recibo algo de ellos; y no obstante se menciona su malicia, no sus beneficios. Ciertamente que nos prueba, nos castiga por medio de los malos. ¿Y para qué nos castiga? Con vistas al reino de los cielos. Pues castiga a todo el que recibe como hijo. ¿Y qué hijo hay a quien su padre no corrija? (Hb 12,6. 7) Esto lo hace Dios para instruirnos sobre la herencia eterna. Y con frecuencia lo hace sirviéndose de la mala gente, por la que nos ejercita y perfecciona nuestro amor, que quiere que alcance también a los enemigos. Pues no habrá auténtico amor cristiano, si no se cumple lo que Cristo ordena: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, y oren por los que los persiguen” (Mt 5,44). Por esto se vence al diablo; por esto se recibe la corona de la victoria. Ya ven cuántas cosas nos ofrece Dios por medio de los hombres malos; sin embargo, no les retribuirá según lo que de ellos nos ofrece a nosotros, sino conforme a su malicia. Fíjense cuántas cosas nos ha dado, derivadas de aquel enormísimo crimen de Judas el traidor. Judas entregó a la muerte al Hijo de Dios, y por su pasión fueron redimidos todos los pueblos y han conseguido la salvación. Aunque a Judas no se le pagó por la salvación del mundo, sino se le dio el suplicio por su maldad. Pues si en la entrega de Cristo no ha de tenerse en cuenta la intención de quien lo entrega, entonces Judas coincide con lo que hizo el Padre, del cual está escrito que: “No perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rm 8,32), como víctima y ofrenda a Dios en olor de suave fragancia. Y también que Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella (Ef 5,2. 25). Y, sin embargo, damos gracias a Dios Padre, que no perdonó a su Hijo unigénito, sino que lo entregó por nosotros, y damos gracias al mismo Hijo, que se entregó por nosotros, y en ello cumplió la voluntad del Padre; y detestamos a Judas, por cuya acción Dios nos ofreció tan inmenso beneficio, y decimos acertadamente que Dios le devolvió el pago de su iniquidad, y lo exterminó conforme a su malicia. Pues él no entregó a Cristo por nuestra salvación, sino por el dinero del contrato, aun cuando la entrega de Cristo sea nuestra redención, y su venta nuestra salvación. De idéntico modo obraron los perseguidores de los mártires, quienes, al perseguirlos en la tierra, los enviaban al cielo; sabiendo, pues, que les quitaban la vida presente, y les daban, ignorándolo, la vida futura; sin embargo, a todos los que perseveraron en el aborrecimiento injusto de los buenos, les devolvió el Señor el pago debido de su iniquidad y los exterminó según su malicia. Como la bondad de los justos perjudica a los impíos, así la iniquidad de los impíos aprovecha a los buenos, pues el Señor dice. “Yo vine para que los que no ven, vean, y los que ven, queden ciegos” (Jn 9,39). Y el Apóstol escribe también: “Para unos somos ciertamente olor de vida para vida, y para otros, olor de muerte para muerte” (2 Co 2,16). La malicia, por tanto, de los perversos es el arma de la izquierda de los justos, como dice el mismo Apóstol: “Con las armas de justicia de la derecha y de la izquierda, es decir, con la gloria y la afrenta” (2 Co 2,7. 8); y a continuación prosigue mostrando las armas que pertenecen a la derecha: la gloria de Dios, la buena fama, la verdad, por la que conocían que estaban vivos, que no habían muerto, que se alegraban, que enriquecían a muchos, que poseían todas las cosas; después consigna las que pertenecen a la izquierda, como el ser tenidos por viles, por engañadores, por desconocidos, por muertos, por castigados, por tristes, por indigentes, como si nada tuvieran. ¿Y qué tiene de extraño que los soldados de Cristo combatan al diablo con las armas de la derecha y de la izquierda? Como las armas de la derecha son paz para los hombres de buena voluntad (cf. Lc 2,14), aun cuando sean para otros, olor de muerte para muerte, así son las armas de la izquierda destrucción para los hombres de mala voluntad, aun cuando les sirvan a los justos de salvación. Por tanto, Dios les dará el pago conforme a su maldad, a la que amaron aborreciendo sus almas, sin tener en cuenta la utilidad que nos proporcionaban. Tampoco Dios, que usa bien de los perversos, honra a los malos, según el beneficio que nos da por medio de ellos, sino que “el Señor, Dios nuestro, los destruirá, según su malicia”»[1].

