Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (28)

 

 

3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
 
 
IX. La Regla del Maestro (continuación)
 
Tema (conclusión)
 
Comentario a los Salmos
 
 
1Por tanto, hermanos, acabada nuestra oración al Señor, tratemos ahora en lo que sigue, según sus mandatos, sobre las obras de nuestro servicio[1], 2para que Aquel que se dignó contarnos en el número de sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones. 3En todo tiempo, por tanto, debemos obedecerle con los bienes suyos que Él depositó en nosotros, de tal modo que nunca, como padre airado, desherede a sus hijos, 4ni como señor temible, irritado por nuestras maldades, entregue a la pena eterna, como a pésimos siervos, a los que no quisieron seguirle a la gloria. 5Levantémonos, entonces, de una vez, como perezosos, a las excitaciones de la Escritura, que dice: Porque ya es hora de levantarnos del sueño (Rm 13,11); 6y abiertos nuestros ojos a la luz deífica, oigamos con oído atento lo que diariamente nos amonesta la voz divina cuando clamando nos dice: 7El que tenga oídos para oír, escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias (Ap 2,7; Mt 11,5). 8¿Qué cosa? Vengan, hijos, escúchenme, yo les enseñaré el temor del Señor (Sal 33 [34],12). 9Corran mientras tienen la luz de la vida, para que no los alcancen las tinieblas de la muerte (Jn 12,35).
 
10Y buscando el Señor a su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige este clamor, grita de nuevo diciendo: 11¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices? (Sal 33 [34],13). 12Tú que escuchas, responde: “Yo”. Y el Señor te dirá: 13“Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, prohíbe el mal a tu lengua, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela” (cf. Mt 19,16; Sal 33 [34],14-15). 14Y cuando hayan hecho esto, pondré mis ojos sobre ustedes, los justos, y mis oídos oirán sus preces, y antes de que me invoquen les diré: “Aquí estoy” (Sal 33 [34],16; Passio Iuliani 12; Is 58,9¸65,24). 15¿Qué cosa más dulce para nosotros, hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? 16He aquí cómo el Señor, en su piedad, nos muestra el camino de la vida. 17Ciñiendo, por tanto, nuestra cintura con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a Aquel que nos llamó.
 
18Si queremos habitar en la morada de ese reino, no llegaremos allí sino corriendo con las buenas obras. 19Pero preguntemos al Señor con el profeta, diciéndole: Señor, ¿quién habitará en tu morada, o quién descansará en tu monte santo? (Sal 14 [15],1). 20Después de esta pregunta, hermanos, oigamos al Señor que nuevamente nos responde y nos muestra el camino de su tabernáculo, 21diciendo: El que anda sin pecado y practica la justicia; 22el que dice la verdad en su corazón y no tiene dolo en su lengua; 23el que no hizo mal a su prójimo ni admitió que se afrentara a su prójimo (Sal 14 [15],2-3); 24el que apartó de la mirada de su corazón al maligno diablo tentador, y lo redujo a nada junto con su misma tentación, y tomó sus nacientes pensamientos y los estrelló contra la piedra, que es Cristo (Sal 14 [15],4; 136 [137],9). 25Los los que temiendo al Señor no se engríen de su buena observancia, sino que consideran que el mismo bien que ellos tienen, no es obra suya sino del Señor (Sal 14 [15],4), 26más bien engrandecen al Señor que obra en ellos, diciendo con el Profeta: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria (cf. Sal 14 [15],4; 113 [115],9 [1]). 27Tampoco el apóstol Pablo se atribuía nada de su predicación, diciendo: Por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Co 15,10). 28Y el mismo también dice: Si hay que gloriarse, no me toca a mí [hacerlo] (2 Co 12,1). 29El Señor continúa, entonces, indicándonos el camino de la vida bienaventurada, diciendo: El que jura a su prójimo y no lo engaña; el que no presta dinero a usura, 30el qué no acepta soborno contra los inocentes (Sal 14 [15],4-5). 31Y prosigue el Señor diciéndonos en el Evangelio: Quien escucha estas palabras mías y las practica nunca fallará (Mt 7,24; Sal 14 [15],5). 32Y nosotros preguntémosle, diciendo: “¿Cómo, Señor, nunca fallará?”. 33El Señor nos responderá nuevamente: “¿Cómo? Porque se parece a un hombre sabio que edificó su casa sobre piedra; 34vinieron los ríos, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, y no se cayó, porque estaba fundada sobre piedra (Mt 7,24-25).
 
35Dicho esto[2], el Señor calla, esperando de nosotros cada día que le respondamos a sus santas admoniciones con actos (cf. Mt 7,28). 36Por eso cotidianamente se nos dan de tregua los días de la presente vida, para la enmienda de nuestras malas (acciones), 37según dice el apóstol: ¿Ignoras acaso que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia? (Rm 2,4). 38Porque el piadoso Señor afirma: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 33,11).
 
39Cuando le preguntamos al Señor, hermanos, sobre quién moraría en su casa, oímos lo que hay que hacer para habitar en ella, a condición de cumplir el deber del morador. 40Por tanto, preparemos nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar bajo la santa obediencia de los preceptos, 41y roguemos al Señor que nos conceda la ayuda de su gracia, para cumplir lo que nuestra naturaleza no puede. 42Y si queremos evitar las penas de la gehena y llegar a la vida perpetua, 43mientras todavía haya tiempo, y estemos en el cuerpo, y haya tiempo para cumplir todas estas cosas a la luz de esta vida, 44corramos y practiquemos ahora lo que nos aprovechará eternamente. 45Vamos, por tanto, a establecer una escuela del servicio del Señor, 46para que, no abandonando jamás su magisterio y perseverando en el monasterio en su enseñanza hasta la muerte, merezcamos participar por la paciencia de la pasión de Cristo, para que el Señor nos haga también coherederos de su reino. Amén.
 
  


[1] A partir del siguiente versículo (2) comienza el paralelismo con el prólogo de la RB.
[2] Haec conplens...