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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 24: Pregunta de los discípulos: Sobre el lector hebdomadario en el refectorio. El Señor responde por el maestro:

1En una y otra estación, en verano o en invierno, cuando la refección (es) a sexta o a nona, cada prepósito de cada decanía hará por turno una semana de lectura en el refectorio. 2Pero un prepósito no leerá cuando el otro prepósito está ocupado en el servicio de la cocina, no sea que uno leyendo y el otro cocinando, no haya ninguno presente para corregir las faltas de sus hermanos en la mesa. 3Estos prepósitos, al terminar cada uno por turno las semanas de lectura en el refectorio, designarán para leer a hermanos instruidos[1], cada uno por turno durante una semana, para que todos los letrados de cada decanía puedan leer por turno. 4Y después que todos los hermanos hayan cumplido sus semanas de lectura, los prepósitos se volverán a suceder unos después de otros, para que nunca falte el alimento corporal ni el alimento divino, 5como dice la Escritura: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios (Lc 4,4)[2], para que los hermanos tengan una doble refección, comiendo por la boca y alimentándose por los oídos.

6Por tanto, la entrada en semana se hará así: 7el domingo, día en que los semaneros de cocina ingresan en la semana, 8entonces también ese hermano (lector), en la comida de la hora sexta, después del versículo y la oración de la mesa, cuando el abad se sienta en su cátedra, antes que descienda el cesto con los panes habituales por la cuerda con la polea, 9entonces el que leerá se presentará diciendo con su voz: “Dígnense, señores míos, orar por mí que ingreso en la semana de lectura en la mesa”. 10En seguida el abad se levantará con toda la comunidad, se arrodillará en el suelo y rezará por él. 11Y cuando se levante, dirá el nuevo semanero este versículo: “Señor, abre mis labios y mi boca anunciará tu alabanza” (Sal 50 [51],17), y todos responderán. 12Después de decir el versículo el abad concluirá, e inmediatamente dará la paz, primero al abad, luego a todos. 13Después pondrá su silla en medio de todas las mesas, y luego que todos se hayan sentado en las mesas, pedida la bendición, siéntese él también en la silla con el códice. 14Y cuando el abad haya recibido con todos la primera copa de vino puro de la comida, también él recibirá su copa de vino puro, para no escupir el sacramento, y así comience a leer.

15Cada día leerá esta regla, poniendo diariamente[3] una marca hasta donde haya leído, para que (la lectura) se continúe cotidianamente, pero que se lea todo; a fin de que de una semana a la otra se pueda terminar de leer y se comience de nuevo. 16Cuando este hebdomadario haya terminado su semana de lectura, mostrará a su sucesor la marca desde donde seguir, para que prosiga al comenzar la semana. 17Éste, terminando y recomenzando, le mostrará la marca a su sucesor al concluir la semana.

18Leerá ordenadamente, sin apurarse, para que los oyentes conozcan claramente lo que deben cumplir con sus acciones, 19y para que, si hay cosas ambiguas u oscuras, y que los hermanos no las comprenden claramente, el abad las exponga, sea que los hermanos lo interroguen o que él tome la iniciativa.

20Pero si, tal vez, llegan laicos al refectorio del monasterio, por causa de las futuras murmuraciones en el siglo, cuando un laico conozca los secretos de Dios, 21se leerá, si al abad le place, otra lectura de un códice cualquiera, para que el secreto del monasterio y las normas de la vida santa que constituyen la disciplina, no sean conocidas por los que se burlan. 22Por tanto, se leerá otra lectura, pero dejando la marca en la regla. 23Pero si algún laico, retenido en la mesa del monasterio, el abad está seguro que no sólo puede admirar las constituciones divinas, sino que también es muy religioso para poder seguirlas, convirtiéndose y dejándose atraer a las costumbres divinas, 24(cuando) venga al refectorio, el lector continuará la regla. 25Porque deben oír la regla del monasterio quienes puedan observarla como corresponde.

26Igualmente si se debe leer la regla en las mesas a la hora de la refección, (es) porque toda la comunidad está entonces reunida para comer, y todos podrán en consecuencia, sin excusas, observarla rectamente, al escuchar esa lectura (que asegura) la observancia y la enmienda; 27de modo que todos oigan la regla entera y que nadie pierda algo, de manera que todos los que la oigan deberán cumplirla con hechos.

28Cuando un hermano está ocupado en ese trabajo en la semana, los semaneros recogerán para él los platos de todos (los alimentos) puestos sobre las mesas, 29y el celerario reservará su ración de pan y el número de bebidas habituales, 30para que después que todos se hayan levantado, pedida la bendición, él mismo tome su refección.

31Pero si dijimos que la regla del monasterio debe leerse cotidianamente en las mesas, es a fin de que ningún hermano se excuse por ignorancia para no enmendarse, 32-puesto que si la regla se pone en práctica cada día, se la observará mejor conociéndola-, 33para que (un hermano) no diga desconocer lo que podría cumplir por obediencia.

34Por otra parte, en el tiempo mismo de la refección, cuando se lee la regla para que estén atentos los oídos de todos los hermanos, el abad preguntará a los hermanos que quiera, en cada una de las mesas, sobre lo que se lee; 35así cada vez que un hermano recitare lo que oyó, se probará que en ese momento prestaba más atención a la lectura que al estómago, 36y cuando negligentemente un sordo no diga lo que escuchó, se juzgará que ama más la carne que el alma. 37En seguida, (es) justicia, el abad debe corregirlo por esa negligencia, para que temiendo avergonzarse si se lo interroga, cada hermano impida a su mente divagar en otras partes y se aplique a lo que se lee.

38El semanero leerá en la mesa mientras el abad está sentado a la mesa con los hermanos. 39Cuando se levanten, colocada en la regla la marca, también él se levantará con el códice, (y) cuando todos hayan acabado el versículo con la oración, responderá con todos: “Deo gratias”. En seguida se volverá a sentar en su mesa y recibirá como los demás la refección reservada por los semaneros y las medidas de vino bendecidas por el abad o los prepósitos.

 


[1] Litteratos.

[2] Cf. Cesáreo de Arlés, Regla para los monjes 9.

[3] Lit.: ad diem.