 

Males que se deben soportar por necesidad

6.1. Teodoro: «En ocasiones la Escritura divina suele servirse genéricamente del término “males”, no porque ellos sean propiamente males por naturaleza, sino puesto que son considerados males por quienes los reciben para su utilidad. Por eso es necesario que el juicio divino, cundo entra en comunicación con los hombres se exprese por medio de palabras y sentimientos humanos. Ahora bien, la amputación y la cauterización con finalidad salutífera, que un médico infiere por humanidad a quienes están infectados por el contagio de las heridas, son considerados males por quienes los soportan. Tampoco es grata la espuela para el caballo ni la corrección para el delincuente.

 

Primer testimonio bíblico: la carta a los Hebreos

6.2. Asimismo, todas las disciplinas son sentidas como amargas en primera instancia por aquellos que son instruidos, como dice el Apóstol: “Toda disciplina en el momento no parece ser motivo de gozo sino de tristeza; pero después devuelve el fruto muy pacífico de la justicia para quienes se ejercitan por intermedio de ella” (Hb 12,11); y: “El Señor castiga a quien ama y flagela a todo hijo que recibe. ¿Pues quién es el padre que no corrige a su hijo?” (Hb 12,6-7; cf. Pr 3,11-12 LXX; Ap 3,19).

 

Segundo testimonio bíblico: los profetas “menores”

6.2a. Por consiguiente, el término “males” a veces es utilizado en lugar de aflicciones, según aquello de: “Dios se arrepiente del mal que había anunciado hacer, y no lo hace” (Jon 3,10); y también: “Pues tú, Señor, eres bondadoso y compasivo, paciente y muy misericordioso, y te arrepientes del mal” (Jl 2,13 LXX); es decir, de las tribulaciones y dificultades que te ves compelido a enviarnos por causa de nuestros pecados.

 

Tercer testimonio de la Sagrada Escritura: los profetas “mayores”

6.3. Otro profeta sabiendo que estas cosas son útiles para algunos, y ciertamente no envidiando la salvación de ellos, sino para pedirla, así ora: “Añádales males a aquellos, Señor, añádeles males a los arrogantes de la tierra” (Is 26,15 LXX). Y el Señor mismo dice: “He aquí que enviaré males sobre ellos” (Jr 11,11), esto es, dolores y desolaciones[2], por medio de los que, una vez que hayan sido saludablemente castigados en el tiempo presente, se vean finalmente obligados a volver presurosos hacia mí, a quien habían despreciado en los momentos de prosperidad. Y por eso no podemos definir estas cosas como males principales, porque tienen un buen aprovechamiento para muchos, y engendran la causa de los gozos eternos.

 

Una primera conclusión

6.3a. En consecuencia, y para volver a la cuestión que me ha sido propuesta, no se debe creer que todos los males que pensamos nos son infligidos por los enemigos o por otros cualesquiera son males, sino cosas indiferentes. No los hallará, en efecto, así el que los inflige con ánimo furibundo, sino que así los sentirá aquel que los soporta.

 

La muerte no es un mal para el hombre justo

6.4. Por tanto, cuando le llega la muerte a un hombre santo, no se debe creer que le sucede un mal, sino algo indiferente. Lo que es un mal para el pecador, para el justo es reposo y liberación de los males: “La muerte, en efecto, es reposo para el hombre cuya vida está oculta” (Jb 3,23 LXX). Y por eso el hombre justo no padece por ella ningún detrimento, puesto que no sufre nada nuevo; sino que aquello, que la maldad del enemigo le ha traído, de todos modos, le hubiera sucedido por la necesidad de la naturaleza, pero sin el premio de la vida eterna. Y con la abundante ganancia derivada del sufrimiento y la recompensa de una gran retribución, él ha pagado el débito de la muerte adeudada por los seres humanos y que es requerida por una ley inflexible».


[1] Agustín de Hipona, Enarraciones sobre los Salmos, 93,28; trad. en: https://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/index2.htm. Cf. Vogüé, p. 224, notas 321 y 322. Este mismo texto de san Agustín ilumina asimismo el capítulo nueve de la presente Conferencia.

[2] O: ruinas, destrucciones (vastitas).