Inicio » Content » “SERENUM ENMENDATIONIS ET PORTUM HUMILITATIS” (III). EL ARREPENTIMIENTO HACE VOLVER A LA SERENIDAD Y LA HUMILDAD CONDUCE AL PUERTO SEGURO (reflexión en base al texto de “Legatus divinae pietatis” II,12)

“Santas monjas benedictinas”, vitral de la capilla del Monasterio de San Benito, Bristow, Virginia (USA).

De izquierda a derecha: Hildegardis, Walburga, Scholastica, Mechtildis de Hackeborn y Gertrudis de Helfta.

 

Augusta Tescari, ocso[1]

Continuamos con nuestra lectura[2]:

“Tu respuesta a estos pensamientos míos fue la siguiente: ‘Si viene de improviso una tormenta, ¿qué consolación puede tener un enfermo que, dejándose llevar  por otro, sufre por no poder volver a exponerse a la agradable luz del sol, que no sea esperar que vuelva otra vez el buen tiempo? Del mismo modo yo, vencido por el amor a ti, habiendo decidido habitar contigo en medio de todas las tempestades de los vicios que te inundan, me pongo al resguardo de todo, al sereno de tu arrepentimiento y al puerto de la humildad”.

¡Oh bendito Señor! ¡Te basta tan poco para perdonarnos, para colmarnos de tu misericordia, para seguir viviendo en nuestro corazón, estimulándonos al bien! ¡En vez de escondernos o de desear que Tú te alejes, sobrepuestos de la vergüenza utilizamos esta bendita vergüenza para reencontrar la serenidad mediante el arrepentimiento, y la seguridad del puerto mediante la humildad!

Dice el Papa Francisco: “No debemos temer reconocernos pecadores, porque todo pecado ha sido llevado por el Hijo a la cruz. Y cuando nosotros lo confesamos arrepentidos, confiándonos a Él, estemos seguros de ser perdonados[3]. El Papa, en una reciente homilía, casi parafraseando las palabras de este capítulo gertrudiano, dijo a los sacerdotes: “No debemos temer nuestros pecados. Evitemos creernos más o menos de lo que somos: acojamos, con esa dignidad que sabe avergonzarse, la misericordia de la carne herida de Cristo y pidámosle que nos lave de todo pecado”[4].

Gertrudis termina así la narración de su pecado y de la gracia recibida:

“¡Mi lengua no alcanza a expresar la abundancia de gracia que me había concedido tu prolongada presencia en esta ocasión! Que pueda suplirla, te lo pido, el afecto del corazón; y que aquel abismo de humildad al cual me ha atraído la condescendencia de tu amor, me enseñe a elevar hacia tu inmensa misericordia mi acción de gracias”.

En pocas líneas, mediante el relato de una culpa cometida, Gertrudis logra comunicarnos con mucha simplicidad e inmediatez todo un misterio de gracia: el pecado tiene que ser reconocido y llamado por su nombre; resulta necesaria una sana vergüenza, que no nos aleja de Dios, pero que nos hace sentir la necesidad absoluta de su presencia, de su ayuda y de su perdón. Dado que en Él nos movemos, somos y existimos (y hasta en el pecado nuestra libertad no puede hacer nada sin Él), apresurémonos a volver a la serenidad del arrepentimiento y a correr al reparo, anclándonos en el puerto seguro de la humildad. Como monja que era, seguidora de la Regla de san Benito, Gertrudis ha recibido la gracia de comprender a fondo la humildad de Cristo y la necesidad de recorrer a su vez la vía de la humildad, aceptando la continua misericordia del Señor y abismándose en la acción de la gracia.

Espero haberlos convencido de la belleza y de la profundidad de este capitulito, ignorado por las alabanzas de la crítica. Con pocas y magistrales pinceladas, Gertrudis nos traza un retrato de la vida cotidiana, marcado por una culpa cometida por debilidad: no se especifica por qué razón, nuestra santa, de carácter vivísimo y reactivo, se enojó y ofendió a una hermana probablemente con respuestas mordaces o con una actitud irritada. Luego ella describe la intervención misericordiosa de su Señor, que no solo sigue amándola y habitando en su corazón sino que le enseña cómo recuperar la serenidad y la paz.

