Inicio » Content » LA IGLESIA, EL CLAUSTRO Y EL PARAÍSO, IMÁGENES Y TEMÁTICAS ECLESIOLÓGICAS EN LOS ESCRITOS DE HELFTA (V)

Santa Gertrudis, enséñame la bondad y el conocimiento. Rosetón para ábside o claraboya, modelo de vitral por encargo, contemporáneo.

Antonio Montanari[1]

3. «Corpus meum erit tibi pro claustro»: Mi cuerpo será para ti como un monasterio (Cont.)

Un segundo episodio, en el que me detengo brevemente[2], es el que reporta el capítulo 28 del Libro III del Legatus y se ubica en la hora litúrgica de Vísperas. Mientras Gertrudis canta las palabras: «Vidi aquam egredientem de templo» (ví el agua que salía del templo), el Señor la exhorta a mirar Su corazón y le dice: «Mira mi Corazón, él será tu templo (hoc manebit templum tuum)». Luego la invita a reconocer en otros miembros de su cuerpo, otros lugares místicos en los cuales llevar la vida regular: «Mi cuerpo te servirá de monasterio (corpus meum erit tibi pro claustro[3].

La primera reacción de Gertrudis es de contentarse con la dulzura que ya ha podido experimentar en el corazón de Jesús, por lo cual no advierte la necesidad de buscar otros lugares para alimentarse y reposar. Él, sin embargo, insiste: «Elige […] otras partes de mi cuerpo en las que puedas vivir tu vida de retiro».

Obedeciendo a la orden divina, ella decide entonces elegir, como claustro, los pies del Salvador y sus santas manos como taller de trabajo, su boca divina como capítulo, sus ojos como lugar de lectura y estudio, y, en fin, sus oídos como tribunal en el cual confesar sus pecados[4].

La gracia concedida de este modo, permite a la mística de Helfta intuir una interioridad imaginativa capaz de abrir espacios de intersubjetividad radical. El cuerpo mismo de Jesús llega a ser para ella una superficie arquitectónica abierta a todas las exploraciones y habitaciones: una especie de monasterio interior en el cual se inscribe la cotidianidad[5].

 

4. «Hortus Ecclesiae»: El huerto de la Iglesia

Otro elemento de este variado imaginario es el del jardín del paraíso, descrito en el Libro V del Legatus, donde la redactrix narra una aparición de Jesús a Gertrudis, afligida por una dolorosa enfermedad:

En una ocasión se le apareció el Señor Jesús con incomparable belleza por encima de todos los hijos de los hombres (prae filiis hominum inaestimabiliter forma speciosus)[6]. La acogió con inefable ternura entre sus dulces abrazos (mira blanditate) y la preparaba un lugar de reposo (cfr. Ct 2,6) en su brazo izquierdo[7] junto a su Corazón dulcísimo, lleno de felicidad[8].

Es fácil percibir que, en estas líneas, la redactrix yuxtapone la cita del Salmo 44,3: «Eres el más bello de los hombres», con una clara alusión al versículo del Cantar 2,6: «Su izquierda está bajo mi derecha y su diestra me abraza»: dos imágenes nupciales tomadas de dos textos poéticos de la Escritura. En este contexto encuentra espacio la imagen del jardín, que sigue inmediatamente. Así, mientras Gertrudis reposa entre los brazos del Esposo, contempla el corazón divino, que se despliega ante sus ojos como un jardín paradisíaco (in similitudinem horti paradisiaci), pleno de toda delicia y alegría espiritual.

En este florecen como hierba reverdeciente todos los anhelos de la santa humanidad de Cristo, y difunden su perfume los pensamientos de su corazón (cogitationes eius cordis sanctissimi), bajo la forma de rosas, lirios y violetas y toda clase de flores delicadas. Además, todas las virtudes del Señor Jesús, con su belleza, germinan en la forma de una vid fecunda, similar a las viñas de Engadí (Ct 1,3), de las cuales penden dulcísimos racimos[9].

El jardín es aquí expresamente calificado como hortus paradisiacus[10]: un sintagma que connota un tema eclesiológico ya conocido en la tradición cristiana desde los primeros siglos[11], pero que alcanzó difusión sobre todo en el siglo XII gracias a Onorio de Autun y a san Bernardo de Clairvaux. Bajo su pluma, el locus amoenus (espacio agradable) de Virgilio ha sido transfigurado en un hortus deliciarum (jardín de delicias), evocación del paraíso perdido, al mismo tiempo que anticipación simbólica de la Jerusalén futura[12].

Continuará

 


[1] Antonio Montanari es docente de Historia de la Espiritualidad y de Historia de la Hermenéutica Bíblica en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional (Milán) y de Historia de la Espiritualidad Antigua, en el Centro de Estudios de Espiritualidad de la misma Facultad del cual es también Director. Ha escrito estudios sobre temas de espiritualidad y de exégesis patrística y medieval.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Legatus divinae pietatis 3,28,1; MTD I, 297.

[4] Legatus divinae pietatis 3,28,2; MTD I, 298.

