Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (83)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)

Letra Alfa (continuación)

ABBA ARSENIO[1]

1. Cuando abba Arsenio estaba todavía en el palacio, oró al Señor diciendo: “Señor, dirígeme por el camino de la salvación”. Y llegó hasta él una voz que le dijo: “Arsenio, huye de los hombres y serás salvo”.

2. Habiéndose retirado el mismo a la vida solitaria, oró de nuevo diciendo idénticas palabras (cf. Mt 26,44). Y oyó una voz que le decía: “Arsenio, huye, calla, recógete (hesicaze), porque estas son las raíces de la impecabilidad”.

3. Los demonios rodearon a abba Arsenio, que estaba en su celda, y lo hostigaban. Llegaron los que asistían al anciano y, permaneciendo fuera de la celda, lo oyeron clamar a Dios con estas palabras: “Oh, Dios, no me abandones; nada bueno he hecho en tu presencia, pero concédeme según tu bondad que lo pueda comenzar”.

4. Decían del mismo, que así como ninguno en la corte se vestía mejor que él, ninguno llevaba ropas más vulgares en la iglesia.

5. Alguien dijo al bienaventurado Arsenio: “¿Cómo, es que nosotros no tenemos nada, con toda nuestra educación y sabiduría, mientras que estos campesinos y egipcios adquieren tantas virtudes?”. Le respondió abba Arsenio: “Nosotros no sacamos nada de nuestra educación secular, pero estos campesinos y egipcios adquieren las virtudes por sus trabajos”.

6. Interrogaba una vez abba Arsenio sobre sus propios pensamientos a un anciano egipcio. Uno que lo vio, le dijo: “Abba Arsenio, ¿cómo tú, que has recibido semejante educación romana y griega, interrogas a este rústico acerca de tus pensamientos?”. Le respondió: “Aprendí las ciencias romanas y griegas, pero todavía no aprendí el alfabeto de este rústico”.

7. Fue una vez el bienaventurado arzobispo Teófilo con un notable a visitar a abba Arsenio, e interrogaba al anciano para oír de él una palabra. Después de callar por un corto tiempo, respondió: “¿Observarán lo que les diga?”. Ellos prometieron que lo guardarían. Les dijo entonces el anciano: “Adonde oigan que está Arsenio no se acerquen”.

8. Deseando otra vez encontrarse el arzobispo con él, envió a preguntarle si le abriría el anciano. Le dio esta respuesta: “Si vienes, te abriré. Pero si abro para ti, abriré a todos, y entonces no permaneceré ya aquí”. Al oír esto dijo el arzobispo: “Si voy allí para expulsarlo, no iré más a verlo”.

9. Pidió un hermano a abba Arsenio que le hiciera oír una palabra. El anciano le dijo: “En cuanto de ti dependa, esfuérzate para que tu trabajo interior sea de acuerdo a Dios, y vencerás las pasiones exteriores”.

10. Dijo también: “Si buscamos a Dios, Él se manifestará a nosotros; y si lo retenemos, permanecerá con nosotros”.

11. Alguien dijo a abba Arsenio: “Mis pensamientos me afligen, diciéndome: No puedes ayunar ni trabajar; visita al menos a los enfermos: también esto es caridad”. El anciano, conociendo que era semilla sembrada por los demonios, le dijo: “Ve, come, bebe, duerme y no trabajes; pero no salgas de la celda”. Porque sabía que la paciencia de la celda lleva al monje a observar su orden.

12. Decía abba Arsenio, que el monje peregrino en una región extranjera no debe inmiscuirse en nada, y así tendrá el descanso.

13. Dijo abba Marcos a abba Arsenio: “¿Por qué huyes de nosotros?”. Le respondió el anciano: “Dios sabe que los amo, pero no puedo estar con Dios y con los hombres. Los millares y miríadas celestiales tienen una sola voluntad, pero los hombres muchas. No puedo entonces abandonar a Dios para estar con los hombres”.

14. Abba Daniel decía acerca de abba Arsenio, que pasaba la noche entera sin dormir, y cuando, al amanecer, la naturaleza lo obligaba a acostarse, decía al sueño: “Ven, servidor malo”. Sentado, tomaba entonces, un corto sueño, y se levantaba en seguida.

