Inicio » Content » SANTA GERTRUDIS, ENTRE LA TRADICIÓN DE LA FILOCALIA Y EL MENSAJE DE SANTA FAUSTINA KOWALSKA (III)

Santa Gertrudis, Rafael de la Peña, óleo sobre tela (detalle), barroco novohispano, siglo XVIII, Convento Franciscano de Iztacuixtla, Tlaxcala, México.

Bernard Sawicki, OSB[1]

1.1.2 Trasparencia con Dios, pureza de corazón

La atención y la vigilancia del corazón[2] acompañan -y deben ser acompañadas de- la transparencia con Dios, es decir, una actitud de humilde y confiado reconocimiento de la grandeza de Dios y de nuestra necesidad de ella.

 

1.1.2.1 El objetivo

Estar con Dios significa encontrar el espacio mismo para sí mismo y la propia vida. Marcos el Asceta lo expresa bastante concretamente: «El espacio en el corazón es la esperanza de Dios; la falta de espacio es representada por la preocupación por el cuerpo»[3]. Casiano muestra la necesidad de la pureza de corazón para alcanzar el Reino de Dios[4]. Macario el Egipcio explica la pureza de corazón con una metáfora muy sugestiva:

«Así como el agricultor, que cuida con esmero su tierra, primero la renueva y la limpia de espinas y luego esparce las semillas, así también quien espera recibir la semilla de la gracia de Dios, debe primero purificar la tierra de su corazón, para que la semilla del Espíritu Santo echada en él, dé frutos llenos y copiosos»[5].

Niceta Stethatos usa también la imagen de la tierra para describir los buenos frutos de la virtud[6]. Otra imagen, también tomada de la naturaleza, extiende una vez más el significado de la pureza de corazón: Gregorio del Sinaí habla de la oración que «germina en el corazón como una fuente de agua proveniente del Espíritu vivificante»[7]. El corazón tiene también ojos que pueden ser abiertos por Dios, para ver los efectos de nuestra oración y nuestra lectura[8]. Aquí sirve también otra metáfora: la del espejo, al cual se compara la hesiquía. Así se podrá ver el bien y el mal del corazón[9], obviamente, para hacer la opción justa, lo que inevitablemente implica la necesidad de quitar todo lo que contradice la hesiquía. Por eso Hesiquio propone la metáfora de la rana: «Si quieres luchar, toma como modelo y táctica de la hesiquía del corazón, el ejemplo de un pequeño animalito: la rana […]. Ella, en efecto, caza pequeños insectos; y si tú permaneces así en la hesiquía, aunque sea con fatiga del alma, no dejarás de dar constantemente muerte a los hijos de Babilonia [...]»[10].

Cuando la casa del corazón esté limpia de nuestro error, Jesús mismo llegará a ser la luz de la lámpara[11]. También en la Biblia se encuentran imágenes de la pureza: «Los ornamentos del sumo sacerdote, en el Antiguo Testamento, significaban un corazón puro, y también nosotros deberemos poner atención a la lámina que recubre nuestro corazón (cfr. Ex 28,32 LXX), para que no se ennegrezca por el pecado, purificándonos con lágrimas de arrepentimiento y con oración»[12]. Macario el Egipcio escribe que «la purificación perfecta del pecado, la libertad de las pasiones deshonrosas y la adquisición de la virtud suprema, es decir, la purificación y santificación del corazón […] son la voluntad de Dios […], que se realiza por la comunión del perfecto y divino Espíritu, en plena certidumbre»[13].

La purificación puede tener también un carácter mecánico: «Haciendo memoria de tus errores, no dudes en golpearte el pecho, de modo de quebrar con estos golpes el corazón endurecido y encontrar la mina de oro del publicano»[14]. En la misma dirección va otra metáfora bíblica, evocada por Máximo el Confesor, referida a cavar una cisterna:

«La Escritura llama “cisternas” a los corazones capaces de recibir los carismas celestiales del santo conocimiento. Estos son excavados con la dura palabra de los mandamientos y resisten como diques el amor al placer que lleva a las pasiones y la relación de la naturaleza con las cosas sensibles. Ellos se llenan del conocimiento espiritual que viene de lo alto, que purifica las pasiones, da la vida y nutre la virtud»[15].

