Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (76)

3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 91: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo se debe recibir en el monasterio al hijo de un noble? El Señor responde por el Maestro:

1Cuando el hijo de un noble quiera acudir con presteza al monasterio para dedicarse al servicio de Dios, no se le recibirá sin que haya prometido antes, como ya lo hemos dicho[1], que cumplirá todo lo que exige la obediencia. 2Luego, se consultará a sus padres, para saber su parecer al respecto. 3De modo que, si en alguna ocasión, pudiesen mostrarse contrarios hasta el punto de hacer violencia al Señor por él, pueda ser reivindicado para el claustro del monasterio, 4porque es fuerte el Señor para protegerle por sí mismo, puesto que más poderosa su diestra para protegerle que toda la iniquidad del diablo para dañarlo[2]. 5Si, por el contrario, sus padres estuviesen de acuerdo con su deseo, entonces, el abad les convocará al monasterio (y) ellos preguntarán a su hijo sobre su deseo de vida religiosa, 6para se vea que, los mismos que le engendraron, le consagran y ofrecen. 7Cuando, por tanto, los padres respondan que más bien cumplirán con mucho gusto sus deseos, el abad les dirá:

8«Realmente sólo Dios nos basta a todos y en todo[3]. 9Pero puesto que a los que se presentan para el servicio divino, y entran en el monasterio, se les quita primero la esperanza del siglo, 10es necesario, que descargado del peso de su fortuna, y sin que ninguna atadura del mundo lo retenga por más tiempo, marche seguro y solo hacia el Señor, 11porque nadie que sirva a Dios, ha de estar enredado en negocios seculares, si quiere complacer a Aquél, a quien se entregó (2 Tm 2,4), 12porque un hombre “cargado de oro, no puede seguir a Cristo”[4], 13debido a que no puede servir a dos señores (Mt 6,24); 14pero sirve bien a Dios, quien quiere poseer con Él, un tesoro en los cielos, donde la polilla no devora, ni los ladrones lo socavan ni roban (Mt 6,20), 15como dice el Señor en el evangelio: “El que no renuncia a todo lo que posee, no puede seguirme y ser mi discípulo” (Lc 14,33); 16porque, según ya dijimos[5], “un hombre cargado de oro, no puede seguir a Cristo”[6], 17hasta tal punto que el Señor amonesta en el Evangelio de esta manera a aquél que quiere seguir sus huellas, diciéndole: 18Si quieres ser perfecto, ve, vende todo cuanto tienes, ven y sígueme” (Mt 19,21; Lc 18,22). 19De donde, entristecido aquél a causa de sus muchas riquezas, mereció escuchar esta sentencia de la boca[7] del Señor (cf. Mt 19,22; Mc 10,22; Lc 18,23): 20Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en le reino de los cielos” (Mt 19,24). 21). El Apóstol, por su parte, les condena también con su sentencia, diciendo: “Pero los que quieren enriquecerse, caen en la tentación, en las trampas y en muchas concupiscencias[8], que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. 22(Porque) la raíz de todos los males es la avaricia, y algunos, por dejarse llevar por ella, se extraviaron en la fe, y se atormentaron con muchos dolores” (1 Tm 6,9-10)». 23Por tanto, ven que no puede seguir a Dios, quien no quiere abandonar los bienes que posee en el mundo, ni puede amar a Dios, quien no quiera odiar sus riquezas; 24porque el Señor sabe retribuir a quienes se han hecho pobres por Él, con mucho más y mucho mejor de lo que despreciaron por Dios, 25y además les concede la vida eterna para gozarla perpetuamente (cf. Mt 19,29)».