15. Decía abba Arsenio que es suficiente para el monje dormir una hora, si es luchador.

16. Contaban los ancianos que un día distribuyeron en Escete unos higos secos. Como eran de poco valor, no le mandaron a abba Arsenio, para que no se ofendiese. El anciano, al saber lo sucedido, no acudió a la sinaxis, diciendo: “Me han excomulgado al no mandarme la eulogia que Dios envió a los hermanos, y que yo no fui digno de recibir”. Lo supieron todos y aprovecharon (sus almas) por la humildad del anciano. El presbítero le llevó entonces los higos secos, y lo trajo con alegría a la sinaxis.

17. Decía abba Daniel: “Permaneció con nosotros durante muchos años, y cada año le dábamos un canasto de trigo, y cuando lo íbamos a visitar comíamos de él”.

18. Decía también acerca del mismo abba Arsenio, que no cambiaba el agua de las palmas más que una vez al año, y para el resto solamente agregaba. Trenzaba una cuerda y tejía hasta la hora sexta. Los ancianos le suplicaron: “¿Por qué no cambias el agua de las palmas, que huele mal?”. Él les dijo: “Es necesario que en lugar de los perfumes y aromas que utilizaba en el mundo, soporte este mal olor”.

19. Decía también (abba Daniel) que cuando (abba Arsenio) oía que todas las clases de frutas estaban ya maduras, decía: “Tráiganmelas”, y tomaba una sola vez y un poquito de cada una, dando gracias a Dios.

20. Cayó una vez enfermo en Escete abba Arsenio. Le faltaba hasta un pedazo de tela de lino, y como no tenía con qué comprarlo, lo recibió de otro por caridad, y dijo: “Gracias te doy, Señor, porque me hiciste digno de recibir la caridad en tu Nombre”.

21. Decían que la distancia hasta su celda era de veintidós millas. No salía prontamente de ella, pues otros lo servían. Cuando fue devastada Escete, salió llorando y dijo: “El mundo ha perdido a Roma y los monjes a Escete”.

22. Preguntó abba Marcos a abba Arsenio: “¿Es bueno no tener consolación en la celda? Porque vi un hermano que tenía unas legumbres y las estaba arrancando”. Le respondió abba Arsenio: “Es bueno, pero según las fuerzas del hombre. Porque si no tiene fuerza para semejante práctica, pronto plantará otras”.

23. Abba Daniel, discípulo de abba Arsenio, relataba lo siguiente: “Estaba junto a abba Alejandro, el cual, vencido por el dolor, se acostó mirando hacia arriba, a causa del dolor. El bienaventurado Arsenio llegó para hablar con él, y lo vio acostado. Mientras conversaban, le dijo: “¿Quién era el secular que he visto aquí?”. Le dijo abba Alejandro: “¿Dónde le viste?”. Respondió: “Cuando bajaba de la montaña, miré hacia la gruta y vi a alguien acostado y mirando hacia arriba”. Entonces, postrándose, le dijo: “Perdóname, era yo, porque el dolor se había apoderado de mí”. Le dijo el anciano: “¿Eras tú, entonces? Está bien. Yo supuse que era un secular, por eso preguntaba”.

24. Dijo otra vez abba Arsenio a abba Alejandro: “Cuando hayas terminado de cortar tus ramas de palmera, ven a comer conmigo, pero si llegaran huéspedes, come con ellos”. Abba Alejandro trabajaba lentamente y con cuidado. Cuando llegó la hora, tenía todavía palmas, y queriendo cumplir la orden del anciano, esperó hasta concluir el trabajo. Abba Arsenio, al ver que se demoraba, comió, pensando que habían llegado visitantes (a su celda). Abba Alejandro, cuando hubo terminado su trabajo, hacia el atardecer, se puso en camino. Le dijo el anciano: “¿Tuviste visitas?”. Respondió: “No”; le dijo: “¿Por qué no viniste, entonces?”. Contestó: “Porque tú me dijiste: Cuando termines de cortar tus palmas, ven. Por guardar tu palabra no he venido hasta ahora, que terminé”. Se admiró el anciano de su exactitud, y le dijo: “Rompe el ayuno, pronto, para recitar el Oficio, y bebe tu ración de agua; de lo contrario pronto estará enfermo tu cuerpo”.

25. Llegó una vez abba Arsenio a un lugar en el que había cañas, que el viento agitaba. Dijo entonces el anciano a los hermanos. “¿Qué es este movimiento?”. Le respondieron: “Son cañas”. Les dijo el anciano: “Si uno permanece en la hesiquía y oye el canto de un pajarillo, ya no tiene el corazón la misma tranquilidad. Cuanto más ustedes, que tienen el movimiento de estas cañas”.

