Inicio » Content » SANTA GERTRUDIS, ENTRE LA TRADICIÓN DE LA FILOCALIA Y EL MENSAJE DE SANTA FAUSTINA KOWALSKA (X)

Santa Gertrudis y Santo Domingo en presencia de la Santísima Trinidad y la Sagrada Familia; anónimo novohispano, siglo XVIII.

Bernard Sawicki, OSB[1]

Los textos de la Filocalia indican también qué se debe hacer para arder[2]. Para hacer resplandecer el intelecto se debe estar atento a las palabras de la Sagrada Escritura[3]. Diadoco de Fótice dice que la gracia iluminará todos nuestros pensamientos «si comenzamos, a poner en práctica los mandamientos de Dios, con perseverante celo»[4]. De modo similar, para Macario el Egipcio la iluminación del corazón viene «de los santos mandamientos como de las estrellas»[5]. Gregorio del Sinaí atribuye la iluminación del corazón a «la potencia de la inteligencia transformante que medita con el Espíritu», uniéndola a la posibilidad «de formar e iluminar mediante la inteligencia a aquellos que escuchan con fe»[6]. Para el monje Teófano «un cierto calor del corazón» procede de la oración purísima[7]. Pedro Damasceno dice que «el fuego es la pena del corazón y de la fe ardiente; el agua, las lágrimas»[8]. La imagen de la luz encendida se vincula también con la parábola de las diez vírgenes. Se refiere a ella Macario el Egipcio, ofreciendo indirectamente la otra causa de la luz del corazón según él, las cinco vírgenes necias no tenían «en esta vida, en sus corazones, el aceite espiritual que es propiamente la operación de las mencionadas virtudes, mediante el Espíritu»[9].

En primer lugar, entre los efectos de la liberación de la tiranía de las pasiones, él pone la «sustancial contemplación espiritual de la luz»[10]. Para el Presbítero Esiquio, el deseo ardiente del corazón se une estrecha y recíprocamente con la invocación de Jesucristo: «Hagamos de modo de tener siempre esta obra, y cumplida siempre del mimo modo: la invocación de Jesucristo, nuestro Señor, gritando con el deseo ardiente del corazón, para recibir el Santo Nombre de Jesús»[11]. Necesitamos la iluminación de los «residuos de nuestros corazones» obrada por la divinidad»[12].

El monje Nicéforo desarrolla de modo muy original y astuto la explicación de la metáfora «térmica» del calor del corazón:

«El corazón atrae el aire para emitir al exterior su propio calor, mediante la espiración y obtener así una buena temperatura. Cooperador, o mejor, ministro de esta economía es el pulmón, que, creado poroso por el creador, sin fatiga introduce y expele el aire como un fuelle. Así el corazón, atrayendo el frío con la respiración y emitiendo el calor, observa sin irregularidad el orden que le ha sido confiado para la estabilidad del cuerpo vivo»[13].

Entre las características del ardor del corazón se puede contar la descripción que hace diadoco de Fótice sobre el «fervor producido por el Espíritu Santo en el alma», donde leemos que este «es sobre todo pacífico y estable, e invita a todas las partes del alma al deseo de Dios, y no sale fuera de ella, sino más bien, por medio de ella apacigua todo el hombre hasta procurarle una caridad y alegría infinitas[14]. Simeón el Nuevo Teólogo, a su vez, enseña: «Conservarás encendida en tu corazón la llama interior que te constriñe a despreciar todas las cosas»[15]. Niceta Stithatos da otra explicación bastante significativa del rol del fuego en la conversión: «[Las lágrimas] vienen de la conversión de las costumbres y del recuerdo de las antiguas caídas del alma, como por el fuego y el agua hirviente, para la purificación del corazón»[16]. La cualidad purificadora del fuego es un motivo ya clásico, conocido también en la Biblia. El monje Nicéforo une este motivo al de la luz, mostrando así otro aspecto de la relación orgánica y dinámica entre el fuego y la luz, antes mencionada: «Dios se manifiesta en el corazón al intelecto, primero –como dice Juan Clímaco- como fuego que purifica al amante, luego como luz que ilumina el intelecto y realiza obras divinas»[17]. En un texto de Gregorio del Sinaí, encontramos el efecto «térmico» de la oración:

«Procuremos con solicitud tener solamente activa en el corazón la obra de la oración, que calienta y alegra el intelecto y enciende indeciblemente el alma de los hombres al amor de Dios. Por esta vía es posible ver nacer de la oración no poca humildad y contrición, desde el momento que la oración es, para los principiantes, operación intelectual siempre movida por el Espíritu Santo: al principio como fuego de alegría que sube del corazón, al final como una perfumada luz operante»[18].

