Inicio » Content » GREGORIO MAGNO: "LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS" (Capítulos XXII,5-XXV)

 

 

VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
 
XXII.5. PEDRO: Confieso que el acierto de tu exposición hizo desaparecer las dudas de mi mente. Quisiera ahora saber, cómo se mostró este hombre en su manera habitual de hablar.


XXIII.1. GREGORIO: Ninguna palabra suya, Pedro, ni siquiera en sus conversaciones habituales, estaba desprovista de eficacia milagrosa, porque al tener su corazón siempre fijo en las realidades de lo alto, en modo alguno podían caer en vano las palabras de su boca. Y si alguna vez decía algo, no ya como una orden sino tan sólo como una amenaza, su palabra tenía tanta fuerza como si la hubiera pronunciado a modo de sentencia y no dubitativa o condicionalmente.

2. No lejos de su monasterio vivían en casa propia dos religiosas de noble linaje, a las que un hombre piadoso proveía de lo necesario para el sustento material. Pero como en algunos la nobleza de estirpe suele originar bajeza de espíritu -pues al recordar que han sido más que otros, están menos dispuestos a menospreciarse en este mundo- las mencionadas religiosas todavía no habían aprendido a dominar perfectamente su lengua con el freno de su hábito, y con frecuencia provocaban con palabras ofensivas la ira de ese hombre piadoso que les prestaba servicio en sus necesidades materiales.

3. Éste, después de tolerar durante mucho tiempo tal situación, se dirigió al hombre de Dios, y le contó las muchas afrentas que tenía que escuchar. Al oír estas acusaciones contra ellas, el hombre de Dios les mandó decir en seguida: “Corrijan su lengua, porque si no se enmiendan, las excomulgaré”. En rigor, él no pronunció una sentencia de excomunión sino tan sólo una amenaza.

4. Pero ellas no modificaron en nada su conducta. A los pocos días murieron y fueron sepultadas en la iglesia. Y cuando allí se celebraba la misa solemne y el diácono, según el uso, decía en voz alta: “Si alguien está excomulgado, que se retire”, la nodriza de estas religiosas que solía ofrecer al Señor la oblación por ellas, las veía abandonar sus sepulcros y salir de la iglesia. Como repetidas veces observara que a la voz del diácono salían fuera sin poder permanecer dentro de la iglesia, recordó lo que el hombre de Dios les había ordenado cuando aún vivían. En efecto, había dicho que si no corregían sus costumbres y sus palabras, las privaría de la comunión.

5. Con gran tristeza se comunicó esto al servidor de Dios. Él, sin pérdida de tiempo, entregó de su mano una ofrenda, diciendo: “Vayan y hagan ofrecer al Señor por ellas esta oblación, y en adelante ya no estarán excomulgadas”. Una vez que se inmoló la ofrenda por ellas, aunque el diácono dijera, según la costumbre, que los excomulgados debían salir de la iglesia, ya no se las vio abandonar el lugar. Con lo cual quedó indudablemente manifiesto que, si ellas no se retiraban más con los que estaban privados de la comunión, era porque la habían recuperado del Señor, por mediación del servidor del Señor.

6. PEDRO: Es verdaderamente admirable que un hombre, por más venerable y santo que fuera, viviendo aún en esta carne corruptible, haya podido absolver a unas almas que ya se hallaban ante el tribunal invisible.

GREGORIO: ¿Acaso, Pedro, no vivía aún en esta carne aquel que oía las palabras: “Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 16, 19)? Este poder de atar y desatar lo poseen ahora aquellos a quienes incumbe la dirección espiritual en virtud de su fe y sus costumbres. Mas para que el hombre terreno pueda tener un poder tan grande, el Creador del cielo y de la tierra vino desde el cielo. Y para que la carne pueda juzgar también a los espíritus, Dios hecho carne a causa de los hombres se dignó concederle este poder. Así nuestra debilidad se elevó por encima de sí misma, porque la fuerza de Dios se hizo débil por debajo de sí.

7. PEDRO: La razón de tus palabras está de acuerdo con el poder de sus milagros.


XXIV.1. GREGORIO: Un día, uno de sus monjes, muy joven, que amaba a sus padres excesivamente, se fue a casa de ellos, luego de haber salido del monasterio sin la bendición. El mismo día que llegó, murió y fue enterrado. Al día siguiente, apareció su cuerpo fuera del sepulcro. De nuevo intentaron enterrarlo; al otro día lo encontraron otra vez, como la víspera, rechazado y privado de sepultura.