26. Contaba abba Daniel que unos hermanos que se dirigían a la Tebaida en busca de lino, dijeron: “Aprovechemos la ocasión para visitar a abba Arsenio”. Abba Alejandro dijo entonces al anciano: “Hermanos que vienen de Alejandría desean verte”. Le dijo el anciano: “Pregúntales por qué razón han venido”. Supo que iban a la Tebaida a buscar lino y se lo dijo al anciano. Dijo éste: “En verdad, no verán el rostro de Arsenio, pues no han venido por mí, sino por su trabajo. Hazlos descansar y despídelos en paz, diciéndoles que el anciano no los puede recibir”.

27. Fue un hermano a la celda de abba Arsenio en Escete, y mientras esperaba a la puerta, vio al anciano todo como de fuego -era el hermano digno de ver esto-. Cuando llamó, salió el anciano, y vio al hermano que estaba sorprendido. Le dijo: “¿Hace mucho que estás llamando? ¿Has visto acaso algo?”. Le respondió: “No”. Y después de hablar con él, lo despidió.

28. Mientras abba Arsenio vivía en Canopo, vino desde Roma para verlo una virgen de familia senatorial, muy rica y temerosa de Dios. Fue recibida por Teófilo, el arzobispo, al cual rogó que convenciera al anciano para que la recibiera. Acudió adonde él estaba y lo invitó, diciendo: “Una mujer, de rango senatorial, ha venido desde Roma y desea verte”. Pero el anciano no accedió a ir a su encuentro. Cuando se lo dijeron a ella, mandó ensillar los asnos, diciendo: “Confío en Dios que lo he de ver. No he venido a ver un hombre, porque hay muchos hombres en nuestra ciudad; he venido a ver a un profeta”. Al llegar cerca de la celda del anciano, se encontró con él, que estaba fuera de la celda por divina disposición. Cuando lo vio, ella se prosternó a sus pies. Pero él la levantó airado y, mirándola, le dijo: “Si quieres ver mi rostro, míralo aquí”. Ella, en cambio, no miraba su cara por vergüenza. Le dijo el anciano: “¿No habías oído acerca de mi ocupación? Debías haberlo tenido en cuenta. ¿Cómo osaste emprender semejante travesía? ¿No sabes acaso que eres mujer, y que no conviene que vayas a cualquier sitio? ¿O es que, cuando vuelvas a Roma, dirás a las demás mujeres: He visto a Arsenio, y se convertirá el mar en camino para las mujeres que vendrán hasta mí?”. Dijo ella: “Si el Señor lo quiere, no permitiré que venga nadie. Pero ruega por mí y recuérdame siempre”. Él le respondió: “Pido a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón”. Al oír esto, ella se retiró conmovida. Llegó a la ciudad y por la tarde cayó con fiebre. Mandó decir al bienaventurado Teófilo, el arzobispo, que estaba enferma. Acudió él donde se encontraba la mujer, y le pedía que le dijese la causa de su enfermedad. Le respondió: “Ojalá no hubiese venido nunca. Porque le pedí al anciano: Acuérdate de mí, y me respondió: Pido a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón. Entonces yo muero de tristeza”. Le dijo el arzobispo: “¿No sabes que eres mujer, y que por medio de las mujeres ataca el enemigo a los santos? Por eso el anciano habló de esa manera. Por tu alma, empero, rezará siempre”. De este modo curó su pensamiento, y ella volvió a su casa con alegría.

29. Contaba abba Daniel acerca de abba Arsenio que una vez fue donde él un magistrado, para llevarle el testamento de un senador de su familia, que le había dejado una cuantiosa herencia. Lo tomó y quiso desgarrarlo. El magistrado se echó a sus pies, diciendo: “Te ruego que no lo desgarres, porque me cortarán la cabeza”. Le dijo abba Arsenio: “Éste ha muerto ahora, yo he muerto antes que él”. Le devolvió el testamento y no quiso recibir nada.

30. Decían de él que, la tarde del sábado, al comenzar el domingo, dejaba el sol a su espalda y extendía sus manos hacia el cielo, en oración, hasta que nuevamente el sol iluminaba su rostro. Entonces, se sentaba.

