Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (85)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)

Letra Alfa (continuación)

ABBA AMMONAS[1]

1. Interrogó un hermano a abba Ammonas, diciendo: “Dime una palabra”. El anciano le dijo: «Ve, haz tu pensamiento como el de los reos en la cárcel. Ellos, en efecto, preguntan siempre a los hombres dónde está el jefe y cuándo vendrá, y suspiran por su venida. Del mismo modo, el monje debe siempre esperar y acusar a su alma diciendo: “¡Ay de mí! ¿Cómo podré presentarme al tribunal de Cristo? ¿Cómo ejerceré mi defensa?”. Si meditas esto continuamente, podrás salvarte».

2. Decían de abba Ammonas que había matado un basilisco. Al internarse en el desierto para buscar agua del lago vio al basilisco, y se postró diciendo: “Señor, muera yo o muera él”. Y en el acto estalló el basilisco, por el poder de Cristo.

3. Dijo abba Ammonas: “Estuve en Escete durante catorce años, rogando a Dios noche y día que me otorgara la gracia de vencer la ira”.

4. Contaba uno de los padres que había un anciano en Kellia que era esforzado y llevaba una estera. Fue a ver a abba Ammonas. Vio éste al anciano llevando la estera y le dijo: “Esto no te sirve de nada”. Le preguntó el anciano: “Tres pensamientos me molestan: vagar por los desiertos, irme al extranjero donde nadie me conozca, o encerrarme en una celda sin recibir a nadie y comiendo cada dos días”. Le respondió abba Ammonas: “No te conviene realizar ninguna de estas tres cosas, más bien permanece en tu celda, come un poco cada día y lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón. De este modo te salvarás”.

5. Unos hermanos sufrieron una tribulación en el lugar en que habitaban, y deseando abandonarlo acudieron adonde estaba abba Ammonas. El anciano estaba sobre, una barca, y al verlos caminando por la costa del río dijo a los marineros: “Déjenme en tierra”. Llamando a los hermanos les habló así: “Yo soy Ammonas, a quien querían ver”. Consolando sus corazones, los hizo regresar al lugar de donde habían partido. La dificultad no procedía del alma, sino que era una aflicción humana.

6. Quería en una ocasión abba Ammonas atravesar el río, y al ver preparado el trasbordador, subió y se sentó en él. Había otra barca que cruzaba por el mismo sitio, y llevaba pasajeros. Le dijeron: “Ven tú también, abba; atraviesa con nosotros”. Él les dijo: “No subiré sino en un trasbordador público”. Tenía un ramo de hojas de palma, y estaba sentado tejiendo y deshaciendo y tejiendo nuevamente, durante el tiempo que permaneció en el trasbordador. Así atravesó el río. Los hermanos le preguntaron, haciendo una metanía: “¿Por qué has hecho esto?”. El anciano les dijo: “Para marchar sin ninguna preocupación del espíritu. Pero esto es un ejemplo, para que hagamos en paz el camino hacia Dios”.

7. Fue una vez abba Ammonas a visitar a abba Antonio y perdió el camino. Se sentó y durmió un rato, y levantándose del sueño oró a Dios diciendo: “Te pido, Señor y Dios mío, no pierdas a tu criatura”. Se le apareció una como mano de hombre suspendida en el cielo, mostrándole el camino, hasta que llegó a la cueva de abba Antonio y se detuvo frente a ella.

8. Al mismo abba Ammonas predijo abba Antonio que progresaría en el temor de Dios. Lo llevó fuera de la celda y, mostrándole una piedra, le dijo: “Injuria a esa piedra y golpéala”. Así lo hizo. Le preguntó abba Antonio: “¿Habló la piedra? “. Respondió: “No”. Abba Antonio le dijo: “También tú llegarás a esta medida”. Y así sucedió. De tal manera adelantó abba Ammonas que, por su gran bondad, no conocía la malicia. Cuando fue hecho obispo le presentaron una joven encinta diciendo: “Ella ha hecho esto, castígala”. Pero él hizo la señal de la cruz sobre el vientre de la joven y mandó que le diesen seis pares de sábanas, diciendo: “No suceda que, llegado el parto, muera ella o el niño, y no encuentren para la sepultura”. Los que acusaban a la mujer le dijeron: “¿Por qué has hecho esto? ¡Castígala!”. Les respondió: “Miren, hermanos, que está cerca la muerte, ¿qué debo hacer yo?”. Los despidió, y no se atrevió ningún anciano a condenar a nadie.

9. Contaban de él que fueron algunos que debían ser juzgados por él. El anciano se hacía el loco. Una mujer que estaba allí cerca dijo: “Este viejo está loco”. Al oírla el anciano llamó a la mujer y le dijo: “¡Cuánto he debido esforzarme en los desiertos para adquirir esta locura, y hoy tengo que perderla por tu culpa!”.

10. Fue una vez abba Ammonas a comer a un lugar donde habitaba un hombre de mala reputación. Sucedió que llegó una mujer y entró en la celda del hermano de mala fama. Sus vecinos, al saberlo, se turbaron, y se reunieron para expulsarlo de la celda. Supieron entonces que se encontraba allí el obispo Ammonas, y fueron a pedirle que se uniera a ellos. Cuando el hermano lo supo, tomó a la mujer y la escondió en un tonel. Al llegar con la muchedumbre, abba Ammonas sabía lo sucedido, pero lo disimuló por Dios. Entró y sentándose sobre el tonel, mandó revisar la celda. Después de que hubieron buscado por todas partes sin encontrar a la mujer, dijo abba Ammonas: “¿Qué es esto? Dios los perdone”. Después de orar los hizo marcharse, y tomando la mano del hermano, le dijo: “Hermano, cuídate”. Y dichas estas palabras se retiró.

