Inicio » Content » SANTA GERTRUDIS, ENTRE LA TRADICIÓN DE LA FILOCALIA Y EL MENSAJE DE SANTA FAUSTINA KOWALSKA (V)

Santa Gertrudis la Grande, anónimo mejicano, retablo al óleo, mediados del siglo XIX, Museo de Arte “El Paso”, México.

Bernard Sawicki, OSB[1]

1.2 El amor en El Mensajero de la Ternura Divina (Cont.)

El amor se mezcla con el llanto y lo suscita[2]: «Mientras se leía en la Pasión: “Tengo sed”[3], se le apareció el Señor, que parecía ofrecer un cáliz de oro para recoger las lágrimas de su fervor»[4]. El amor embriaga, pero abre también, de este modo, nuevos horizontes existenciales. A este propósito se dirige esta propuesta tan clara y audaz: «¡Embriagarse en aquella bodega llena de deleitables placeres, donde el vino de la caridad brota tan desbordante que no permite dar el más mínimo paso hacia aquellos lugares donde se intuye pueda enfriarse la intensidad de tanta fragancia!»[5]. Jesús da de beber a Gertrudis: «Me ofreciste la copa de tu dulce amor»[6]. Esta embriaguez de amor aumenta la intimidad entre Gertrudis y Jesús[7]. En cierta ocasión, Él mismo, «como vencido por el vino[8] del amor se durmió plácidamente»[9]. En otra oportunidad, le confesó: «Beberé, ciertamente beberé este cáliz que el fervor de vuestra devoción y vuestros deseos ha endulzado tanto para mí. Cuantas veces me lo ofrecéis, lo beberé hasta que profundamente ebrio me encontréis disponible para todo lo que deseéis»[10].

La luz del rostro de Dios alegra el corazón por su amabilidad y por los dones de amor[11]: en el texto de El Mensajero de la Ternura Divina se habla de caricias de amor, como don destinado a todos. Escribe Gertrudis: «No ignoro que tu inescrutable omnipotencia modera con el flujo de tu ternura, como acostumbras a hacerlo, tanto la visión como el abrazo, el beso y las demás expresiones de cariño, según lugar, tiempo y persona»[12]. Califica como «familiares»  estas caricias[13] y siente también que Jesús quiere expresar su amor de este modo: «Escúchame, te voy a cantar un poema nupcial dulce y amoroso»[14]. Y de nuevo: «Una de las miradas que traspasan mi Corazón es la confianza segura […] en mí, que, verdaderamente, puedo, sé, y quiero estar fielmente presente a ella en todas sus necesidades. Esta confianza hace tanta violencia a mi ternura, que no puedo ausentarme de ella»[15]. Con el beso de su amor poderoso, Jesús quiere presentar a Gertrudis a su Padre «en el estrechísimo abrazo de [su] divino corazón»[16], y le promete «el ardentísimo amor con el que desde lo más profundo de tu corazón anhelas mis abrazos»[17]. También Gertrudis lo trata con ternura: «Os saludo, oh Jesús esposo florido con el encanto de tu divinidad, te saludo y abrazo con el amor de todo el universo, y te beso con la herida del amor»[18]. Siente la ternura del amor de Jesús durante la liturgia:

«Muchas veces durante el canto de un salmo estampaste diez o más veces un dulcísimo beso en mi boca. Beso que excede a todos los aromas y a toda copa de miel. También he sorprendido muchas veces tu mirada fija en mí, y experimentado tu estrechísimo abrazo en mi alma»[19].

Esta ternura expresa la profunda reciprocidad del amor entre Dios y su creatura. Jesús le pide a Gertrudis que le presente su Corazón[20], obviamente, manteniendo en este intercambio de amor, las debidas proporciones[21]. El amor íntimo de Jesús tiene una amplia resonancia teológica y salvífica[22]; sin embargo, alcanzar su inmensa eficacia es siempre don de Dios[23]. En este amor se resume la esencia de la redención:

«Comprendió que Dios es con su amor el premio de los elegidos, comunicándose a ellos tan dulcemente que el alma amante puede asegurar con toda certeza sentirse plenamente recompensada por encima de todo mérito»[24].

Obviamente, Jesús conserva una ternura especial para su Madre, revelando así en cierto modo el vínculo misterioso entre su divinidad y su humanidad: este tipo de amor hace resonar sus dos naturalezas entre sí[25].

