Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVI, capítulos 16-18)

Capítulo 16. Sobre el hecho de que, si un hermano tiene alguna animosidad hacia nosotros, las ofrendas de nuestras oraciones son rechazadas por el Señor

 

Eliminar de nuestros corazones toda clase de resentimiento

16.1. «Por lo tanto, nuestro Señor no quiere que, en tal caso, se desprecie la tristeza del hermano, como si tuviera algo en contra de nosotros, y no aceptara nuestros servicios, es decir: no permite que nuestras oraciones le sean ofrecidas, hasta que no que hayamos alejado, con una pronta satisfacción, del alma del hermano su tristeza, ya sea que haya sido concebida con justicia o injustamente. Porque no dice: “Si tu hermano tiene una verdadera disputa contigo, deja tu ofrenda en el altar y ve primero a reconciliarte con él”, sino más bien: “Si recuerdas, dice, que tu hermano tiene algo contra ti” (Mt 5,23), es decir, incluso si hay algo leve y trivial que ha despertado el resentimiento de tu hermano contra ti, y de repente lo recuerdas, debes darte cuenta de que no debes ofrecer los dones espirituales de tus oraciones si no has eliminado primero, mediante un acto de reparación, el resentimiento que ha surgido por cualquier motivo en el corazón de tu hermano (cf. Mt 5,23-24).

 

No debemos ser jueces de la Ley

16.2. Si, entonces, las palabras del Evangelio nos mandan pedir perdón a aquellos que están enojados incluso por una ofensa pasada y leve por la más insignificante de las razones, ¿qué será de nosotros, desgraciados, que con obstinada disimulación no damos importancia a los pecados recientes y muy graves que hemos cometido por nuestra propia culpa y, llenos de orgullo diabólico, nos avergonzamos de humillarnos, negando que somos responsables de la tristeza de nuestro hermano, con un espíritu rebelde que desdeña someterse a los preceptos del Señor, afirmando que nunca deben observarse y que nunca pueden cumplirse? Y así sucede que, al juzgar que se nos ha mandado algo imposible e inapropiado, nos convertimos, según el Apóstol, “no en cumplidores, sino en jueces de la ley” (St 4,11).»

 

17. Sobre los que piensan que la paciencia debe mostrarse más a las personas del mundo que a los hermanos

 

Una falsa forma de comprender la ira

17.1. «Con que lágrimas, entonces, se debe llorar cuando algunos hermanos se irritan por cualquier palabra que oyen y se molestan por las súplicas de otra persona que desea suavizar esa afrenta; y cuando oyen que nunca deben enfadarse con un hermano y permanecer en semejante actitud, según lo que está escrito: “Quien se enoje con su hermano, será reo de juicio” (Mt 5,22); y: “Que no se ponga el sol sobre el enojo de ustedes” (Ef 4,26), entonces declaran:

 

¿Debo enojarme con los hermanos?

17.2. “Si un pagano o una persona que vive en el mundo hubiera hecho esto o dicho tales cosas, habría que soportarlo con razón. Pero ¿quién podría soportar a un hermano culpable de una falta tan grave y que expresara un reproche con tanta insolencia?”. Como si la paciencia debiera mostrarse solo a los incrédulos y a las personas sacrílegas y no a todos en general, y como si la ira debiera considerarse perjudicial para un gentil y beneficiosa para un hermano, cuando en realidad la obstinada perturbación de una mente irritada inflige la misma pérdida a uno mismo, sea quien sea contra quien se haya despertado el enojo.

 

Las hermanas y los hermanos en la fe

17.3. Pero cuánta obstinación e insensatez hay en aquellos que, en sus mentes insensatas y torpes, no comprenden el significado de esas palabras, pues no se dice: “Quien se enoje con un extranjero, será reo de juicio”. Esto tal vez, según su entendimiento, habría excluido a aquellos que comparten nuestra fe y nuestro modo de vida. En cambio, las palabras del Evangelio lo expresan claramente cuando dicen: “Quien se enoje con su hermano, será reo de juicio” (Mt 5,22). Y así, aunque según la regla de la verdad debemos aceptar a todos como nuestros hermanos, sin embargo, en este texto es el creyente y el que comparte nuestra forma de vida, y no el pagano, quien es designado por la palabra específica “hermano”».

 

Capítulo 18. Sobre los que fingen paciencia y enojan a los hermanos con su silencio

 

Ante Dios nuestras intenciones, y no solo nuestros actos, son sometidos a juicio

18.1. «Realmente, ¿qué clase de cosa es aquella que a veces nos hace creer que somos pacientes, porque despreciamos responder cuando somos provocados, pero de tal manera nos burlamos de nuestros hermanos irritados, con un silencio amargo, o con gestos burlones, que los provocamos más a la ira con la expresión del rostro que con insultos apasionados, creyéndonos en esto menos culpables ante Dios, porque no decimos nada con la boca que pueda ser marcado o condenado por el juicio humano? Como si fueran solo las palabras y no más bien la voluntad lo que se declara culpable ante los ojos de Dios, y solo el acto pecaminoso y no también el deseo y la intención lo que se debe considerar malo, y solo lo que cada persona ha hecho y no también lo que quería hacer lo que se debe someter a juicio.