Sin embargo, para Gregorio del Sinaí, la relación oración-fuego es recíproca. Si bien la oración calienta e ilumina el corazón, «el verdadero principio de la oración es el calor del corazón que ataca las pasiones e infunde en el alma gozo o alegría, confirmando el corazón con deseo seguro y plena certeza, libre de toda duda»[19].

 

2.1.2. La «llama» en El Mensajero de la Ternura Divina

En el vocabulario de santa Gertrudis, el motivo preferido que corresponde al ardor, es la llama. Habla de la «llama del divino amor» que la Palabra de Dios enciende en muchos corazones[20]. Sin embargo, para expresar el amor que Jesús tiene por ella, no duda en usar la imagen fuerte del fuego y su efecto: «Soy todo suyo, pues me he entregado tiernamente a sus abrazos. El amor de la divinidad me ha unido inseparablemente a ella, como el fuego que fusiona el oro y la plata para formar un metal precioso»[21]. Aquí el fuego, no quema, sino, más bien, une y absorbe. Santa Gertrudis quiere que los afectos de su corazón, absorbidos por el fuego del amor divino, la unan íntimamente a Jesús[22].

También aquí, el pasaje del fuego a la luz parece natural. Leemos a propósito de santa Gertrudis: «Como el hierro arrojado al fuego se convierte todo él en fuego, encendida del mismo modo esta sierva en el amor de Dios, quedaba toda ella convertida en amor y deseos de que todos se salvaran»[23]. A través del fuego, santa Gertrudis se une a Jesús, pero el fuego no es presentado como el factor de la unión, sino más bien como una realidad ardiente de Cristo y no sin una dimensión trinitaria: Gertrudis invoca a Cristo «con el ardor de aquel amor con que encomendaste al Padre tu espíritu, con gran clamor»[24]. El efecto de esta unión está presentado de modo muy sugestivo, siguiendo las consecuencias naturales del fuego: «Entonces, del ardentísimo horno del deificado Corazón irrumpió la llama del amor divino, abrasó con fuerza el alma de esta bienaventurada, la derritió por completo y derretida se fundió en Dios»[25]. Las palabras de Jesús revelan otros aspectos de esta unión «de fuego», el ritmo que hace el ardor real y concreto: «Las pulsaciones de su corazón se funden permanentemente con las pulsaciones de mi amor. En esto encuentro mi desbordante fruición. Sin embargo, contengo en mí mismo la fuerza [el ardor] de mis pulsaciones hasta la hora de su muerte»[26].

La medida del ardor de santa Gertrudis es muy grande, hasta el desprecio de sí misma[27]; y, obviamente, se vincula con la pasión de Jesús en la cruz. Aún más, para activar el fuego del amor de Jesús, ella le pide que esculpa sus llagas en su corazón, con su sangre[28]. Tenemos aquí el motivo famoso de la mística cristiana: la participación en «aquella intención de fidelidad y aquel amor con el que el mismo Hijo de Dios deseaba que la alabanza del Padre y la salvación del género humano»[29]. El impacto de esta unión es recíproco, y para santa Gertrudis se realiza frecuentemente en el ambiente de la oración litúrgica. Ella «rumiaba miles de veces con gran fervor los versículos que expresaban el mayor ardor de sus deseos hacia Dios, y, en consecuencia, la atracción más fuerte hacia aquel por el que desfallecía de amor, para fundirse con él en lo más profundo de su ser»[30].