Hay otro hermoso capítulo, no escrito directamente por Gertrudis sino por una hermana de la comunidad de Helfta, compiladora del libro III del Legatus, que expresa el modo con el cual Cristo le habría explicado a la santa su ‘suplencia’, en caso de pecados debidos a fragilidad:

“Cierta vez, Gertrudis trataba de comprender cuál, entre los diversos dones que la liberal misericordia de Dios le había concedido, era más útil revelar a los hombres para su aprovechamiento espiritual. Entonces el Señor, entrando en su pensamiento y en su deseo, le dio esta respuesta: ‘Es oportuno decirles que ellos obtendrán un gran provecho en acordarse de que yo, el Hijo de la Virgen, intercedo siempre ante el Padre por la salvación de los hombres; y que, cuando manchan su corazón a causa de su fragilidad, yo ofrezco en reparación al Padre, mi corazón santísimo. Cuando pecan con la boca, yo ofrezco mi boca inocente; cuando pecan con sus obras, ofrezco por ellos mis manos traspasadas. De cualquier modo que hubiera pecado, de inmediato mi inocencia aplaca a mi Padre, de modo tal que, arrepentidos, puedan fácilmente obtener el perdón. Yo quisiera que mis elegidos, siempre que imploran este perdón, me ofrecieran la acción de gracias por haberlo obtenido con tanta facilidad”[5].

Los dos capítulos se confirman uno al otro y nos atestiguan no solamente la veracidad de las experiencias místicas de la santa, sino también la solidez de la teología espiritual subyacente.

La misericordia con que Dios mira a sus creaturas es inmensa y cubre todo pecado; la ‘suplencia de Cristo es infinita y no deja de ser expresión de aquel amor que ha amado hasta el fin[6], pero exige la libre aceptación del hombre, que debe ofrecer su pequeña y voluntaria colaboración para volver a la ‘serenum emendationis’ y para llegar al ‘portum humilitatis’.

Pero el capítulo 12, escrito por Gertrudis, me parece mucho más expresivo que el texto del Libro III, reportado por otra hermana: no solo es la boca inocente del Señor la que suple las palabras o gestos coléricos de su esposa, sino que es toda su persona divina la que asume la debilidad humana y su estado miserable, la que se hace semejante en todo a Gertrudis. La imagen es plástica y muy expresiva: enfermo como ella, necesitado de ayuda y de consuelo como ella, en busca del sol como ella, sufre como ella las consecuencias del temporal de la cólera y la ayuda a desear el retorno de la serenidad y la paz de la humildad.

La autodonación de Dios se manifiesta y trae salvación a todos los ámbitos de la vida humana: incluso la enfermedad, incluso la muerte llegan a ser ámbitos de redención. También el pecado es un lugar privilegiado de encuentro, en el cual el ‘don’ se prolonga sin medida en el ‘perdón’. Pero para acogerlo se necesita creer humildemente que la ‘felix culpa’ cantada en el pregón pascual “nos ha merecido tan grande Salvador”... y estar agradecidos. La feliz culpa de los orígenes y la actual, que se cumple en cada uno de nosotros –si la reconocemos con sinceridad y nos dolemos de ella con humildad- es compensada con una intervención de gracia y de misericordia, que debería hacernos profundizar en la acción de gracias. “Pro paradiso quem perdidimus, restitutus est nobis Christus Salvator”[7]: en lugar del paraíso terrestre que hemos perdido, nos ha sido restituido Cristo Salvador -afirma san Bernardo, el gran maestro de Gertrudis. Un intercambio inimaginable, que pone todo a nuestro favor.

Esta sinergia entre Dios y su creatura, entre el Amor infinito y la pequeña y libre correspondencia amorosa del hombre, nos llevará a la divinización, a la participación en la felicidad misma de Dios, como don del loco amor de Aquel que nos ha amado primero.

Ya desde ahora, sin embargo, el afecto del corazón y la acción de gracias pueden de una cierta manera crear el paraíso en nuestra vida de pequeñas creaturas incurablemente pecadoras, pero continuamente salvadas por el perdón La experiencia de santa Gertrudis nos da la certeza.

¡Mi lengua no alcanza a expresar la abundancia de gracia que me había concedido tu prolongada presencia en esta ocasión! Que pueda suplirla, te lo pido, el afecto del corazón; y que aquel abismo de humildad al cual me ha atraído la condescendencia de tu amor, me enseñe a elevar hacia tu inmensa misericordia mi acción de gracias”.

 


[1] La autora es monja en el monasterio trapense San Giuseppe de Vitorchiano, Italia, y postuladora de la causa del doctorado de Santa Gertrudis. Traducción del italiano: Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.

[2] Conclusión.

[3] Papa Francesco, Audiencia del 16 de abril de 2016.

[4] Homilía de la misa crismal, Jueves Santo, 24 de marzo de 2016.

[5] Legatus, III,40.

[6] Cfr. Jn 13,1.

[7] S. Bernardo, Sermones varios, sermón 96: De quattuor fontibus Salvatoris.