Inicio » Content » SEXTO DOMINGO DURANTE EL AÑO. Ciclo "B"
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Cristo cura al leproso

Siglo XII

Santa Maria Nuova di Monreale, Italia

 

«Jesús no responde: “Queda limpio”, sino: “Quiero, queda limpio”... Deseaba con estas palabras afirmar a todo el pueblo y al leproso en la convicción que tenían de su poder; por eso dice: “Quiero”. No se contentó con decirlo y no hacerlo, sino que el acto siguió inmediatamente. Si se hubiese expresado mal, si su palabra hubiese sido una blasfemia, su acción se hubiera encontrado impedida. Ahora, por el contrario, la naturaleza actúa con una rapidez impresionante, más de prisa de lo que el evangelista puede expresarlo, porque la expresión “en seguida” es demasiado lenta para igualar la rapidez del hecho.

El Señor no dice solamente: “Quiero, queda limpio”, sino que extendió la mano y tocó al leproso. Esto es muy digno de retener la atención. ¿Por qué, en efecto, cuando bastaba querer y hablar para limpiarlo, lo toca con su mano? Me parece que no había más razón que la demostrar que se situaba no por debajo de la Ley, sino por encima, y que no existe nada impuro para el que es puro... Su mano no se hizo impura por el contacto con la lepra; al contrario, el cuerpo del leproso quedó purificado por esta santísima mano. Es que Cristo no vino únicamente para curar los cuerpos, sino para elevar las almas a la santidad... y enseñamos que la única lepra temible es el pecado...»[1].

 



[1] San Juan Crisóstomo, Homilía 25 sobre san Mateo, 1-2; PG. 57, 328-330. Trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1974, i 85. San Juan Crisóstomo (nació hacia 344-354), afamado rétor y fino exegeta, primero asceta y monje; luego, diácono y presbítero en Antioquía; después obispo de Constantinopla (año 398). Aquí su seriedad de reformador y también su falta de tacto le llevaron a serios conflictos con obispos y con la corte imperial. Depuesto y desterrado, sus tribulaciones y muerte (14.09.407) en el exilio fueron una dolorosa prueba martirial para él y para el sector de la comunidad eclesial que se le mantuvo fiel. Su afamada elocuencia le valió el título de “Crisóstomo”, es decir: “Boca de Oro”, que le fue dado en el siglo VI.