El amor no puede permanecer cerrado en sí mismo, quiere y debe ser anunciado: «Es más, muchas veces será necesario salir, bajo la guía de la caridad, para llevar consigo los eructos de tal embriaguez y poder distribuir los suaves perfumes de la desbordante dulzura de la riqueza divina»[26]. Expresar el amor al Señor durante el servicio litúrgico trae «luz y gloria espiritual»[27]. El amor divino «inundaba también de manera inefable su alma con dulcísima fruición a través de las llagas del Señor»[28]. También ella misma «se ofrecía como instrumento para hacer presente toda la acción del amor en ella y con ella, hasta el punto de no vacilar en una especie de juego de igual a igual con el Señor»[29]. Jesús llevaba los ofrecimientos de su amor como perlas sobre la corona que lleva sobre su frente, gloriándose ante la corte celestial de haberlas recibido de su esposa[30]. Amar y recibir las ternuras de Dios quiere decir llevar su Santísimo Nombre delante de todos[31]. Significa también la compasión por los demás: es del amor de Dios que surge su compasión hacia la fragilidad humana, para prodigarnos tanto la abundancia su misericordia, como sus dones, sus santos y a sí mismo sin reserva alguna, para que nuestra buena voluntad esté siempre dispuesta a recibirlo todo de Él[32]: «Me hago presente a mis elegidos con amor más compasivo cuando impulsados por las seducciones de la fragilidad humana se refugian en mi misericordia”»[33].

Dios tiene sentimientos de ternura por todos los hombres[34]. Él sufre, porque el amor de la divina bondad lo obliga a compadecerse de nuestros dolores[35]. En todas estas descripciones e imágenes el evidente el vínculo, muy claro y significativo, entre la relación íntima de amor con Dios y la misión ene le mundo. El primero condiciona a la segunda. En los escritos de santa Faustina veremos cómo se amplía esta perspectiva.

Continuará

 


[1] Monje de la Abadía Benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, licenciado en teoría de la música y piano; doctor en teología. Entre los años 2005-2003 fue abad de Tyniec. De 2014 a 2018 fue coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Jn 19,28.

[4] L IV 26,5; MTD II, 142.

[5] L II 9,3; MTD I, 94.

[6] L II 4,3; MTD I, 144.

[7] Al momento de su conversión, Jesús había prometido a Gertrudis: «Vuelve a mí y te embriagaré con el torrente de placeres divinos» (L II 1,2; MTD I, 135.) Y más tarde ella reconoce: «Embriagas con fuerte dulzura de gustos íntimos, e inmovilizas en sublime ternura los abrazos más íntimos» (L II 8,5; MTD I, 158).

[8] Cf. Sal 77,65.

[9] L III 21,1; MTD I, 286.

[10] L IV 52,5; MTD II, 249.

[11] «Su rostro no tiene forma determinada, pero se imprime en el alma; no deslumbra los ojos del cuerpo, pero regocija el corazón; gratifica con el don del amor, no con algo sensitivo» (L II, 21,1; en MTD I, 195. Aquí Gertrudis está citando a san Bernardo: Super Cantica Canticorum, sermón 31,6).

[12] L II 21,4; MTD I, 197.

[13] L II 23,18; MTD I, 208.

[14] L III 8,1; MTD I, 230.

[15] L III 7,1; MTD I, 228-229.

[16] «Mira, por fin te adquiero para mí con el poderoso beso de mi amor, y por el estrechísimo abrazo de mi divino Corazón te presentaré al Señor Dios mi Padre celestial» (L V 1,23; MTD II, 292). La Gertrudis mencionada en este texto es la Abadesa Gertrudis de Hackeborn, N. de T.

[17] L V 24,2; MTD II, 387.

[18] L III 47,1; MTD I, 360.

[19] L II 21,4; MTD I, 197.

[20] «Siempre que quieras orar por alguna intención, estrecha contra mí este Corazón, que tantas veces te he entregado como signo de mutuo amor, en unión con aquel amor por el que tomé un corazón humano para la salvación de los hombres, y te lo entregué tantas veces como prerrogativa de especial amistad para hacer el bien a aquellos por quienes oras» (L IV 25,7; MTD II, 137).

