Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VI, capítulos 1-2)

Conferencia sexta: con abba Teodoro. Sobre el asesinato de los santos

Capítulos:

1. Descripción del desierto y pregunta sobre el asesinato[1] de los santos.

2. Respuesta del abad Teodoro a la cuestión propuesta.

3. Sobre las tres [categorías] de cosas que hay en el mundo, es decir: las buenas, las malas y las indiferentes.

4. Que no se puede causar daño a nadie contra su voluntad.

5. Objeción: ¿de qué modo se dice que Dios mismo crea los males?

6. Respuesta a la pregunta propuesta.

7. Pregunta Sobre si es reo de culpa quien dio muerte al justo, y cuándo tendrá el justo la recompensa por su muerte.

8. Respuesta a la pregunta precedente.

9. El ejemplo de Job, tentado por el diablo, y del Señor, traicionado por Judas, y cómo tanto la prosperidad como la adversidad aprovechan al justo para la salvación.

10. Sobre la virtud del varón perfecto, a quien se llama figuradamente ambidextro.

11. Sobre los dos géneros de tentaciones que se presentan de un triple modo.

12. De qué modo el justo debe parecerse no a la cera blanda, sino a un sello de diamante.

13. Pregunta: ¿si puede nuestra mente mantenerse continuamente en un único e igual estado?

14. Respuesta a la proposición del interrogante.

15. Qué daño hay en el abandono la celda.

16. Sobre la variabilidad también de las virtudes superiores y celestiales.

17. Que nadie cae por una ruina súbita.

 

Capítulo 1. Descripción del desierto y pregunta sobre el asesinato de los santos

El inicio de esta Conferencia es bastante peculiar, y difiere notablemente de los precedentes. En las Instituciones encontramos a un cierto abba Teodoro, que muy bien podría ser el interlocutor al que acuden Germán y Casiano:

“Hemos visto también a abba Teodoro, hombre de gran santidad y ciencia, no sólo en la vida activa, sino también en el conocimiento de las Escrituras, que dominaba, no tanto por la aplicación a la lectura o por la literatura del mundo, sino por la sola pureza de corazón, ya que apenas podía entender o pronunciar unas pocas palabras en lengua griega. Una vez, buscando la explicación de una cuestión muy oscura, perseveró infatigablemente siete días y siete noches en la oración, hasta que el Señor le reveló la solución de la cuestión propuesta”[2].

 

Un episodio lamentable

1.1. En la región de Palestina, junto al pueblo de Tecua[3], que mereció dar el natalicio al profeta Amós, hay un muy vasto desierto que llega hasta Arabia y el Mar Muerto, en el que ingresan para expirar las aguas del Jordán, y yacen en una extensión de gran amplitud las cenizas de Sodoma. Los monjes que allí moraban desde muy largo tiempo, de una excepcional vida y santidad, fueron improvisamente asesinados por una incursión de ladrones sarracenos.

 

 

La disputa por las reliquias de los monjes asesinados

1.2. Sabemos que sus cuerpos fueron rescatados por los obispos de aquellas regiones y por toda la población de Arabia con gran veneración, y depositados con las reliquias de los mártires, de manera que innumerables personas de dos ciudades se vieron envueltas en un grave conflicto. La situación se agravó tanto que el santo robo concluyó en una lucha armada; combatieron entre sí con piadosa devoción para [establecer] a quién debían pertenecer con mayor justicia el lugar de sepultura y las reliquias; unos se gloriaban por la vecindad respecto de donde [los monjes] habían vivido, los otros por el lugar donde habían nacido. Sin embargo, nosotros quedamos profundamente conmovidos, tanto por lo que a nosotros concernía, como respecto de aquellos hermanos que se habían escandalizado; y nos preguntábamos por qué hombres de tantos méritos y tantas virtudes habían sido asesinados por bandidos, y por qué el Señor permitía que se perpetrara semejante crimen contra sus servidores, al extremo de entregar hombres notables en todos los aspectos en manos de los impíos. Amedrentados, nos encaminamos a ver a Teodoro, varón singular por su modo de vida ascético[4].

 

La pregunta

1.3. Este vivía en Las Celdas, un lugar que se encuentra entre Nitria y Escete, y se sitúa a cinco millas de los monasterios de Nitria, y dista ochenta millas del solitario desierto de Escete, donde nosotros habitábamos[5]. Cuando le confesamos nuestro dolor por el asesinato de aquellos hombres, admirados por tanta paciencia de Dios, que permitió que varones de tanto mérito fueran asesinados de esa manera, aquellos cuya santidad hubiera debido preservar a otros de una prueba semejante, no habían podido sustraerse de los impíos. ¿Por qué Dios había dejado perpetrar crimen tan atroz contra sus siervos? El beato Teodoro respondió:

 

Capítulo 2. Respuesta del abad Teodoro a la cuestión propuesta

Ya san Basilio en una de sus homilías había tratado el delicado tema que ahora se nos propone:

«Se dice, si Dios no es autor del mal, ¿por qué se afirma en las Escrituras?: “Yo que formé la luz y las tinieblas, que hago la paz y creo el mal” (Is 45,7); y nuevamente: “Yahvé ha enviado males sobre las puertas de Jerusalén (Mi 1,12.); y nuevamente: “No sucede ningún mal en la ciudad que no venga del Señor” (Am 3,6.). “Consideren, dice Moisés en su famoso cántico, consideren que soy solo yo quien soy, y que no hay otro Dios fuera de mí. Soy yo quien matará y quien dará vida, quien herirá y quien sanará” (Dt 32,29).

