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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 10 (conclusión): Pregunta de los discípulos: Sobre la humildad de los hermanos: ¿cómo debe ser, por qué medios se adquiere y cómo, una vez adquirida, se la conserva? El Señor responde por el maestro:

92Sin duda esa alma, habiendo ascendido aquellos grados, después de la salida de esta vida, entrará en aquella recompensa del Señor, la cual describe el Apóstol diciendo: Los sufrimientos de este siglo no se pueden comparar con la gloria futura que se revelará en nosotros (Rm 8,18). 93Esas almas recibirán aquella vida eterna que permanece en la exultación de la sempiterna alegría, que no conoce un fin ulterior. 94En la que «los plantíos de rosas rojas nunca se marchitan, 95en la que los bosques reverdecen con un floreciente verdor perpetuo. 96Donde los prados siempre frescos son regados con ríos de miel, 97donde las hierbas con flores de azafrán perfuman y los campos exhalan olores exquisitos de los que están llenos. 98Allí las narices aspiran brisas que tienen vida eterna, 99allí la luz no (tiene) sombra, el cielo (está) sin nubes y los ojos gozan de un día perpetuo sin las tinieblas nocturnas. 100Allí las delicias no son impedidas por ninguna ocupación, 101ninguna solicitud en absoluto perturba la seguridad. 102Nunca se oyen ni se mencionan mugidos, alaridos, gemidos y llantos; 103allí nunca se ha visto nada feo, deforme, espantoso, negro, horrendo o sórdido. 104La belleza en la amenidad de los bosques, el esplendor en el aire agradable y los ojos sin intermisión abiertos gozan de la hermosura y de todo (género) de elegancia; 105y absolutamente nada reciben los oídos que perturbe la mente. 106Porque allí suenan permanentemente los instrumentos (acompañando) los himnos cantados por los ángeles y arcángeles para alabanza del rey. 107Alló no tienen lugar la amargura y la aspereza biliosa. 108Allí nunca se oyen truenos, ni se ven rayos y relámpagos. 109Allí las zarzas producen canela, y los arbustos exhalan bálsamo. 110El olor del aire difunde deleites por todos los miembros. 111Allí el alimento no produce ningún excremento. 112Así como los oídos se sacian con una buena noticia, la nariz con el buen olor y los ojos con el buen aspecto, y la comida misma no puede volver a ser digerida»[1], 113porque no en la comida ni en la bebida, sino en el aspecto, el olor y le oído consiste la saciedad del amor, 114“así allí la refección, que se recibe por la boca, que sabe dulce (como) miel, en la boca de cada uno tiene el sabor que le es más apetecible. 115Finalmente, tan pronto como el alma desea algo, un efecto inmediato responde a su deseo”[2]. 116En esa delectación y alegría la edad no teme la vejez, ni la vida su fin, ni esas delicias la ulterior muerte prevista. 117En este gozo de las riquezas peremnes, el posesor no desaparece ni lo sucede un heredero, porque no conoce una muerte ulterior, puesto que muriendo ha obtenido, con el precio de las buenas acciones, la vida eterna.

118Esta es la patria celestial de los santos. 119Felices los que puedan subir a esa región peremne por la escala de la observancia del tiempo presente, ascendiendo los grados de la humildad, 120para alegrarse con Dios en la perpetua exultación, que Dios ha preparado para quienes le aman (1 Co 2,9), 121los que observan sus mandatos (Ap 12,17), 122y tienen el corazón puro (Mt 5,8).

123Fin de los actos de la milicia del corazón: cómo huir de los pecados por el temor de Dios.

 


[1] Vv. 94-112: Passio Sebastiani 13.

[2] Vv. 114-115: Passio Sebastiani 13.