26«Pero Dios no busca despojarlos de sus riquezas para obtener para sí algún beneficio, 27o goza con la pobreza de ustedes, o se felicita con la indigencia de ustedes, 28sino para que, caminando hacia Él y deseando sus riquezas eternas, 29no les suceda que los impedimentos momentáneos del siglo, ocupen sus pensamientos (y) nunca les dejen pensar en su alma, 30y así puedan estar preparados para la muerte; 31no sea que, pasando sus días en la negligencia hasta los límites extremos de la vida, dedicando sus pensamientos a las cosas del siglo, la última rendición de cuentas[9] de la muerte les sorprenda en el juicio con sólo sus pecados, sin ninguna otra posesión que la de las penas eternas, 32y que, cuando comiencen a arrepentirse en la eternidad, ya no puedan encontrar el remedio de la penitencia. 33De aquí que la Escritura nos grita con toda razón: “Corran, mientras tengan la luz, para que puedan disponer de su destino[10], y no los sorprendan las tinieblas de la muerte, donde será examinada la negligencia de ustedes” (cf. Jn 123,5). Por consiguiente, los que quieren acercarse al Señor sin alejarse de la avaricia de sus riquezas, de esos tales el Apóstol dijo anteriormente[11] que no pueden permanecer en su propósito de darse a Dios, y fácilmente pueden apartarse de la fe porque les queda algo del siglo que amar (cf. 1 Tm 6,10)».

35«En virtud de estas consideraciones, oh padres, con razón les aconsejamos según Dios respecto a su hijo: si desean ofrecer su hijo a Dios de manera digna, ante todo despójenlo del siglo. 36Porque si le quedase algo del mundo que le reservaren, en alguna ocasión sentiría el cosquilleo[12] del diabólico deseo, 37como el perro, vuelve gustoso a su vómito (Pr 26,11; 2 P 2,22), 38como quien pone la mano en el arado y mira hacia atrás, ya no es apto para el reino de los cielos (Lc 9,62); 39(y) llegará un día, en que, seguro de la porción que le han reservado, dejará el monasterio, deseando volver a la casa secular de ustedes, queriendo ser coheredero con sus hermanos, 40volviendo a ser esposo y dueño de sus posesiones; 41y reintegrado a los placeres y las pompas de antes, no tendrá otro deseo que el de casarse».

42«Por tanto, según hemos dicho antes[13], si quieren ofrecerlo a Dios dignamente, piensen en despojarle de todo impedimento antes que en su alma. 43Así, por tanto, escuchen la voz de ese Señor, a quien su hijo dice (querer) seguir, que le dice: 44Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y ven, sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19,21; Lc 18,22). 45Pero puesto que su parte todavía está en poder de ustedes, y el consentimiento y el permiso de ustedes parece que (es) principalmente el que lo ofrece a Dios, les incumbe disponer de ella según la palabra del Señor[14]. 46Si desean escuchar (esa palabra) en nombre de su hijo, ustedes mismos deben decidir lo que conviene. 47En tanto que a su hijo no le quede nada de ustedes en el mundo, sino sólo Dios».

48«Pero si, a causa de la inmensa riqueza de ustedes y del gran amor de la casa de familia nutricia de ustedes, este precepto divino les resulta penoso y menos grato, escuchen el consejo saludable de nuestra regla, establecido por los Padres: 49Que se hagan de su herencia tres partes iguales. 50Una, será vendida y distribuida a los pobres y a los indigentes por manos del abad. 51Otra, se la cederá a ustedes o bien a sus hermanos como donación por testamento, al partir él para la corte de los santos[15]. 52Pero la tercera parte la llevará consigo, a título de viático personal, al monasterio en beneficio de los santos[16]; 53porque del mismo modo que su hijo dará su parte a todos los hermanos del monasterio para ayudarles a vivir, según lo que dice el Apóstol sobre la limosna: “Sobre todo a nuestros hermanos[17] en la fe” (Ga 6,10); 54igualmente todos los hermanos del monasterio, uno después de otro y según lo que cada uno posea, aportarán, según esta norma, al entrar en el monasterio, (su haber) para beneficiar a su hijo con toda la comunidad».