2. Acudieron entonces rápidamente a los pies del Padre Benito, y le pidieron con fuertes sollozos que se dignara concederle su gracia. En seguida, el hombre de Dios les entregó la comunión del Cuerpo del Señor y les dijo: “Vayan y pongan el Cuerpo del Señor sobre su pecho y entiérrenlo”. Así lo hicieron, y la tierra retuvo el cuerpo y no lo rechazó más. Ya ves, Pedro, cuál no sería el mérito de este hombre ante el Señor Jesucristo, que hasta la tierra rechazaba el cuerpo de aquel que no tenía el favor de Benito.

PEDRO: Si, me doy cuenta y el hecho me llena de admiración.


XXV.1. GREGORIO: Cierto monje, que había cedido a la veleidad de su mente, no quería permanecer en el monasterio. A pesar de que el hombre de Dios lo había reprendido y exhortado con frecuencia, en modo alguno consentía en permanecer en la comunidad y le insistía con ruegos importunos que lo dejara en libertad. Un día el Padre venerable, cansado de su impertinencia, le ordenó airado que se fuera.

2. Mas apenas salió del monasterio, se encontró en el camino con un dragón que lo agredía con las fauces abiertas. Cuando el dragón hacía ademán de devorarlo, él, temblando y agitándose, empezó a gritar con toda su fuerza: “¡Corran, corran, porque este dragón quiere devorarme!”. Los hermanos que acudieron corriendo no llegaron a ver al dragón, pero llevaron de vuelta al monasterio al monje asustado y estremecido. Éste prometió en seguida que ya nunca más volvería a abandonar el monasterio. Y desde aquel instante permaneció fiel a su promesa. La verdad es que por las oraciones del hombre santo había visto al dragón que lo hostigaba, y al que antes seguía sin verlo.
 
 
 
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
 
[Visión de conjunto de conjunto de estos capítulos]
 
La serie de milagros de profecía se concluía con un grupo de tres prodigios. La de los milagros de poder comienza de la misma forma, pero esta nueva trilogía es mucho más neta que la precedente. Si se podía dudar en aquella, en la presente los tres milagros que encontramos están relacionados de manera evidente.
 
No en el sentido que formen un tríptico propiamente dicho, con un elemento central y dos ventanas simétricas, como se encuentra a menudo en los Diálogos. Sino que estos tres relatos están ligados dos a dos, el del medio hace de nexo por sus estrechas relaciones con el precedente y con el que le sigue. Los dos primeros milagros son hechos muy semejantes de muerte súbita en estado de pecado y de reconciliación por la Eucaristía. Los dos últimos se parecen mucho por el delito de fuga del que se hacen culpables -cada uno a su modo- los beneficiarios de los milagros.
 
Sin tener un centro, como es el caso de un tríptico, la presente trilogía tiene una gran cohesión. Reunidos dos a dos, los tres hechos se hallan además relacionados por el tema común de la salida, del regreso y de la permanencia: las monjas difuntas salen de la iglesia en cada Misa, después permanecen; salida del monasterio, el pequeño monje es expulsado de su tumba, pero terminará por quedarse; salida también, la del monje apóstata que vuelve al monasterio y se queda.
 
La cohesión de este pequeño grupo aparece reforzada por la distribución de los roles: dos mujeres primero, luego dos hombres. Pero lo que lo constituye como un bloque bien definido es la relación de los tres episodios con el Libro IV. El hecho salta a la vista por los dos primeros (episodios): por encima de muerte gloriosa de Benito, estas muertes y estas eucaristías anuncian sobre todo la serie de finales trágicos, de tumbas atormentadas, de almas en pena y de liberaciones por medio de la Misa que Gregorio presentará en la última parte de su obra. En cuanto al tercer relato, esa visión del dragón que convierte a un pecador tendrá también su réplica exacta en el último libro de los Diálogos.
 
 
En la mitad de la Vida de Benito, Gregorio ha colocado un bosquejo de cuadros escatológicos, que reserva para el final de la obra. Ya, si se recuerda, el relato de la fundación de Terracina nos parecía anunciar la visión del más allá, de la cual el nuevo monasterio será un día escenario. Pero se trataba de una preparación lejana, apoyada sobre el marco externo de una de las escenas del Libro IV. Aquí, por el contrario, recibimos, inmediatamente después de la fundación de Terracina, un verdadero anticipo de esas revelaciones del mundo futuro.
 
Notas:
 
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 141-142 (Vie monastique, 14).