31. Decían de abba Arsenio y de abba Teodoro de Ferme, que odiaban la gloria de los hombres más que los demás. Pues mientras abba Arsenio no veía fácilmente a nadie, abba Teodoro los veía, pero era como una espada.

32. Cuando abba Arsenio habitaba en las regiones inferiores, fue tentado y pensó abandonar la celda. Sin tomar nada de lo suyo, se dirigió adonde estaban sus discípulos Alejandro y Zoilo, de Farán. Dijo a Alejandro: “Levántate y sube a la nave”. Así lo hizo. Dijo a Zoilo: “Acompáñame hasta el río y busca una nave que me lleve hasta Alejandría; después embárcate tú también y ve hasta donde esté tu hermano”. Zoilo, preocupado por estas palabras, guardó silencio. Se separaron. Cuando el anciano llegó a la región de Alejandría enfermó gravemente. Sus discípulos se decían: “Acaso uno de nosotros ha entristecido al anciano, y por esto se ha alejado de nosotros” Pero no encontraban nada en ellos, ni una desobediencia. Cuando el anciano curó, dijo: “Iré a ver a mis padres”. Navegó hasta Petra, donde estaban sus discípulos. Estaba cerca del río cuando una esclava etíope tocó su melota. El anciano la reprendió, pero ella le dijo: “Si eres monje, vete a la montaña”. En esto, llegaron adonde él estaba Alejandro y Zoilo. Cuando ellos se echaron a sus pies, también se prosternó el anciano ante ellos, y lloraban todos. Les dijo el anciano: “¿No supieron que estuve erfermo?”. Respondieron: “Sí”. Les dijo el anciano: “¿Y por qué no vinieron a verme?”. Abba Alejandro le respondió: “Tu alejamiento de nosotros no fue provechoso, y no benefició a muchos, que decían: Si no hubieran desobedecido al anciano, no se habría alejado de ellos”. Les dijo: «De nuevo dirán los hombres: “No encontró la paloma reposo para sus pies, y volvió a Noé, al Arca” (Gn 8,9). De este modo se reconciliaron, y él permaneció con ellos hasta la muerte.

33. Dijo abba Daniel: «Abba Arsenio nos contó, como tratándose de otro, pero en realidad se trataba de él, que estando un anciano en su celda, le llegó una voz que le dijo: “Ven, y te mostraré los trabajos de los hombres”. Se levantó y fue con él. Lo llevó a cierto lugar donde vio un negro cortando leña para formar un haz grande. Quería llevarlo, pero no podía, y en lugar de quitar algunos leños, seguía cortando y lo agregaba al haz. Hizo esto muchas veces. Avanzando otro poco le mostró un hombre que estaba junto a un lago, del que sacaba agua y la echaba en un recipiente agujereado, y el agua volvía al lago. Después le dijo: “Ven, te mostraré otra cosa”. Y vio un templo y dos hombres montados a caballo y llevando un tirante de madera atravesado, el uno frente al otro, que intentaban pasar por la puerta, pero no podían, porque estaba atravesada la madera. Ninguno de ellos quiso ponerse atrás del otro, para llevar derecho el madero, y por eso quedaron fuera de la puerta. “Estos son, le dijo, los que llevan con soberbia el yugo de la justicia, y no se humillaron para corregirse y marchar por el camino humilde de Cristo; por eso, permanecen fuera del Reino de Dios. El que cortaba leña es un hombre lleno de pecados, que, en lugar de arrepentirse, agrega más iniquidades sobre sus pecados. Y el que sacaba agua, es un hombre que hace obras buenas, pero mezcladas con las malas, y por eso pierde también sus buenas obras. Es necesario que todo hombre vigile sobre su trabajo, para no esforzarse en vano”».

34. Contaba el mismo que cierto día vinieron algunos padres desde Alejandría para ver a abba Arsenio. Uno de ellos era tío de Timoteo el anciano, arzobispo de Alejandría, llamado el pobre, y traía consigo a uno de sus sobrinos. Estaba enfermo el anciano y no quiso recibirlos, para que no vinieran también otros y lo molestasen. Se encontraba entonces en Petra de Troe. Ellos se volvieron afligidos. Mas hubo una invasión de los bárbaros y él fue a habitar en la región inferior (del Nilo). Cuando supieron, volvieron a visitarle y el anciano los recibió con alegría. Un hermano que estaba con ellos le dijo: “¿Sabes, abba, que fuimos hasta Troe para estar contigo y no nos recibiste?”. Respondió el anciano. “Ustedes han comido pan y bebido agua; pero yo, hijo, en verdad que no he probado pan ni agua, ni me he sentado, para castigarme, hasta que pensé que habían llegado de regreso a su casa, porque se habían fatigado por mí. Perdónenme, hermanos”. Y se fueron consolados.