55«Pero si ambas proposiciones les resultan desagradables, de manera que no escuchan a Dios ni distribuyendo a los pobres (cf. Mt 19,21) y redimiendo el alma (cf. Sal 33 [34],23; Dn 4,24) de su hijo, ni siguiendo nuestro consejo dividiendo en partes y privándole de su fortuna secular, 56entonces, den a Dios al menos a su hijo sin nada, prometiendo, por juramento sobre los santos Evangelios, que de ahora en adelante no tendrá nada del patrimonio de ustedes; 57de modo que, perseverando en la estabilidad junto a Dios, sabrá que ya no puede esperar nada del siglo, cuando se vea extraño respecto de ustedes y del mundo. 58Deseará solamente las cosas de arriba (cf. Col 3,1-2), porque esto es útil para su alma; para que vaya al Señor, o bien ayudado por ustedes, o bien, desheredado por ustedes a causa de Él, corra más felizmente hacia Dios, 59gritando al Señor, a quien sigue desnudo[18]: 60Tú, Señor, me restituirás mi heredad” (Sal 15 [16],5). 61Lo que importa es que no haya nada del siglo que pueda esperar de los bienes de ustedes, tanto en vida como después de la muerte de ustedes, 62porque si el mundo ha sido crucificado (Ga 6,14) para él una vez por todas, no debe dejarse deleitar de nuevo por él. 63Pero si de ningún modo quieren tomar una disposición sobre ello, pienso que la causa de él les quedará reservada para el juicio divino[19], 63pero él, sepan segurísimamente, recibirá del Señor mucho más que lo que despreció, ya que ha hecho del Señor, a quien siguió desnudo, deudor suyo[20]. 65En efecto, su hijo, sin duda, recibirá muchas cosas en los cielos, según la promesa del Señor en el Evangelio, que dice: 66No hay nadie que deje oro o plata o posesiones o casas por mi causa, 67y que no reciba el céntuplo en el reino de Dios y además la vida eterna” (Mc 10,29-30; cf. Lc 18,29-30). 68Su hijo, oídas estas palabras, está preparado. 69Si quieren, él lo dejará todo para poder encontrar el céntuplo junto a Dios, porque nuestro Señor es nuestro proveedor universal[21]. 70Además, ¿qué (sería) suficiente, si el mismo Señor no le es suficiente?»[22].

 

 


[1] Cf. RM 87,4; 89,2; 90,64.

[2] Cf. Passio Iuliani 11.

[3] Cf. Juliano Pomerio, Sobre la vida contemplativa II,16,2.

[4] Jerónimo, Epístola 14,6.

[5] Cf. RM 91,12.

[6] Jerónimo, Epístola 14,6.

[7] Lit.: “voz” (vocis).

[8] Lit.: “deseos” (desideria).

[9] Ratio.

[10] Licentiae ad providendum.

[11] Cf. RM 91,22.

[12] Habebit titillationem.

[13] Cf. RM 91,35.

[14] Dominicam vocem.

[15] Cf. Passio Sebastiani 12; Passio Iuliani, prefacio.

[16] Vv. 48-52: cf. Cesáreo de Arlés, Regla para los monjes 1; Juliano Pomerio, Sobre la vida contemplativa II,11.

[17] Domesticos.

[18] Jerónimo, Epístola 125,20.

[19] Otra traducción menos literal: “Pienso que deberán responder de él en el juicio divino” (causam eius puto vobis divino reservari iudicio).

[20] Cf. Jerónimo, Epístola 125,20.

[21] Quia de omnibus Domuns noster est nobis idoneus.

[22] Otra traducción: “Además, ¿qué es lo que puede llenar al que el mismo Señor no llena?” (Nam quid illi sufficit, cui ipse Dominus non sufficit?). Cf. Juliano Pomerio, Sobre la vida contemplativa II,16,2; Agustín de Hipona, La ciudad de Dios 4,21.