Pero también cualquier alma, como la de Gertrudis, puede encender en el corazón del Señor «tantas llamas de amor como personas» presente a Él[31]. El amor de Jesús quiere extenderse hasta llegar a todos, sobre todo, a los más necesitados. Santa Gertrudis describe una situación en la cual «el Señor Jesús, como si no pudiera contener el amor, se inclinó sobre la agonizante, abrió con ambas manos su propio Corazón y lo extendió sobre ella»[32]. Pero el favor de este amor es siempre un don de Jesús[33].

Santa Gertrudis tiene también un patrono del amor ardiente: san Bernardo. Describiendo el fervor de su amor ella, lo ve en colores: del rojo ardiente al violáceo[34]. En esta visión, las palabras de amor de Jesús están representadas por gemas: «Esas mismas perlas parecían emitir ciertos rayos esplendorosos que descendían a lo más profundo del Corazón divino y proporcionaban a la divinidad especiales delicias»[35]. Santa Gertrudis nota también que la llama del divino amor tiene incluso la capacidad de colorear, por ejemplo, los frutos especiales de un árbol que ella describe[36]. Vemos así, que sus visiones tienen un carácter multisensorial: el fuego pinta colores, los rayos procuran delicias especiales. En esta experiencia total está implicado también el olfato: de los «caritativos corazones» de los fieles, como «incensarios de oro», sube «tan suave perfume», que suple abundantemente toda la negligencia e ingratitud de Gertrudis[37]. En este amor total, el ardor no basta; llega a convertirse en un «fervor que late en el fondo del corazón» y sube «por la boca […] en forma de una columna de fuego» que llega «hasta el trono de gloria de la divina majestad»[38].

La belleza fuerte y poética de las imágenes que usa santa Gertrudis expresa también la ternura que experimenta y con la que quiere hablar de su amor a Jesús. Para santa Gertrudis esta ternura se vincula con la imagen de llamas de fuego y con la fuerza[39]. La ternura de Jesús tiene también su ardor, donde la violencia se une a las más suaves delicias[40].

Continuará

 


[1] Monje de la Abadía Benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, licenciado en teoría de la música y piano; doctor en teología. Entre los años 2005-2003 fue abad de Tyniec. De 2014 a 2018 fue coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] «No menoscabes las palabras del Espíritu Santo y golpea con las manos de la virtud las puertas de las Escrituras. Así surgirá en ti la impasibilidad del corazón y, en la oración, verás a tu intelecto resplandecer como un astro». (Filocalia I,52, Evagrio el Monje, A propósito del discernimiento de las pasiones y de los pensamientos, 23; en castellano: Filocalia I, 123).

[4] Filocalia I,287, Diadoco de Fótice, Definiciones,88; en Filocalia I, 385.

[5] Filocalia III,350 Macario el Egipcio, Paráfrasis de Simeón Metaphratos, 143 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[6] Filocalia IV,250 Gregorio del Sinaí, Capítulos utilísimos, 134 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[7] Filocalia III,67 El monje Teófano, La escala de las gracias divinas. II/ 449 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[8] Filocalia III,107 Pedro Damasceno, Argumento del libro /89/ (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[9] Filocalia III,293 Macario el Egipcio, Paráfrasis de Simeón Metaphratos, 22 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[10] Filocalia IV,240 Gregorio del Sinaí, Capítulos utilísimos, 118 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[11] Filocalia I,178 El Presbítero Hesiquio, A Teodulo, 97; en castellano: Filocalia I, 266.

[12] «Si su divinidad no ilumina con su íntima operación los recesos de nuestros corazones, no podremos gustar el bien con un sentido indivisible, es decir, con una disposición íntegra ». (Filocalia I,261, Diadoco de Fótice, Definiciones, 29; en castellano: Filocalia I, 358).

[13] Filocalia IV,205 El monje Nicéforo, Discurso sobre la sobriedad - Del mismo Nicéforo/525/ (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[14] Filocalia I,278, Diadoco de Fótice, Definiciones, 74; en castellano: Filocalia I, 376.

[15] Filocalia IV,27 Simeón el Nuevo Teólogo, Capítulos prácticos y teológicos,12 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[16] Filocalia IV,97 Niceta Stithatos, Primera Centuria. Capítulos prácticos, 71 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[17] Filocalia IV,196 El monje Nicéforo, Discurso sobre la sobriedad. De la vida de nuestro santo padre Antonio /III, 517/ (la traducción es mía, N. de T.).

