El esfuerzo de renovación que el reciente Concilio ecuménico nos impone a los religiosos, es una empresa difícil y que exige de cada uno de nosotros un interés tal que nos lleve a una reflexión serena y profunda, basada en una información lo suficientemente completa como para no caer en la arbitrariedad o en una superficialidad que ponga en peligro la renovación misma, haciendo de ella un instrumento demoledor en lugar de elemento re-juvenecedor.
Cada instituto religioso nació de la moción del Espíritu, Quien por su medio quiso revelar un aspecto de la vida de la Iglesia, quiso que fuera un signo parcial de lo que es la Iglesia en su ser intimo y profundo. De allí que la renovación consista fundamentalmente en revitalizar la fuerza significativa de ese signo, y no en cambiar su contenido.
Los principios que deben guiar esta renovación para que sea auténtica los propone el Concilio en el n° 2 del decreto Perfectae caritatis: “La adecuada renovación de la vida religiosa abarca simultáneamente un retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración inicial de los institutos y una adaptación a las circunstancias nuevas de la época”.
Tres puntos de referencia, tres fundamentos que hay que tener SIMULTÁNEAMENTE en cuenta:
1. Retorno a las fuentes de toda vida cristiana.
2. Retorno a la inspiración inicial de los institutos.
3. Adaptación a las circunstancias del mundo actual.
Los dos primeros se refieren al contenido del signo, contenido que no puede cambiar sin atentar contra la vida propia del instituto. El tercero mira la fuerza significativa del signo, su expresividad respecto a aquellos a quienes se dirige y que debe, por tanto, adaptarse a ellos, a su capacidad de captación, a su modo de expresarse.
Nuestro esfuerzo debe orientarse a despejar con la mayor claridad posible estos tres factores, que serán entonces los faros que demarcarán el camino de la autentica y fecunda renovación de la vida religiosa.
Pablo VI ha comentado el documento conciliar citado con referencia directa a la vida monástica, el 28 de octubre de 1966, en una alocución a las superioras benedictinas de Italia, reunidas en Roma: “No debéis creer... que el Concilio sea algo así como un huracán arrollador, algo así como una revolución, que trastorna ideas y costumbres y que autoriza novedades impensadas y temerarias. No, el Concilio es una renovación, no una revolución; y pueden ver cómo el primer criterio que guía su intervención en lo que a ustedes se refiere, es el de la fidelidad a los orígenes y no el del abandono de las genuinas tradiciones. Dice el Concilio: ‘La renovación de la vida religiosa exige un continuo retorno a las fuentes de toda forma de vida cristiana y al espíritu inicial de los institutos’ (P.C. n° 2). No se trata, por tanto, de ruptura de las raíces, sino de un retorno a las raíces de los mismos institutos, para extraer de ellas la autentica linfa vital que, ni los años, ni los cambios históricos, han podido secar y que puede y debe aún hoy dar nuevos frutos. La vida es perenne novedad. En su caso debe ser nueva toma de conciencia; novedad de virtud, novedad de obras, novedad de amor. Del mismo modo que la acción del Concilio no es revolucionaria sino renovadora” (AAS. 16 [1966] 1156). Continúa luego el Papa exhortando a las monjas a la renovación en el aprecio de la vida contemplativa, poniendo de relieve su relación con el mundo, relación que califica de misteriosa, estupenda y operante. La eficacia eclesial de la vida religiosa en general y de cada instituto en particular, en efecto, no debe medirse tanto por las obras que realiza, sino ante todo por su significación, por el mensaje que trae al mundo su misma vida, su existencia concreta. Es la misma vida en sí la que es un signo eficaz del misterio de la Iglesia en su realidad y en su dinámica más profunda.
Los artículos que se publican en este número extraordinario son intentos que buscan aclarar uno de los tres factores mencionados. Sobre todo hay que hacer notar el esfuerzo por hacer vivir los problemas fundamentales del hombre de hoy en la vida religiosa y monástica. Y este es el verdadero sentido del diálogo con el mundo: vivir de modo plenamente cristiano sus mismos problemas e inquietudes.
A fines del mes de junio pasado se ha realizado la segunda reunión de superiores de los monasterios del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay). En la sección Crónica publicamos las Actas correspondientes.
El proyecto de la creación de una congregación benedictina del Cono Sur ha sido el resultado más prometedor de las deliberaciones.
Si este proyecto se concretiza, como lo esperamos, la vida monástica en estos países entrará en nuevo período de vitalidad y prosperidad. A la yuxtaposición actual seguirá la unión y la colaboración.
P. Antonio Ghiotto, osb
director