Vemos que el cumplimiento es proporcional al espacio vacío cavado antes. El abad Filemón muestra los varios aspectos existenciales de este vaciamiento[16], ordenado precisamente a la capacidad del corazón «para acoger las improntas del conocimiento divino que se forman dentro de él»[17]. Al mismo tiempo son importantes la unicidad y la coherencia. Dedicarse «a la práctica, durante la oración» es comparado a «tener un velo en el corazón»[18]. Es necesario crear espacio para la acción de Dios en nuestro corazón. Solo si lo queremos, él mismo se pone a ayudarnos.

 

1.1.2.2 El modo

La pureza (trasparencia) del corazón, aunque es la condición para acercarse a Dios, requiere también ser alcanzada con cierto esfuerzo. Una de sus primeras condiciones es la humildad. Escribe Casiano que: «Los santos padres dicen […] que no podemos adquirir efectivamente la virtud de la castidad, si antes no poseemos en nuestro corazón la verdadera humildad»[19]. Se requiere también el desprecio de todo aquello a lo que podamos estar apegados, como la patria, parentela, riquezas y aún el mundo entero[20]. Debemos recoger nuestro intelecto, dirigiéndolo al interior, al corazón[21]. Marcos el Asceta habla también de la sujeción del corazón, posible cuando el intelecto ora sin distracciones. Esta sería otra manera de purificarlo[22].

 

1.1.2.3 El efecto

La imagen del corazón abierto y manifiesto dialoga y colabora de modo natural con la atención a Dios: «Permanece solícito al recordar que Dios está atento a lo que haces, y lo que tienes en tu corazón le resulta evidente» –escribe Isaías el Anacoreta[23]. Por nuestra parte, nos abrimos a Dios, pero Él nos conoce aún antes de nuestra apertura. Cuanto antes nos abramos, mejor. Él nos espera, respetado sin embargo nuestra libertad, y reacciona según la medida de nuestra apertura. Escribe Marcos el Asceta: «Un corazón piadoso obtendrá ciertamente la piedad; en caso contrario, habrá de esperar las correspondientes consecuencias»[24]. Las metáforas ligadas a la apertura prosiguen: Cuando nos abrimos, permitimos que la luz divina penetre nuestro corazón[25]. Cuanto más abrimos el corazón, tanto más podemos acoger desde «la potencia indecible que contempla la virtud y la realidad indecibles»[26]. Aquí, a apertura se vincula con la hesiquía: «El recogimiento del corazón [hesiquía] alcanzado plenamente, verá en modo cognoscitivo un abismo profundo, y el oído del intelecto, en su recogimiento, oirá cosas extraordinarias de parte de Dios»[27]. Como resultado, por efecto de su pureza y de haberse hecho perfectamente extraño a la fantasía, el corazón podrá dar a luz «pensamientos divinos y misteriosos, exultantes en él, tal como saltan los pescados y danzan los delfines en el calmo mar. Se riza el mar por un viento ligero, y el abismo del corazón por el Espíritu Santo»[28]. Aquí, el movimiento tiene lugar con delicadeza. Gregorio del Sinaí identifica el «movimiento del corazón vivo» con el «jadeo» que es la potencia del Espíritu, pero también con «el pálpito y el gemido del Espíritu, que de modo inefable intercede por nosotros ante Dios»[29].

Estos efectos se presentan también con otras imágenes: las flores, a veces concretamente identificadas como rosas, lirios y violetas[30], llenas de frutos[31]; la luz del intelecto[32], el agua viva[33], la presencia de «todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento»[34], expresados también como «las lluvias divinas de la sabiduría y del conocimiento»[35]. Según Diádoco de Fótice, «el recuerdo de Dios, conservando su fervor gracias a la retención de la voz, prepara el corazón para que lleve pensamientos que generan lágrimas llenas de dulzura»[36]. Permanecer en el propio corazón nos protege de ser tentados por las bellezas de la vida y de los deseos de la carne[37]. La acción de Dios en el corazón puro lo alza sobre «todos los seres», pero lo abre también a la acción del Espíritu. El Abad Filemón dice haber recibido el don de la oración que el Señor «había confiado a sus discípulos»[38].