[21] «Si el designio de tu corazón es estar dispuesta a obrar así por mí, debes tener la plena seguridad de que yo quiero hacerte lo mismo, pero en la proporción que mi ternura y mi amor superan al tuyo» (L IV 26,9; MTD II, 145-146).

[22] «Comprendió con estas palabras que quien desea recibir el Espíritu Santo debe tocar el costado del Señor, es decir, debe considerar con agradecimiento el amor del Corazón divino por el que nos predestinó desde toda la eternidad a ser hijos y herederos de su reino, y por el cual nos previene y acompaña continuamente a nosotros indignos, con infinitos beneficios gratuitos» (L IV 32,1; MTD II, 158).

[23] «Esto […] solo lo alcanza la fuerza de ese amor que tú has experimentado en este momento. Como no hay hombre que pueda tener este amor por sí mismo si yo no se lo concedo» (L V 16,4; MTD II, 368).

[24] L III 30,5; MTD I, 305.

[25] «Mira, Madre amantísima, te presento mi Corazón tal como es, desbordante de felicidad. En él te presento todo el amor divino con el que te predestiné, te creé, te santifiqué y te escogí como madre mía con especial afecto y gratuitamente desde toda la eternidad por encima de toda otra criatura. Te ofrezco toda la dulzura de la bondad con la que te acaricié siempre en la tierra cuando, siendo niño me dabas calor y me alimentabas en tu regazo. Te entrego toda la fidelidad que durante el tiempo que conviví con los hombres te mostré con afecto filial» (L V 31,1; MTD II, 413).

[26] L II 9,3; MTD I, 161.

[27] «Mientras se cantaba en Tercia el himno: Salve, oh Cruz, única esperanza, ofreció ésta al Señor la devoción de todos aquellos que este día deseaban alabarle con esa estrofa durante las siete Horas canónicas. Entonces tomó el Señor la flor que brotaba de la cuerda de la fervorosa intención de su santísima alma y la ofrecía a todos por los que ella había ofrecido su devoción. Al contacto con esa flor recibió cada uno cierta luz y gozo espiritual» (L IV, 23,3; MTD II, 121-122). El texto se refiere a las virtudes de Matilde de Hackeborn, N. de T.

[28] L V 4,13; MTD II, 321.

[29] L I 10,2; MTD I, 96.

[30] «El Señor encontró plena complacencia en la variedad de estas ofrendas, complacido como por regalos de gran valor. Las recogió como piedras preciosas, las engastó en su diadema real y dijo: “Mira, acepto con alegría y complacencia las piedras que me has ofrecido por su rareza. Las llevaré todos los días en la diadema de mi cabeza en recuerdo de tu singular amor, y me gloriaré ante todo mi ejército celestial de haberlas recibido de ti, esposa mía”» (L IV  6,5). Faustina Kowalska retoma una imagen similar en su Diario.

[31] «El Señor atraído, o mejor dicho vencido por su ternura, se inclinó hacia ella con bondad, como por un impulso de amor divino, estampó en su boca un beso más dulce que una copa de miel y le dijo: “Mira, he impreso en tu boca mi nombre nobilísimo, lo llevarás abiertamente delante de todos, y cada vez que muevas tus labios para pronunciarlo, harás resonar a mis oídos una música de finísima sonoridad”» (L IV 5,1; MTD II, 51).

[32] «El Señor no derrama a veces los dones de sus gracias sobre los elegidos para obligar a cada uno a producir los frutos que es incapaz la fragilidad humana. Pero no puede contener la desbordante bondad y generosidad de Dios, y aunque sabe que el hombre no puede corresponder a cada uno de esos dones; sin embargo, aumenta de modo permanente el cúmulo de sus gracias para aplicarle la sobreabundancia de su felicidad en el futuro» (L III 30,32; MTD I, 318).

[33] L III 18,15; MTD I, 273.

[34] «La ternura del amor que siento por la salvación de los hombres me inclina a creer que se dirigen a mí en todos los bienes que desean mis elegidos, ya que todo bien está en mí y fluye de mí» (L III 32,1; MTD I, 326).

[35] «El incontenible amor de mi divina bondad me obliga a con-sufrir más tiernamente contigo toda pena» (L IV 23, 1; MTD I, 119-120).