Pero ninguno de estos pasajes, si entendemos el significado de las Escrituras, acusa a Dios y lo presenta como autor y creador del mal. Cuando Dios dice: “Soy Yo quien formé la luz y las tinieblas”, solo se representa a sí mismo como el creador de todos los seres, y no como el autor del mal. Por tanto, para que no piensen que el autor de la luz es otro que el de las tinieblas, se llama a sí mismo creador de los objetos más opuestos de la naturaleza. No quiere que se imaginen que cierto ser creó el fuego, otro el agua, otro el aire, otra la tierra, porque estos elementos tienen cualidades opuestas; consideración que ya ha hecho que muchos recurran a la pluralidad de dioses…

“Los he afligido, dice Dios, y los he atormentado con hambre para su bien” (Dt 8,3): quise detener sus injusticias antes de que se extendieran sin medida, como se detiene una corriente de agua con un buen muro y por un fuerte dique. A partir de ahí, las enfermedades de las ciudades y de las naciones, las sequías del aire, la esterilidad de la tierra, los acontecimientos desgraciados que cada uno vive en la vida, detienen el progreso del vicio. Entonces este tipo de males nos vienen de Dios para evitar que surjan males reales. Imaginó aflicciones corporales y castigos externos para cortar el pecado. Entonces Dios destruye el mal, pero el mal no viene de Dios. Asimismo, el médico elimina la enfermedad, pero no la transmite[6]».

 

Un planteamiento equivocado

2.1. «Esta cuestión suele perturbar los ánimos de aquellos que tienen poca fe o conocimiento de los méritos o de los premios de los santos, que no son retribuidos en el tiempo presente, sino que [sus premios] son reservados para el futuro, considerando que deben ser retribuidos en la brevedad de esta vida temporal.

 

No podemos atribuir la injusticia a Dios

2.2. Nosotros que, como dice el Apóstol, no “hemos puesto nuestra esperanza en Cristo para esta vida” pues en tal caso “seríamos los más miserables de todos los hombres” (1 Co 15,19), y no debemos equivocarnos por causa de las opiniones de aquellos, no sea que, ignorando las sentencias de las verdaderas definiciones, titubeantes y confundidos, nos veamos entregados también nosotros a los mismos errores. Y adscribamos a Dios la injusticia y la incuria de las realidades humanas, lo que es impío decirlo, porque no protege en la tentación a esos santos y rectos varones ni retribuye en la vida terrena[7] las cosas que son buenas con el bien, y las que son malas con el mal.

 

Testimonios de los profetas Sofonías y Malaquías

2.3. Aquellos merecen ser condenados con los que profeta reprende cuando afirma: «Quienes dicen en sus corazones: “El Señor no obra bien, pero tampoco mal”» (So 1,12)[8]. O nos encontraremos ciertamente entre aquellos que, se dice, blasfeman contra Dios: “Todo el que obra mal, es bueno ante el Señor. Y éstos le agradan: ¿dónde, entonces, está el Dios de la justicia?” (Ml 2,17)[9]. Y, a continuación, añaden también esta blasfemia, que así es descrita: “Quien sirve a Dios lo hace vanamente. ¿Puesto qué recompensa hay para quienes observamos sus preceptos y caminamos tristes en presencia del Señor? Ahora, por tanto, llamamos beatos a los arrogantes, pues se han enriquecido haciendo el mal, tentaron a Dios y fueron salvados” (Ml 3,14-15)[10].

 

La verdadera interpretación de la Sagrada Escritura

2.4. Para que podamos evadir esta ignorancia, que es la raíz y la causa de tales errores, en primer lugar debemos saber qué es verdaderamente bueno y qué es lo malo; y así, ateniéndonos a la auténtica interpretación de las Escrituras, y no a aquella falsa del vulgo, en nada seremos engañados por el error de los hombres infieles.


[1] El verbo latino neco puede traducirse por: matar, dar muerte, asesinar; y el sustantivo nex: muerte alevosa, violenta, matanza, carnicería.

[2] Inst. V,33; SCh 109, pp. 242-245. Ver también el cap. 35 (SCh 109, pp. 244-247).

[3] El texto latino de Casiano dice: Thecue; cf. Am 1,1: Técoa, poblado ubicado a 9 kms. al sudeste de Belén.

[4] Lit.: vita actualis: vida práctica, o purificación de los vicios; cf. Conversazioni, p. 35.

[5] Las Celdas, en efecto se encuentra a unos 18-20 kms. de Nitria, hacia el sur; en tanto que Escete dista unos 65 kms. de Nitria.

[6] Basilio de Cesarea, Homilía “Que Dios no es el autor de los males”, 4-5; PG 31,333D-337C.

[7] Lit.: in praesenti: en [la vida] presente.

[8] Es decir, se duda de la acción del Dios viviente en favor de su pueblo, Israel: liberación, alianza, entrega de la Ley.

[9] Se le reprocha a Dios ser parcial.

[10] El texto profético pone de relieve la consternación de los fieles ante la aparente injusticia de Dios, que parece favorecer a los arrogantes. El Señor no aprueba sus quejas, sino que, en su misericordia, los invita a la paciencia. Oportunamente, se manifestará su justicia. Para esta esta nota, y las dos precedentes, cf. Traduction Oecuménique de la Bible. Edition intégrale. Ancien Testament, Paris, Les Éditions du Cerf – Les Bergers et les Mages, 1979, ad locum.