 

La importancia de la intención en nuestras acciones

18.2. Pues no solo la naturaleza de la perturbación provocada, sino también la intención de quien causa la irritación. Por lo tanto, el minucioso examen de nuestro juez no buscará cómo surgió la disputa, sino más bien por culpa de quién estalló, ya que es el propósito del pecado y no la secuencia de la mala acción lo que debe tenerse en cuenta. ¿Qué diferencia hay entre que alguien mate a su hermano personalmente con una espada o lo lleve a la muerte mediante algún tipo de engaño cuando, ya sea por astucia o por ilegalidad, está claro que está muerto? Como si fuera suficiente no haber derribado a un ciego con la propia mano, cuando el que se negó a ayudarlo cuando estaba cerca de la zanja, aunque podía haberlo hecho, es igualmente culpable. O como si solo la persona que atrapó a alguien con su mano estuviera equivocada y no también la que preparó o tendió la trampa o, al menos, no estuvo dispuesta a quitarla cuando pudo hacerlo.

 

El silencio perjudicial para el prójimo y para sí mismo

18.3. No tiene ningún valor no hablar, si nos imponemos el silencio para obtener de este modo el mismo efecto que habríamos logrado con una fuerte intervención[1], fingiendo un tipo de comportamiento por el cual tanto la persona que debería ser sanada se enfurece aún más y nosotros somos alabados por todas estas cosas por le daño y perdición que acarreamos. Como si una persona no fuera más criminal por el mero hecho de desear adquirir gloria para sí misma a partir de la perdición de su hermano. Porque tal silencio es igualmente perjudicial para ambos, ya que, al igual que acumula molestia en el corazón del otro, no permite que se calme lo que hay en el propio.

 

El testimonio de los profetas

18.4. Contra personas de este tipo, la maldición del profeta está muy bien dirigida: “Ay del que da de beber a su amigo el propio veneno, embriagándolo para verlo en su desnudez. Se llena de vergüenza en lugar de gloria” (Ha 2,15-16). Y he aquí lo que dice por medio de otro profeta sobre tales personas: “Pues todo hermano buscará hacer caer con engaño y todo amigo procederá con fraude. Y un hombre se burlará de su propio hermano, y no dirá la verdad” (Jr 9,4-5). Porque “doblan su lengua como un arco de falsedad y no de verdad” (Jr 9,3). A menudo, una paciencia fingida despierta una ira aún más amarga que las palabras, y un silencio rencoroso supera al abuso verbal más duro, y las heridas de los enemigos se soportan más fácilmente que los cumplidos astutos de los burlones.

 

La perfidia del traidor

18.5. Sobre estos se dice apropiadamente por el profeta: “Sus palabras son suaves como el aceite, pero también son flechas” (Sal 54 [55],22); y en otro lugar: “Las palabras de los impostores son suaves, pero hieren en lo más profundo de las entrañas” (Pr 26,22 LXX). A estos también puede aplicarse perfectamente lo siguiente: “Habla de paz en la boca de su amigo, y oculta en secreto trampas para él” (Jr 9,8), engañándose así más a sí mismo que aquel a quien quiere engañar. Porque “quien prepara con anticipación una red delante de su amigo, la extiende a sus propios pies” (Pr 29,5 LXX); y: “Quien cava una fosa para su prójimo, él mismo caerá en ella” (Pr 26,27 LXX). En fin, cuando llegó una multitud con espadas y palos para aprehender al Señor (cf. Mc 12,43-52), nadie fue más sanguinario en su conspiración contra nuestro Salvador que el que, adelantándose a la salutación, con una sonrisa de engañosa caridad, le dio un beso (cf. Mc 12,44-45).

 

La traición del amigo

18.6. A él le dice el Señor: ¿Judas, entregas al Hijo del hombre con un beso?” (Lc 22,48). Es decir: esta amargura de persecución y odio que tienes se ha revestido con este disfraz, por medio del cual se expresa la dulzura del amor verdadero. Y expone más abiertamente y con vehemencia la fuerza de este dolor a través del profeta cuando dice: “Si mi enemigo me hubiera maldecido, sin duda lo habría soportado. Y si el que me odiaba hubiera dicho muchas cosas contra mí, sin duda me habría escondido de él. Pero fuiste tú, un hombre de un mismo ánimo, mi guía y mi amigo, quien solía comer conmigo alimentos agradables; que caminábamos en la casa de Dios de mutuo acuerdo” (Sal 54 [55],13-15)».


[1] Lit.: palabras afrentosas, o con improperios (convicio).