11. Preguntaron a abba Ammonas sobre el camino angosto y duro (Mt 7,14), y respondió: “El camino angosto y duro es este: obligar a sus pensamientos y cortar las voluntades propias por Dios. Esto es también aquello de: Hemos dejado todo y te hemos seguido (Mt 19,27)”.

 

ABBA AQUILES[2]

1. Fueron tres ancianos a visitar a abba Aquiles, y uno de ellos tenía mala reputación. Uno de los ancianos le dijo: “Abba, hazme una red”. Le respondió: “No lo haré”. Otro le dijo: “Hazlo, por caridad, para que tengamos un recuerdo tuyo en el monasterio”. Respondió. “No tengo tiempo”. El tercero, el que tenía mala reputación, dijo: “Hazme una red, para tener algo salido de tus manos, abba”. Le respondió en seguida, diciendo: “La haré para ti”. Los otros dos ancianos le dijeron aparte: «¿Por qué cuando te lo pedimos nosotros no quisiste hacerlo, y a éste le dices: “La haré para ti?”». El anciano respondió: «Les dije: “No lo haré, y no se entristezcan, pensando que yo no tendría tiempo”; pero si yo no lo hiciera para este otro, diría: “Es porque el anciano ha oído hablar de mi falta que no quiere hacerlo”. En seguida cortamos la cuerda. Desperté su alma, para que no la consumiese la tristeza (cf. 2 Co 2,7)».

2. Dijo abba Bitimio: «Bajaba yo una vez hacia Escete, y me dieron unas pocas frutas para que las regalase a los ancianos. Llamé a la celda de abba Aquiles para, ofrecérselas, pero él me dijo: “En verdad, hermano, no quiero que llames aunque fuese maná (lo que traes), ni vayas tampoco a otra celda”. Me retiré a mi celda y llevé las frutas a la iglesia».

3. Fue una vez abba Aquiles a la celda de abba Isaías en Escete, y lo encontró comiendo. Había puesto en un plato sal y agua. El anciano, al ver que lo ocultaba detrás de las esteras, te dijo: “Dime, ¿qué estás comiendo?”. Le respondió: “Perdóname, abba, estaba cortando palmas y subí a causa del calor, y me eché a la boca un mordisco con sal, pero por el calor ardió mi garganta y no baja el bocado. Por eso, me vi obligado a echar un poco de agua en la sal, para poder comer. Perdóname, entonces”. Dijo el anciano: “Vengan y vean a Isaías comiendo una salsa en Escete. Si quieres comer una salsa, sube a Egipto”.

4. Fue un anciano a visitar a abba Aquiles. Vio que salía sangre de su boca y te preguntó: “¿Qué es esto, abba?”. El anciano respondió: “La palabra de un hermano me entristeció, y luché para no decírselo. Rogué a Dios que la quitase de mí, y mí pensamiento se convirtió en sangre en mi boca. Lo escupí, y ahora estoy tranquilo y he olvidado la pena”.

5. Dijo abba Amoes: «Fuimos abba Bitimio y yo adonde estaba abba Aquiles, y le oímos meditar esta frase: Jacob, no temas bajar a Egipto (Gn 46,3). Estuvo mucho tiempo meditando esta frase. Cuando llamamos nos abrió y nos preguntó: “¿De dónde son?”. Tuvimos miedo de decirle que veníamos de Kellia, y dijimos: “De la montaña de Nitria”. Dijo: “¿Qué puedo hacer por ustedes, que son de tan lejos?”. Y nos hizo entrar. Lo encontramos trabajando por la noche y haciendo muchas esteras. Le rogamos que nos dijera una palabra. Él dijo: “Desde el atardecer hasta este momento he tejido veinte medidas (de seis pies), y no tengo necesidad de ello. Pero es para que no se indigne Dios y me acuse, diciendo: ‘¿Cómo es que, pudiendo trabajar, no trabajas?’. Por eso me esfuerzo y hago todo lo que puedo”. Y nos retiramos edificados».

6. Otra vez, un gran anciano vino desde la Tebaida hasta donde estaba abba Aquiles, y le dijo: “Abba, estoy tentado por tu causa”. Le contestó: “Vamos, ¡también tú, anciano! ¿Así que estás tentado por mi causa?”. El anciano le dijo, por humildad: “Sí, abba”. Estaba sentado junto a la puerta un viejo ciego y cojo. El anciano dijo: “Desearía permanecer aquí durante algunos días, pero no puedo hacerlo por este anciano”. Al oírlo abba Aquiles se admiró de su humildad y dijo: “Esto no es fornicación, sino envidia de los malos espíritus”.

 


[1] “Numerosos son los monjes egipcios que, en el cuarto o quinto siglo se llamaban Amon, Amoun, Ammonios o Ammonas -todas variantes del mismo vocablo-, por lo que resulta difícil saber exactamente a qué personaje se debe atribuir uno u otro de los apotegmas. Las once sentencias que siguen se atribuyen a un Ammonas que pasó catorce años en Escete y que estuvo en contacto con san Antonio antes de llegar a ser obispo...” (Sentences, pp. 44-45).

[2] «Según un apotegma conservado sólo en armenio, “el abad Teodoro de Fermo decía de abba Aquiles que era como un león en Escete, considerado temible en su tiempo”. Esto era antes del final del siglo cuarto, en la época de los grandes ascetas escetiotas que rivalizaban en austeridad y humildad...» (Sentences, p. 48).