[18] Filocalia IV,259 Gregorio del Sinaí, Rigurosa noticia sobre la hesiquía, 3 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[19] Filocalia IV,270 Gregorio del Sinaí, La Esiquía, del italiano 10 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[20] L I 3,6; en MTD I, 77.

[21] L I 3,4; en MTD 1,76.

[22] Cf. L III 66,1; en MTD 1, 400.

[23] L I 4,2; en MTD I, 80.

[24] L V 10,2; en MTD II, 350. Cfr. Lc 23,46 y Hb 5,7.

[25] L V 27,7; en MTD II, 395.

[26] L I 3,4; en MTD 1, 76.

[27] «Hacía esto por fidelidad a Dios y humildad respecto a sí misma, ya que pensaba muchas veces dentro de sí: “Aunque después de esto sufra yo las penas merecidas del infierno, me alegraré si de este modo recibe el Señor en otras almas los frutos de sus dones» (L I 11,1; en MTD I, 99).

[28] «Graba, misericordiosísimo Señor, tus llagas en mi corazón con tu preciosa sangre, para leer en ellas tu dolor y tu amor. Permanezca en lo secreto de mi corazón su recuerdo   para excitar en mí el dolor de tu compasión y se encienda el ardor de tu amor» (L II 4, 1; en MTD I, 143).

[29] L III 81,1; en MTD I, 446.

[30] L V 30,9; en MTD II, 410.

[31] L IV 25,4; en MTD II, 135.

[32] L V 1,20; en MTD II, 291.

[33] «Esto no puede conseguirse de repente, solo lo alcanza la fuerza de ese amor que tú has experimentado en este momento. Como no hay hombre que pueda tener este amor por sí mismo si yo no se lo concedo, tampoco podrá prestarse ese auxilio a ninguna alma después de la muerte, si ella no hubiera merecido esa gracia especial en esta vida» (L V 16,4; en MTD II, 368).

[34] «En efecto, brillaba al mismo tiempo en él la blancura de la azucena de la purísima integridad de su virginal inocencia con el resplandor violáceo de su profesión y santísima vida, junto con el brillo de los ardientes rubíes de su amor» (L IV 49,1; en MTD II,226).

[35] L IV 49,2; en MTD II, 227.

[36] «Le pareció que el citado árbol producía hermosísimos frutos, madurados por el fuego del amor divino» (L V 27,8; en MTD II, 395).

[37] L II 24,2; en MTD I, 213.

[38] L V 32,3; en MTD II, 416.

[39] «[Gertrudis] repetía en su corazón […] el siguiente versículo: “La fuerza de tu amor divino me incorpore totalmente a ti, Jesús amantísimo […]; derrama y conserva en lo más profundo de mi corazón, Jesús amantísimo, aquella caridad que se mantuvo con tanta fortaleza en lo profundo de tu ser para no aceptar la bebida que se te ofreció en la cruz y acelerar tu muerte, sino que la rechazaste para sufrir más por nosotros. Que esa caridad penetre todo mi ser y se derrame también a través de todos mis movimientos, fuerzas, y sentidos de mi cuerpo y alma, para tu alabanza eterna” […] Le respondió [el Señor]: “Cuantas veces uno tome un bocado con esa devoción, declararé que he […] quedado tan saciado, como si hubiera tomado con él tantos tragos que encendieran en el amor hasta inflamar ardentísimamente nuestros mutuos afectos. A su debido tiempo le mostraré el afecto de ese amor según mi divina omnipotencia» (L IV 23,6; en MTD II, 124-25).

[40] «Mi omnipotencia te ha retenido hasta ahora en la tierra para aumento de tus merecimientos, pero el ardor de mi delicado amor que ya no soporta esperar más, te presentará como tesoro mío librándote del cuerpo, para atemperar en ti el irresistible ardor de mi amor y disfrutar libremente de mis dulcísimos gozos» (L V 1,23; en MTD II, 292).