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El nacimiento de Cristo

Siglo XII

Ottilienberg, Alemania.

VIGILIA DE NAVIDAD

«... El Padre eterno por medio del ángel le transmite a José la precisa orden de tomar por esposa a María y de recibir de ella al divino Hijo en cualidad de padre legal.

José es “justo” y obedece a Dios.

Es un derecho paterno poner nombre al hijo recién nacido y determinar su carrera.

José, por el divino oráculo, ejercita ambos derechos, y llama al divino Hijo: “Jesús”, es decir: “Dios salva” (cf. Mt 1,21).

“Le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,21).

Sobre un sarcófago del siglo IV, detrás de la Virgen sentada sobre un trono con su divino Hijo, se levanta un gran cruz.

Esa Cruz fue plantada por José al llamar al Verbo encarnado: Jesús; para que Él expíe con su sangre los pecados de toda la humanidad. Mucho antes que Simeón, José sabe lo que le espera en el mundo a su pequeño hijo legal. Si la pequeña casa de Nazaret es el primer templo del Nuevo Testamento, san José hace las veces de sacerdote.

Habría escrito de él el Patriarca san Benito: “Creemos que (en la casa de Dios) él hace las veces de Señor” (cf. RB 63,13)»[1].

 

NATIVIDAD DEL SEÑOR

«Hoy nace la Iglesia. En la gruta están tres: Jesús, María y José. Afuera y por el territorio circundante, se mueven los pastores. En total, apenas una docena de personas. Pero la Iglesia ya estaba. ¿Y qué hacía? Nos lo describe el evangelista: “Alababan y glorificaban a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido” (Lc 2,20). Esta debería ser nuestra primera regla en el monasterio.

Es la fe la que da a luz a Dios para los fieles. Los primogénitos entre ellos fueron los pastores de Belén, los cuales, en su tosquedad y simplicidad, creyeron al ángel, adoraron al Mesías y regresaron del pesebre glorificando y alabando al Señor...

“Todo fue hecho por Él” (Jn 1,3). He aquí la primera parusía del Creador.

“Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Ésta es la segunda venida del Salvador.

“Y hemos visto su gloria” (Jn 1,14). He aquí anunciada la tercera venida en el esplendor de su dignidad de Juez universal.

Ahora, nosotros nos encontramos en un período intermedio entre la segunda y la tercera venida.

Para que en aquel día supremo podamos, también nosotros, contemplar y participar en la gloria de Cristo, es necesario que tomemos parte desde ahora en la gracia de la segunda venida.

Jesucristo pone una sola condición: recibirlo y abrazarlo en su Encarnación con los brazos de una fe simple, como la de los pastores; o de una fe docta como la de los Magos; o de una fe ardiente, sólida y bien asentada como aquella del santo profeta Simeón.

Las vocaciones pueden ser diversas, pero idéntica es la gracia: “A todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12)»[2].

 


[1] Ildefonso Cardenal SCHUSTER, Un pensiero quotidiano sulla Regola di S. Benedetto. Dalla Prima Domenica d’Avvento alla Seconda dopo l’Epifania, Abbazia di Viboldone, 1950, pp. 162-163.

[2] Ildefonso Cardenal SCHUSTER, Un pensiero quotidiano sulla Regola di S. Benedetto. Dalla Prima Domenica d’Avvento alla Seconda dopo l’Epifania, Abbazia di Viboldone, 1950, pp. 166-167. 168-169.