Inicio » Content » GERTRUDIS DE HELFTA Y BERNARDO DE CLARAVAL: UNA REAPRECIACIÓN (IV)

Vitral de Santa Gertrudis, Parroquia Santa María Estrella del Mar y Santa Gertrudis, Far Rockaway, Queens, New York[1].

 

P. Michael Casey, ocso[2]

2. Más bien del siglo XIII que del siglo XII

El paso de cien años y más, ha dejado su huella en la espiritualidad monástica. El clima en el cual vivió Gertrudis fue bastante distinto del de los primeros días de Císter. La reforma gregoriana ya no era un tema vital en la Iglesia; el monacato cisterciense se había institucionalizado y había perdido un poco de su excitación inicial. Hubo cambios en la sociedad que se reflejaron en el advenimiento de las órdenes mendicantes y en un estilo totalmente distinto de aprender y predicar, como también en la piedad popular. Las lenguas vernáculas se fueron estableciendo más fuertemente y abriendo el latín tradicional a nuevas posibilidades de expresión.

Todo esto se puede percibir comparando el estilo de la prosa de Gertrudis con el de Bernardo. La Reina Caridad (Regina Caritas) permanece, pero en general la imaginería feudal ha disminuido[3]. Puede sentirse la influencia de los victorinos y de varias escuelas de teología. Ella no tiene el virtuosismo lingüístico que tuvo san Bernardo, pero el lenguaje mismo también parece haber cambiado. Las palabras e imágenes que una vez fueron originales y frescas, se han gastado; tienen que ser puestas en cadena para producir efecto, o ser bombeadas al grado superlativo. Así una palabra como “melifluus”, que fue bastante rara en el estilo de Bernardo, se vuelve un lugar común en Gertrudis[4]. ¿Qué implica un rostro melifluo? ¿Un rostro que destila miel? Y así, la dulzura en todas sus formas, llega a ser un adjetivo frecuente (dulcis o suavis) que pierde su fuerza y tiene que ser reforzado como suavifluus[5].

Se puede ver esta degradación del lenguaje en los férvidos títulos dados a Cristo: Jesu mi dulcissime[6]. Amantissime Jesu[7]. O Jesu charissime omnium charissimorum[8]. Iesu dulcis amor[9]. Iesu mi fidelis amice[10]. O dulcis amator meus[11]. Jesus amabilis, spes mea[12]. O aeterna dulcedo animae, cordis mei dilecte unice[13]. Eia Iesu, iuvenis amabilis, amicabilis et desiderabilis, cuius societas tam nobilis et optabilis[14]. O chare dux meus[15]. Iesu praecordialissime[16]. Ave Iesu sponse floridi[17]. Benignissime Iesu[18]. También: O dulcissime Jesule[19]. ¿Cómo se pueden traducir estas expresiones? “Mi dulcísimo Jesús. Mi amadísimo Jesús. Oh Jesús, el más querido de todos los queridos. Jesús, dulce amor. Jesús, mi fiel amigo. Oh, mi dulce amante. Amable Jesús, mi esperanza. Oh eterna dulzura del alma, único amado de mi corazón. Oh, Jesús, juventud amable, amical y deseable, cuya compañía es tan noble y apetecible. Oh mi querido guía. Oh Jesús, mi más entrañable amado. Oh Jesús, esposo florido. Oh Jesús bondadosísimo”. Y finalmente: “Oh dulcísimo Jesusito”. La más somera muestra de los escritos de Gertrudis revela tal acumulación de piropos o cumplidos, que, si no son ellos mismos una cursilería, ciertamente allanan el camino para que lo sean en escritores posteriores de menor talento.

Que tales apelativos fueran posibles es debido al género literario en el cual Gertrudis escribió. Como mujer y monja de clausura, estaba virtualmente descalificada para hacer uso de muchas de las formas literarias abiertas a los hombres. Las mujeres no predicaban sermones; los comentarios formales parecían estar reservados a los letrados; y las disputas y controversias a los estudiosos. Los tratados estaban generalmente escritos bajo la ficción de ser redactados por sus autores a causa de las súplicas de otros; y la escritura de cartas de presentación, presuponía un potencial lector entre conocidos lejanos. Muchas mujeres que escribieron usaron la forma de visiones o revelaciones, aún una tan competente y sensata como Juliana de Norwich. Si hubo alguna base de hecho para estas visiones, es una cuestión que no discutiré ahora. Pudieron haber sido experiencias altamente emotivas, recreadas imaginativamente, o simplemente construcciones literarias bajo el firme control de una intuición teológica. Esta es la forma usada en el Heraldo, con gran efecto. La otra forma que estaba abierta para ella fue la de oraciones, ejercicios o elevaciones. Superficialmente estas fueron fórmulas personales de devoción, aun cuando frecuentemente fueron escritas para servir a otros, para dar una orientación teológica a sus oraciones. Este es el género empleado en los Ejercicios. Al menos algunas de las características del siglo XIII que exhibe Gertrudis provienen de esta forma.

