Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVI, capítulos 8-11)

Capítulo 8. Cómo surgen las disensiones entre personas espirituales

 

8. «Porque, así como el enemigo separa a los hermanos que aún son carnales y débiles por una llamarada sobre alguna cosa insignificante y terrenal, así también produce discordia entre las personas espirituales a causa de una diferencia de percepciones, y de ahí surgen ciertamente con frecuencia las disputas y discusiones que el Apóstol condena (cf. Ga 5,20). Por consiguiente, como resultado, el enemigo envidioso y perverso siembra la división entre hermanos que viven en armonía. Porque son ciertas las palabras del sapientísimo Salomón: “El odio suscita la discordia, pero la amistad protege a todos los que no contienden” (Pr 10,12)».

 

Capítulo 9. Sobre la eliminación incluso de las causas espirituales de discordia

 

9. «Por lo tanto, para conservar un amor permanente e indivisible, no sirve haber amputado la primera causa de la discordia, que suele nacer de las cosas perecederas y terrenas, y haber despreciado por completo las cosas corporales y permitir a los hermanos la comunión indiscriminada de todas las cosas que nuestro práctica cotidiana requiere, a menos que también hayamos eliminado la segunda causa, que suele aparecer bajo la apariencia de pensamientos espirituales, si no adquirimos pensamientos humildes y voluntades armoniosas».

 

Capítulo 10. Sobre la óptima búsqueda de la verdad

 

10. «Recuerdo que, cuando mi juventud aún me impulsaba a la vida conyugal, con frecuencia en nuestros estudios de moral y de Sagrada Escritura, creíamos que nada era más realista y nada más razonable que esto. Pero cuando nos reuníamos y empezábamos a compartir nuestras opiniones, algunas de ellas, tras ser sometidas a examen común, eran primero señaladas como falsas y dañinas por uno de nosotros; y luego, condenadas unánimemente como perniciosas. Tan luminosamente radiantes eran, por así decirlo, cuando fueron sugeridas por primera vez por el diablo, que habrían podido generar fácilmente discordia si el mandato de los ancianos, que se observaba como una especie de oráculo divino, no nos hubiera mantenido alejados de toda contienda. Así lo decretaron ellos, con una especie de fuerza legal, que ninguno de nosotros debía confiar en su propio juicio más que en el de su hermano, si no queríamos ser engañados por la astucia del diablo».

 

Capítulo 11. Que es imposible que una persona que confía en su propio juicio no sea engañada por una ilusión del diablo

 

Absoluta necesidad de la humildad para practicar el discernimiento

11.1. «De hecho, con frecuencia sucede aquello que el apóstol comprueba: “Satanás mismo se transfigura en ángel de luz” (2 Co 11,14). De este modo, vierte fraudulentamente una oscuridad tenebrosa y repugnante sobre nuestros pensamientos en lugar de la verdadera luz del conocimiento. A menos que [aquello que percibimos][1] no haya sido recibido por un corazón humilde y gentil y examinado por un hermano muy maduro o por un anciano de virtud muy probada; y sea rechazado o aceptado por nosotros solo después de haber sido sometido cuidadosamente a su escrutinio. De lo contrario, sin duda, veneraremos en nuestros pensamientos a un ángel de las tinieblas en lugar de a un ángel de la luz y sufriremos una ruina muy grave. Es imposible que una persona que confía en su propio juicio escape a esta calamidad, a menos que ame y practique la verdadera humildad y lleve a cabo con total contrición de corazón lo que el Apóstol suplica tan encarecidamente».

 

Honrarnos unos a otros con humildad y caridad

11.2. «“Si hay algún consuelo en Cristo, si hay alguna alegría en el amor, si hay compasión[2] y misericordia, completen mi gozo, teniendo un único pensamiento, tengan una idéntica caridad, con un mismo ánimo y un mismo sentir; no considerando nada por espíritu de rivalidad o por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a ustedes mismos” (Flp 2,1-3). Y también aquello otro: “Adelántense a honrarse unos a otros” (Rm 12,10). Para que cada uno atribuya más conocimiento y santidad a su prójimo y crea que el verdadero discernimiento radica en el juicio de otro más que en el propio».

 

Capítulo 12. Por qué, en una conversación, no se debe desdeñar a los que son inferiores

 

Consultar a nuestras hermanas y a nuestros hermanos nos libera del orgullo y la soberbia

12. «A menudo sucede, ya sea por la mentira del diablo o por la intervención del error humano, porque no hay nadie en esta carne que no pueda ser engañado como un hombre, de modo que incluso aquél que a veces tiene mayor ingenio y mayor conocimiento pueda concebir algo falso en su mente, y aquél que es de menor ingenio y menor mérito presente con mayor rectitud y verdad algo más genuino. Por lo tanto, nadie, por muy dotado que esté de conocimiento, debe persuadirse a sí mismo con orgullo vano de que no necesita el consejo de nadie más. Porque, aunque una ilusión diabólica no nuble su juicio, no escapará de las trampas más graves de la soberbia y el orgullo. ¿Quién podría arrogarse esto sin gran peligro cuando “el vaso de elección” (cf. Hch 9,15), en quien Cristo habló, como él mismo declaró, dijo que había subido a Jerusalén únicamente para deliberar en privado con sus compañeros apóstoles sobre el Evangelio que estaba predicando a los gentiles con la revelación y la ayuda del Señor (cf. Ga 2,1-2)? De esto se desprende claramente no solo que la unanimidad y la concordia se mantienen gracias a estos preceptos, sino también que no hay que temer ninguna de las trampas de nuestro adversario, el diablo, ni las redes de sus ilusiones».


[1] Sigo la propuesta del Prof. Alciati en su traducción (Conversazioni, p. 945).

[2] Lit.: entrañas (viscera).