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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
 

IX. La Regla del Maestro (continuación)

 Capítulo 2: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo debe ser el abad? El Señor responde por el maestro:

1Un abad digno de presidir un monasterio debe acordarse siempre de cómo se lo llama, y llenar con obras el nombre de superior. 2Se cree, en efecto, que hace las veces de Cristo en el monasterio, puesto que se lo llama con ese nombre, 3según lo que dice el Apóstol: Recibieron el espíritu de adopción de hijos, por el cual clamamos al Señor: “Abba, Padre” (Rm 8,15). 4Por lo tanto, el abad no debe enseñar, establecer o mandar nada que se aparte del precepto del Señor, 5para que su mandato, su monición y su doctrina se difundan en las almas de los discípulos como un fermento de la justicia divina. 6Recuerde siempre el abad que se le pedirá cuenta en el tremendo juicio de Dios de ambas cosas: de su doctrina y de la obediencia de sus discípulos. 7Y sepa el abad que el pastor será el culpable del detrimento que el Padre de familias encuentre en sus ovejas. 8Pero si usa toda su diligencia de pastor con el rebaño inquieto y desobediente, y emplea todos sus cuidados para corregir su mal comportamiento, 9su pastor será absuelto en el juicio del Señor, y podrá decir con el Profeta: No escondí tu verdad en mi corazón; manifesté tu verdad y tu salvación, pero ellos, desdeñándome, me despreciaron (Sal 39 [40],11; Is 1,2). 10Y entonces, por fin, el castigo de las ovejas desobedientes encomendadas a su cuidado sea su propia enfermedad mortal.
 
11Por tanto, cuando alguien recibe el nombre de abad, debe gobernar a sus discípulos con doble doctrina, 12esto es, debe mostrar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras. ¿De qué modo? A los discípulos inteligentes proponga con palabras los mandatos del Señor, pero a los duros de corazón y a los simples muestre con sus obras los preceptos divinos. 13Y cuanto enseñe a sus discípulos que es malo, muestre en su persona con acciones que no se debe hacer, no sea que predicando a los demás sea él hallado réprobo (1 Co 9,27), 14y que por sus pecados Dios le diga: ¿Por qué has proclamado tú mis preceptos y tomas en tu boca mi alianza? Pues tú odiaste la disciplina (Sal 49 [50],16-17).15Y: Tú que veías una paja en el ojo de tu hermano ¿no viste una viga en el tuyo? (Mt 7,3).
 
16No haga distinción de personas en el monasterio. 17No ame a uno más que a otro, sino al que hallare mejor por sus buenas obras. 18Al esclavo que se convierte no antepondrá el hombre libre por causa de su nacimiento. 19¿Por qué? ¿Por qué? Porque tanto el siervo como el libre, todos somos uno en Cristo, y servimos bajo un único Señor en una misma milicia, porque no hay acepción de personas ante Dios (Ef 6,8; Ga 3,28; Rm 2,11). 20Sólo seremos distinguidos ante Dios si somos encontrados mejores que los demás por nuestras acciones. 21Y sin embargo, para mostrar su piadosa clemencia semejante para con todos, Dios ordena a los elementos de la tierra servir por igual a justos y pecadores (cf. Mt 5,45). 22Sea, por tanto, igual su caridad para con todos, aplicando idéntica disciplina en todos los casos.
 
23El abad debe, en efecto, guardar siempre en su enseñanza, aquella norma del Apóstol que dice: Reprende, exhorta, amonesta (2 Tm 4,2), 24es decir, que debe actuar según las circunstancias, ya sea con severidad o con dulzura, mostrando rigor de maestro o afecto de padre piadoso. 25Debe, pues, reprender a los indisciplinados e inquietos, pero a los obedientes, mansos y muy pacientes, debe exhortarlos para que progresen; y le advertimos que amoneste a los negligentes y a los arrogantes.
 
26Pero debe mostrar en su propia persona una humildad tal como la que el Señor demostró a los apóstoles que peleaban por el primer lugar, 27es decir, cuando tomando a un niño de la mano lo puso en medio de ellos y dijo: 28“El que entre ustedes quiera ser el más grande, sea como éste” (Mt 18,2-3). 29Y así todo lo que el abad ordene hacer a sus discípulos por (el nombre) de Dios, empezará él a hacerlo, y cada vez que da directivas, los miembros le seguirán de inmediato adonde los conduzca la cabeza.
 
30Sin embargo, debe tener hacia todos los hermanos una caridad y una bondad tales que, no prefiriendo a ninguno, muestre en sí a todos los discípulos el nombre de ambos padres, 31el de madre, presentando su igual caridad; el de padre, mostrando una razonable piedad.
 
32El abad debe acordarse siempre de lo que es, debe recordar el nombre que lleva, y saber que a quien más se le confía, más se le exige (Lc 12,48). 33Y sepa que quien recibe almas para regirlas, debe prepararse para rendir cuentas. 34Y tenga por cierto que, cuantos son los hermanos que sabe bajo su cuidado, en el día del juicio de todas esas almas deberá dar razón exactamente al Señor, sin duda añadiendo también la suya. 35Porque para no hacer su voluntad propia en el monasterio, los hermanos militaron siempre bajo sus órdenes en toda obediencia. 36Puesto que cuando sean examinados sobre todas sus acciones, dirán al Señor en el juicio que todos sus actos los realizaron por obediencia al mandato del maestro. 37Y por eso el maestro debe ser siempre cauto, 38para que todo lo que manda, todo lo que enseña, todo lo que corrige se demuestren ser preceptos de Dios, conforme a la justicia[1], de modo que en el juicio futuro no sea condenado. 39Temiendo siempre la cuenta que va a rendir como pastor de las ovejas a él confiadas, porque al cuidar de las cuentas ajenas, se vuelve cuidadoso de las suyas, 40y al corregir a los otros con sus exhortaciones, él mismo se corrige de sus vicios.
 
41Lo que el abad verdaderamente quiera realizar o hacer para utilidad del monasterio, hágalo con el consejo de los hermanos, 42y convocados todos los hermanos se tratará en común sobre la utilidad del monasterio. 43Sin embargo, los hermanos, no por una libre iniciativa o contra la voluntad de la autoridad del abad, son eventualmente llamados a deliberar, sino por una orden o mandato del abad. 44Pero si a todos se debe pedir consejo, (es) porque tantos hombres, tantas son las opiniones, por la mucha diversidad, 45-no sea que de quien no se espera, dé inesperadamente un consejo mejor y más ventajoso para la utilidad común-, 46y de muchos consejos se puede encontrar lo que es mejor elegir. 47Si de entre (los hermanos) nadie puede dar un consejo adecuado, entonces el abad, dando razón de su decisión, decretará lo que quiera, y es justo que los miembros sigan a la cabeza. 48Si dijimos que todos los hermanos deben ser llamados a consejo, es por causa de la consigna del monasterio: los bienes del monasterio son de todos y de nadie. 49De todos, porque avanzando, los hermanos esperan sucederse en el monasterio alternativamente; 50de nadie, porque nada hay en el monasterio que los hermanos puedan reivindicar para sí personalmente, y ninguno decreta o hace algo por libre arbitrio, sino que todos viven bajo la autoridad del abad.
 
51Por tanto, el abad será el artífice de este santo arte, no atribuyéndose a sí mismo el ministerio de ese arte, sino al Señor, cuya gracia obra en nosotros cualquier obra santamente realizada por nosotros. 52Ese arte se debe enseñar y aprender en la oficina del monasterio, y puede ejercitarse con las herramientas espirituales.
 
 


[1] Iustitia dictante.