Vemos así que el corazón, en la tradición de la Filocalia, es tanto el lugar (y el objeto) de la actividad humana, como el lugar del encuentro con Dios. Desde esta perspectiva, precisamente en el corazón humano, se encuentran la voluntad humana y la gracia divina. Nos quedan por describir el ardor y la dulzura, que son imágenes muy presentes en la descripción del corazón en la Filocalia. Dado que, como habíamos mencionado antes, estas dos categorías encuentran sus equivalentes en «El Heraldo del Amor Divino» de santa Gertrudis, las describiremos en el apartado siguiente. Lo mismo haremos con las categorías que, por implicar el esfuerzo y la paciencia, tienen un carácter kenótico. Las presentaremos al final, junto con las categorías correspondientes tomadas de los escritos de santa Gertrudis y de santa Faustina Kowalska.

Continuará

 


[1] Monje de la Abadía Benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, licenciado en teoría de la música y piano; doctor en teología. Entre los años 2005-2003 fue abad de Tyniec. De 2014 a 2018 fue coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Filocalia I,134, Marcos el Asceta, A propósito de aquellos que creen estar justificados por sus obras, 114; en castellano: Filocalia I,199.

[4] «El fin de vuestra profesión es, sí, el Reino de Dios, pero el objetivo es la pureza del corazón, sin ella es imposible alcanzar ese fin» (Filocalia I,95, Cassiano, A Leoncio Igumeno; en castellano: Filocalia I, 154).

[5] Filocalia III,338 Macario el Egipcio, Paráfrasis de Simeón Metaphratis, 121 (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[6] «Las flores de las virtudes, con el buen perfume del conocimiento, han aparecido en la tierra de tu corazón» (Filocalia IV,121 Niceta Stethatos, Segunda Centuria 50-IV,438. La traducción al castellano es mía, N. d. T.).

[7] Filocalia IV,284 Gregorio del Sinaí, Como el hesicasta debe… III,607 (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[8] «Suplica a Dios para que abra los ojos de tu corazón y puedas ver cuánto se obtiene con la plegaria y con la lectura entendida en base a la experiencia» (Filocalia I,110, Marcos el Asceta, La ley espiritual 7; en castellano: Filocalia I, 171).

[9] «Ten presente que la hesiquía del corazón es como una persona que tiene en sus manos un espejo y lo mira con fijeza. Entonces verás el bien y el mal escritos inteligiblemente en tu corazón» (Filocalia I,171, El Presbítero Hesiquio, A Teodulo, 48; en castellano: Filocalia I,241).

[10] Filocalia I, 166, El Presbítero Hesiquio, A Teodulo, 27; en castellano: Filocalia I, 236.

[11] Cf. Filocalia I,189, El Presbítero Hesiquio, A Teodulo, 152; en castellano: Filocalia I,261.

[12] Filocalia I,197, El Presbítero Hesiquio, A Teodulo, 195; en castellano: Filocalia I,269-270.

[13] Filocalia III,285 Macario el Egipcio, Paráfrasis de Simeón Metaphrastis, 2 (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[14] Filocalia I,321, Juan Carpacio, A los monjes de la India, 97; en castellano: Filocalia I, 423.

[15] Filocalia II,199-200 Máximo el Confesor, Capítulos varios, II Centuria, 59 (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[16] Cf. Filocalia II,346 Abad Filemón, Discurso utilísimo (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[17] Ibid.

[18] Filocalia III,54; El Presbítero Elías Ecdicos, Capítulos gnósticos 51, Filocalia II,436 (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[19] Cf. Filocalia I,77, Casiano, El espíritu de la fornicación; en castellano: Filocalia I,133.

[20] «Por este “todo” abandonamos nuestra patria, nuestra parentela, las riquezas y el mundo entero, para adquirir la pureza de corazón» (Filocalia I,95, Cassiano, A Leoncio Igumeno; en castellano: Filocalia I,154).

[21] «Si tenemos celo de vigilar y corregir con severa sobriedad nuestra razón, ¿de qué otro modo podemos ejercitar esta vigilancia, si no recogiendo nuestro intelecto, que se ha volcado hacia afuera a través de los sentidos y reconduciéndolo al interior, es decir, al corazón, íntimo depósito de los pensamientos?» (Filocalia IV,334 Gregorio Palamas, En defensa de los santos hesicastas IV,55 (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[22] «El intelecto que ora sin distracción, refrena su corazón. Un corazón contrito y humillado, Dios no lo desprecia (cfr. Sal 50:17)». (Filocalia I,128, Marcos el Asceta, A propósito de aquellos que creen estar justificados por sus obras, 34; en castellano: Filocalia I,192).