[5] Cfr. U. Wiethaus, «Spatial Metaphors, Textual Production and Spirituality in the Works of Gertrude of Helfta», in C. A. Lees – G. R. Overin (eds.), A Place to Believe in: Locating Medieval Landscapes, The Pensylvania State University Press, University Park PA 2006, 148-149.

[6] Cfr. Sal 44,3.

[7] Cfr. Ct 2,6.

[8] Legatus divinae pietatis 5,30,1; MTD II, 407.

[9] Legatus divinae pietatis 5,30,2; MTD II, 408.

[10] Es sabido que en la Biblia griega el término paràdeisos aparece solo tres veces y es la transliteración del vocablo persa pairidaeza, que indicaba el jardín cercado del palacio real. En los Evangelios, el mismo término se encuentra en Lc 23,43, donde el evangelista consigna las palabras de Jesús moribundo al ladrón arrepentido: «Hoy estarás conmigo en el paraíso», y se retoma en la promesa de Ap 2,7: «Al vencedor, le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios». Sin embargo, en realidad, es solo a partir de la traducción griega de Gn 2,8, que el árbol de la vida está ubicado en el «paraíso». El texto hebreo, en efecto, habla simplemente de un «jardín (gan)» que el Señor Dios plantó en Edén; mientras que la traducción griega de los Setenta introduce la imagen del «paraíso (paràdeisos)» en el Edén; éste, a su vez, en la Vulgata, se traduce en latín como «paradisus voluptatis» (paraíso de delicias). En el texto masorético, el vocablo hebraico pardes se encuentra, en cambio, en el poema de Ct 4,12-13, donde el cuerpo de la esposa es comparado a un jardín y se ponen juntos ambos términos: gan (el jardín cerrado de Ct 4,12) y pardes (de Ct 4,13): un vocablo no hebreo, usado habitualmente para indicar los parques reales en Ne 2,8 y Qo 2,5. También en este caso, es la versión griega que traduce el hebreo pardes como paràdeisos, mientras que la Vulgata traduce Ct 4,12 como «hortus conclusus» (huerto cerrado) y Ct 4,13 como «paradisus malorum punicorum (paraíso de granados)», un jardín adornado con granadas. Como se puede percibir fácilmente, la traducción griega de la Escritura, retomada en las versiones latinas, es la que permite la superposición del paraíso bíblico con el topos literario del locus amoenus (espacio agradable). Ciertamente estos modelos literarios existían ya en la épica griega y en la poesía de Virgilio, pero es la Escritura la que predispone a los autores monásticos medievales a retomarlos y a superponer el paisaje bucólico [de los clásicos] con el bíblico, descripto en el Cantar de los Cantares. E. R. Curtius ha descripto con profusión la evolución del topos del locus amoenus en su amplio estudio: Letteratura europea e Medio Evo latino, La Nuova Italia, Firenze 1997, 219-223; cfr. J. Delumeau, Alla ricerca del Paradiso, San Pablo, Cinisello Balsamo 2012, 11-21.

[11] Podemos recordar en este sentido que ya en Ireneo, en el siglo III, se encuentra la imagen del paraíso referida a la Iglesia: «La Iglesia ha sido plantada como el paraíso en este mundo» (san Ireneo de Lyon, Adv Haer 5,20,2: «Plantata est Ecclesia paradisus in hoc mundo», en: Irénee de Lyon, Contre Les Hérésies, Livre V, éditon critique par Adelin Rousseau, Louis Doutreleau, S.J. et Charles Mercier, tome II, Du Cerf, Paris 1969, 258). En el siglo IV esta imagen fue retomada y precisada por Agustín, que escribía: «El paraíso sería la misma Iglesia, como se lee de ella en el Cantar de los Cantares; los cuatro ríos del paraíso serían los cuatro evangelios; los árboles frutales, los santos; sus frutos, sus obras; el árbol de la vida, el Santo de los santos, Cristo; el árbol de la ciencia del bien y del mal, el libre albedrío de la voluntad humana» (san Agustín de Hipona, Civ Dei XIII,21; versión en castellano: José Morán, O.S.A. (ed.), Obras de San Agustín, edición bilingüe, tomo XVII, B.A.C, Madrid 1965, 35). Pero se deben a san Jerónimo los pasajes que han predispuesto a la asunción de esta simbología por parte de los autores monásticos, ya claramente elaborada en sus cartas: «Mientras permanezcas en tu patria, ten tu celda por un paraíso o vergel, del que cortes los frutos varios de las Escrituras. Esas sean tus delicias, del abrazo de ellas, goza» (san Jerónimo, Ep 125,7; versión en castellano: Daniel Ruiz Bueno (ed.), Cartas de San Jerónimo, edición bilingüe, tomo II, B.A.C., Madrid 1962, 605).

[12] Sobre este tema, que llegó a ser un lugar común en la literatura monástica medieval, se puede ver: J. Leclercq, «Le cloître est-il un paradis?», in Le Message des moines à notre temps. Mélanges offerts à dom Alexis, abbé de Boquen, à l’occasion de son jubilé sacerdotal, Fayard, Paris 1958, 141-145; Id., La vita perfetta. Spunti sull’essenza dello stato religioso, Ancora, Milano 1961, en especial el capítulo final, titulado: «Il paradiso» (pp. 161-170).