35. Decía el mismo: «Me llamó un día abba Arsenio y me dijo: “Conforta a tu padre, para que cuando vayas al Señor, él a su vez te conforte a ti, y tú te encuentres bien”».

36. Contaban de abba Arsenio que cuando estaba enfermo en Escete, el presbítero lo llevó a la iglesia y lo hizo acostar sobre un colchón con una pequeña almohada bajo la cabeza. Uno de los ancianos que fue a visitarlo, lo vio sobre un colchón y con la almohada bajo la cabeza, y escandalizado dijo: “¿Es éste abba Arsenio? ¿De este modo se acuesta?”. Lo llevó aparte el presbítero y le dijo: “¿Cuál era tu trabajo en la aldea?”. Respondió: “Era pastor”. Le preguntó: “¿Cómo vivías?”. Respondió: “Vivía con mucho sacrificio”. Le dijo: “¿Cómo vives ahora en la celda?”. Respondió: “Con mayor descanso”. Le dijo entonces el presbítero: ¿”Ves a abba Arsenio? Cuando estaba en el mundo era como el padre de los emperadores, y lo atendían miles de servidores con cinturones de oro, y llevando todos collares de oro y vestiduras de seda. Bajo sus pies había tapices preciosos. Tú eras pastor y no tenías en el mundo el descanso que tienes ahora; pero éste tenía en el mundo el lujo, y no lo tiene aquí. Mientras tú estás en la consolación, él sufre”. Al oír esto, se arrepintió y pidió perdón, diciendo: “Perdóname, padre, porque he pecado. En verdad, éste es el verdadero camino, que ha llevado a este hombre a la humildad; a mí, empero, me ha traído al descanso”. Y se alejó el anciano, después de recibir mucho provecho.

37. Uno de los padres fue a ver a abba Arsenio. Cuando llamó a la puerta abrió el anciano, creyendo que era uno de los que lo servían. Al ver a otro, se echó con el rostro en tierra. Le dijo: “Levántate, abba, para que te salude”. Le respondió el anciano: “No me levantaré hasta que te hayas marchado”. Y aunque se lo rogó con insistencia, no se levantó hasta que se hubo ido.

38. Decían que un hermano fue a ver a abba Arsenio, en Escete, y al llegar, pedía a los clérigos para verlo. Ellos le dijeron: “Descansa un poco, hermano, y lo verás”. Él respondió: “No tomaré nada antes de verlo”. Enviaron con él un hermano para que lo acompañase, porque su celda estaba distante. Llamaron a la puerta y entraron, y después de saludar al anciano se sentaron en silencio. Dijo el hermano de la iglesia (que lo había acompañado): “Me retiro, rueguen por mí”. El hermano extranjero, que no tenía confianza con el anciano, dijo al hermano: “Me voy contigo”. Y ambos salieron. Le pidió entonces: “Llévame también adonde está abba Moisés, el que fue ladrón”. Cuando llegaron a su celda, él los recibió con alegría y los despidió después de haberlos atendido. Le dijo el hermano que lo había acompañado: “Te he llevado a ver al extranjero y al egipcio. ¿Cuál de los dos te gustó más?”. Respondió: “Me gustó el egipcio”. Uno de los padres oyó esto, y oró a Dios diciendo: “Señor, muéstrame la solución: puesto que uno huye por tu Nombre y el otro, por tu Nombre, recibe con los brazos abiertos”. Y le fueron mostradas dos grandes naves sobre el río, y vio a abba Arsenio y al Espíritu de Dios navegando en paz en una de ellas, y a abba Moisés con los ángeles de Dios navegando en la otra, alimentándolo con miel.

39. Decía abba Daniel: «Cuando estaba abba Arsenio a punto de morir, nos mandó decir: “No se preocupen en hacer ágapes por mí, porque si he hecho caridad (ágape) por mí, la volveré a encontrar”».