[23] Cf. Filocalia I,28, Isaías el Anacoreta, 27; en castellano: Filocalia I,95.

[24] Filocalia I,112, Marcos el Asceta, 29; en castellano: Filocalia I,173.

[25] «Ya que todo pensamiento entra en el corazón por medio de la fantasía de ciertas cosas sensibles, la bendita luz de la divinidad lo irradia cuando éste se encuentra a gusto, lejos de todas esas cosas y no conforme con ellas». (Filocalia I,177, El Presbítero Hesiquio, 89; en castellano: Filocalia I,248).

[26] «Y acogiendo en el corazón la profundidad de las alturas del infinito y de los pensamientos divinos, se le aparecerá, en la medida que sea accesible al corazón, el Dios de los dioses». (Filocalia I,183, El Presbítero Hesiquio, 131; en castellano: Filocalia I,256).

[27] Filocalia I,183, El Presbítero Hesiquio, 132; en castellano: Filocalia I,256.

[28] Filocalia I,190, El Presbítero Hesiquio, 156; en castellano: Filocalia I,262.

[29] Cfr. Rm 8,26. Filocalia IV, 260, Gregorio del Sinaí, Rigurosa noticia sobre la hesiquía, 4; la traducción al castellano es mía.

[30] «Cuando, por la continuidad de la oración, el corazón de quien ora retiene las palabras de los salmos, entonces también la tierra misma del corazón, puesto que es buena, comienza a producir espontáneamente: como rosas, la contemplación de las cosas incorpóreas; como lirios, la luminosidad de los cuerpos; como violetas, la variedad incognoscible de los juicios divinos» (Filocalia III,57, El Presbítero Elías Ecdicos, Capítulos gnósticos, 78, Filocalia II,440 (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[31] «Si usamos vino con moderación, también la tierra del corazón hace surgir puras sus simientes naturales, y las que son sembradas en ella por el Espíritu Santo tendrán una producción muy florecida y llena de frutos» (Filocalia I,267, Diádoco de Fótice, 48; en castellano: Filocalia I,364).

[32] «Cuantos meditan incesantemente este santo y glorioso nombre [de Jesús] en la profundidad del corazón también pueden alcanzar a ver la luz de su intelecto» (Filocalia I,270, Diádoco de Fótice, 59; en castellano: Filocalia I,368).

[33] «El Señor, en efecto, ha prometido llenar también el desierto del corazón con agua viva» (Filocalia III,306); Macario el Egipcio, Paráfrasis de Simeón Metaphrastis, 48 (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[34] «Si Cristo habita en nuestros corazones por la fe […] entonces todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en nuestros corazones y se revelan al corazón en la medida de la purificación alcanzada por cada uno a través de los mandamientos» (Filocalia II,109 Máximo el Confesor, Sobre la Caridad, IV Centuria (la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[35] «El Señor excava cisternas en el desierto, es decir en el mundo y en la naturaleza de los hombres. Escava los corazones de aquellos que son dignos, purificándolos del peso de la materia y del sentir material y ensanchando su capacidad para que puedan recibir las lluvias divinas de la sabiduría y del conocimiento» (Filocalia II,200 Máximo el Confesor, Capítulos varios, II Centuria, 60; la traducción al castellano es mía, N. de T.).

[36] Filocalia I,278, Diádoco de Fótice, 73; en castellano: Filocalia I,375-376.

[37] «Aquel que habita siempre en su propio corazón, emigra de todas las bellezas de la vida. Pues al caminar por el espíritu no puede conocer los deseos de la carne». (Filocalia I,270, Diádoco de Fótice, 57; en castellano: Filocalia I,367).

[38] «He estado dos años suplicando a Dios, pidiendo sin cejar, con todo el corazón, que me concediera que se imprimiese en mi corazón […] la oración que Él había confiado a sus discípulos; y viendo mi fatiga y mi paciencia, el munífico Señor me concedió lo que le pedía» (Filocalia II,349 Abad Filemón, Discurso utilísimo, 362-363; la traducción al castellano es mía, N. de T.).