Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVI, capítulos 12-15)

Capítulo 12. Por qué, en una conversación, no se debe desdeñar a los que son inferiores

 

Consultar a nuestras hermanas y a nuestros hermanos nos libera del orgullo y la soberbia

12. «A menudo sucede, ya sea por la mentira del diablo o por la intervención del error humano, porque no hay nadie en esta carne que no pueda ser engañado como un hombre, de modo que incluso aquél que a veces tiene mayor ingenio y mayor conocimiento pueda concebir algo falso en su mente, y aquél que es de menor ingenio y menor mérito presente con mayor rectitud y verdad algo más genuino. Por lo tanto, nadie, por muy dotado que esté de conocimiento, debe persuadirse a sí mismo con orgullo vano de que no necesita el consejo de nadie más. Porque, aunque una ilusión diabólica no nuble su juicio, no escapará de las trampas más graves de la soberbia y el orgullo. ¿Quién podría arrogarse esto sin gran peligro cuando “el vaso de elección” (cf. Hch 9,15), en quien Cristo habló, como él mismo declaró, dijo que había subido a Jerusalén únicamente para deliberar en privado con sus compañeros apóstoles sobre el Evangelio que estaba predicando a los gentiles con la revelación y la ayuda del Señor (cf. Ga 2,1-2)? De esto se desprende claramente no solo que la unanimidad y la concordia se mantienen gracias a estos preceptos, sino también que no hay que temer ninguna de las trampas de nuestro adversario, el diablo, ni las redes de sus ilusiones».

 

Capítulo 13. Que el amor no es solo algo perteneciente a Dios, sino Dios mismo

 

13. «Por último, la virtud del amor es tan grandemente ensalzada que el bienaventurado apóstol Juan declara que no es simplemente algo que pertenece a Dios, sino que es, de hecho, Dios mismo, cuando dice: “Dios es amor. El que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). Experimentamos su divinidad hasta tal punto que vemos claramente florecer en nosotros lo que dice el apóstol: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que habita en nosotros” (Rm 5,5). Es como si dijera que Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que mora en nosotros. Él mismo, incluso cuando no sabemos cómo debemos orar, “intercede por nosotros con gemidos inefables; y el que escudriña los corazones sabe lo que desea el Espíritu, porque intercede por los santos según Dios” (Rm 8,26-27)».

 

Capítulo 14. Sobre los grados del amor

 

“Agápe” y “diathesis”

14.1. «Por consiguiente, esa caridad, que se llama precisamente agápe, se puede practicar con todos. Sobre ella, el bienaventurado apóstol dice: “Por lo tanto, mientras tenemos tiempo, hagamos lo que es bueno para todos, principalmente para con los hermanos en la fe” (Ga 6,10). Esta caridad se debe practicar de manera indistinta con todos, de modo que incluso a nuestros enemigos, por orden del Señor, debemos mostrarla; porque dice: “Amen a sus enemigos” (Mt 5,44). La diathesis, en cambio, que significa afecto, se muestra a muy pocas personas, y a aquellos que están unidos por la semejanza de costumbres o por la comunión de virtudes, aunque en sí misma la diathesis parece tener muchas diferencias.

 

El patriarca Jacob y su amor por su hijo José

14.2. Porque también los padres aman de una manera, los esposos de otra, los hermanos de otra y los hijos de otra, y en la interrelación misma de estos afectos hay una gran diversidad, pues ni siquiera se encuentra un amor uniforme de los padres hacia los hijos. Lo cual también se prueba con el ejemplo del patriarca Jacob, quien, aunque era padre de doce hijos y los amaba a todos con amor paternal, sin embargo, amaba a José con un afecto particular, como claramente lo menciona la Escritura: “Sus hermanos envidiaban a José porque su padre lo amaba más” (Gn 37,4). Es decir, no es que este hombre justo y padre no amara realmente también a sus otros hijos, sino que estaba ligado más dulcemente y con mayor ternura, por así decirlo, a su afecto por este, prefiriéndolo como un tipo del Señor[1].

 

“El discípulo amado”

14.3. Incluso leemos que también Juan el Evangelista fue claramente designado así, ya que se dice sobre él: “El discípulo a quien Jesús amaba” (Jn 13,23); y aunque también incluía a los otros once, ya que fueron elegidos de manera similar, y Él los abrazó con un amor tan especial, de modo que la misma declaración evangélica confirma esto diciendo: “Como yo los he amado, también ustedes deben amarse unos a otros” (Jn 13,34). Sobre ellos también se dice en otro lugar: “Amando a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Pero en este caso, el amor por uno no implicaba un amor menor hacia los otros, sino una mayor abundancia de amor, que conferían a este el privilegio de su virginidad y su carne inmaculada.

 

Un amor “ordenado”

14.4. Por eso se caracteriza como algo más elevado y excepcional, porque no es comparación de odio, sino que la desbordante gracia de un amor muy abundante lo enaltece. Algo semejante también leemos en la persona de la esposa en el Cantar de Cantares, cuando dice: “Ordena[2] en mí el amor” (Ct 2,4 LXX). Porque esa es verdaderamente la caridad ordenada, que, sin odiar a nadie, ama más a algunos en virtud de sus buenas cualidades. Y, aunque ame en general a todos, elige especialmente a algunos a quienes debe dedicar un afecto particular. Y, a su vez, entre aquellos que son los más elevados y principales en este amor, elige para sí mismo a algunos que se distinguen de los demás por un afecto extraordinario».

 

Capítulo 15. Sobre aquellos que, disimulando, aumentan la propia confusión y la de sus hermanos

 

15. «Y en cambio, sabemos que en algunos hermanos -¡ojalá no los conociéramos!- hay una obstinación y dureza tan grandes que, cuando sienten que están enfadados con un hermano o que un hermano está enfadado con ellos, se alejan de aquellos a quienes deberían calmar con un acto humilde de reparación y diálogo, y comienzan a cantar algunos versículos de los Salmos para ocultar la tristeza del propio corazón, que ha surgido de la indignación causada por la conmoción de uno de los dos. Aunque piensan que están calmando la amargura que ha surgido en su corazón, con su desprecio están aumentando lo que habrían podido eliminar de inmediato, si hubieran estado más afligidos y humildes, con un arrepentimiento oportuno que sanara sus propios corazones y calmara los ánimos de sus hermanos. Porque con mezquindades de este tipo, en realidad están fomentando y alimentando el vicio del orgullo en lugar de eliminar los motivos de la disputa, y están haciendo caso omiso del mandamiento del Señor que dice: “Quien se enoje con su hermano, será reo de juicio” (Mt 5,22); y: “Si recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, y ve a reconciliarte con tu hermano; y entonces vuelve y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24)».


[1] Typum Domini, es decir “un anticipo” de la figura del Señor Jesús.

[2] Tasso en griego, que se puede traducir también por: arreglar, disponer, establecer.