40. Cuando estaba por morir abba Arsenio, se turbaron sus discípulos. Él les dijo: “Todavía no ha llegado la hora. Cuando llegue la hora, se los lo diré. Seré juzgado con ustedes ante el terrible tribunal si dan mi cuerpo a alguien”. Le respondieron: “¿Qué haremos, porque no sabemos sepultar?”. Les dijo el anciano: “¿No saben atar una soga a mi pie y llevarme hasta la montaña?”. Esta era la palabra que repetía el anciano: “Arsenio, ¿por qué saliste.deI mundo? Mucha veces me he arrepentido de haber hablado, nunca de callar”. Cercana ya la muerte, lo vieron llorar los hermanos y le dijeron: “Es verdad que tú también tienes miedo, abba”. Él les dijo: “En verdad, el temor que tengo ahora, ha estado conmigo desde que me hice monje”. Y así murió.

41. Se decía de él que durante toda su vida, mientras estaba sentado para el trabajo manual, tenía un paño sobre el pecho (otros leen: una arruga en el pecho), por las lágrimas que caían de sus ojos. Cuando supo abba Pastor que había muerto, dijo llorando: “Bienaventurado eres, abba Arsenio, porque lloraste por ti en este mundo, porque el que no llora aquí, llorará eternamente más allá. Sea que lo hagamos aquí espontáneamente o allá por los tormentos, es imposible no llorar”.

42. Acerca del mismo relataba abba Daniel: “Nunca quiso hablar sobre cuestión alguna de la Escritura, aunque podía hacerlo si hubiera querido. Tampoco escribía cartas con facilidad. Cuando, de tanto en tanto, venía a la iglesia, se sentaba detrás de una columna, para que no viesen su rostro ni ver él a los demás. Tenía un aspecto angelical, como Jacob. Totalmente canoso, era de cuerpo elegante, delgado. Llevaba una larga barba hasta la cintura. Las pestañas se le habían caído de tanto llorar. Era alto, pero encorvado en la vejez. Alcanzó los noventa y cinco años. Estuvo en el palacio de Teodosio el grande, de divina memoria, cuarenta años, haciendo de padre a los divinos Arcadio y Honorio; en Escete estuvo otros cuarenta años, diez en Troe sobre Babilonia, hacia Menfis, y tres en Canopo de Alejandría. Los dos últimos años regresó a Troe, donde murió, acabando su carrera en la paz y el temor de Dios, porque era un varón bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe (Hch 11,24). Me dejó su túnica de piel, su camisa de cilicio blanca y sus sandalias de hoja de palmera. Aunque soy indigno, los llevo para que me bendiga”.

43. Contó también abba Daniel sobre abba Arsenio: «Llamó un día a mis padres, abba Alejandro y abba Zoilo, y postrándose ante ellos les dijo: “Los demonios me atacan, y no sé si me dominan durante el sueño, así que esforzaos esta noche conmigo y observen si me duermo durante la vigilia”. Desde el atardecer se sentaron uno a su derecha y otro a su izquierda, en silencio. Y decían mis padres: “Nosotros dormimos y nos despertamos, y no advertimos que él durmiese”. Al amanecer -Dios sabe si lo simuló, para que nosotros creyésemos que había dormido, o si verdaderamente llegó el sueño-, suspiró tres veces y se levantó enseguida, diciendo: “He dormido, ¿no es verdad?”. Y nosotros respondimos: “No sabemos”».

44. Fueron unos ancianos a ver a abba Arsenio, y le rogaron insistentemente que lo recibiese. Él les abrió la puerta, y ellos le pidieron que les hablase acerca de los que viven en la hesiquía y no se juntan con nadie. Le dijo el anciano: “Mientras la joven está en casa de su padre, muchos quieren casarse con ella. Pero cuando toma marido, ya no agrada a todos. Unos la desprecian, otros la alaban, y no es estimada como antes, cuando vivía oculta. Lo mismo vale para las cosas del alma; una vez que se divulgan, ya no pueden contentar a todos”.

 


[1] “Procedente de una familia noble, Arsenio nació en Roma en la época de la muerte de san Antonio. Ejerció importantes funciones en la corte imperial de Constantinopla y, tal vez, fue preceptor de los futuros emperadores Arcadio y Honorio. En 394, huyó del mundo y sus honores, llegó secretamente a Egipto y se hizo monje en Escete, junto a Juan Colobos. Después de vivir por algún tiempo en Petra y en Canope de Alejandría, dejó definitivamente Escete en el momento de la devastación del 434 y pasó los últimos años de su vida en Troe, actualmente Toura, a unos quince kilómetros al sudeste del Cairo” (Sentences, p. 23).