Si la forma de elevación espiritual en el sentido de “adoración lírica”[20] comenzó a proliferar en el siglo XVII, tal vez como una compensación a una liturgia cada vez más extraña y rígida, el género era conocido desde antes. Hay muchos pasajes en los escritos de san Bernardo que podrían calificarse dentro de ese género, pero es Guillermo de Saint Thierry el más sazonado experto de esta forma de composición. De contemplando Deo (Sobre la contemplación de Dios), aun cuando es designado como un tratado, está en gran medida compuesto de férvidas invocaciones a las personas de la Trinidad. Las Meditativae Orationes (Oraciones Meditativas), otro tanto. El lenguaje no es todavía el del siglo XIII, pero el camino para los efluvios de Gertrudis está abierto. A pesar de algunas similitudes iniciales es claro que el género ha evolucionado considerablemente en los cien años transcurridos.

El propósito de los escritos de elevación es levantar el corazón hacia Dios: “Ahora levántate, alma mía”[21]. “Elévate (elevari) alma mía, elévate”[22]. “Oh, despiértate, alma, ¿cuánto más tiempo dormirás?”[23]. “Levanta tu alma para que se deleite en Dios”[24]. La finalidad del género no es la instrucción formal, sino la animación o motivación. La invocación tiene que tener cierto grado de contenido emocional y para eso el lenguaje debe ser tal que estimule los sentimientos. Esta es la razón por la cual Gertrudis recurre cada vez más a su reserva de palabras recargadas y superlativos. Esta es también la razón de que, incidentalmente, sus escritos sean en gran medida infructuosos cuando se los lee a través del insípido inglés piadoso del siglo XIX. La finalidad del género es tocar el corazón y los sentimientos, no informar; si el lenguaje es tal que el lector permanece inconmovible, queda poco margen para obtener el resultado.

Para tratar de medir el calibre de Gertrudis como persona, escritora y teóloga monástica, es importante reconocer que vivió en una generación distinta de la de Bernardo y fue obligada a trabajar dentro de sus límites, usando su lenguaje. Tal vez nuestras preferencias se inclinen por el siglo anterior. Sin embargo, queda en pie el hecho de que no es posible discutir la relación entre Gertrudis y Bernardo simplemente alineando pasajes de sus escritos. Debemos tener en cuenta el cambio en la sociedad, la Iglesia, el pensamiento y el lenguaje. Una palabra elegida espontáneamente por Bernardo puede tener un carácter diferente en Gertrudis: puede ser una alusión o un signo de dependencia; puede ser simplemente un arcaísmo, o también un cliché; o puede tener un sentido diverso. Antes de poder llegar a una conclusión se deben estudiar cuidadosamente los textos.

Continuará



[1] St. Mary Star of the Sea & St. Gertrude es una parroquia católica romana ubicada en el Far Rockaway, el barrio más oriental de la Península de Rockaway, en la Gran Isla de New York y que pertenece al distrito de la ciudad (New York borough of Queens o ciudad de las reinas).

[2] El autor es monje trapense de la Abadía de Tarrawarra, Australia, muy conocido por sus publicaciones y disertaciones sobre la espiritualidad monástica traducida para el mundo de hoy, tanto para el público monástico de regla benedictina, como también para un público más amplio que busca nutrirse de las fuentes tradicionales y encarnarlas en la espiritualidad cristiana contemporánea. Este artículo fue publicado en Tjurunga 35 (1988): 3-23. Traducido con permiso del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.

[3] Regina Caritas: X 5,193-4 p. 170; reginarum regina caritas: 5,464 p. 192

[4] X 1,84 p. 64; 1,177 p. 72; 1,210 p. 74; 1,232 p. 76; 1,136 p. 68; 3,173 p. 104; 3,389 p. 122; 4,410 p. 154; 5,126 p. 166; 5,167 p. 168; 5,360 p. 184; 5,364 p. 184; 5,492 p. 194; 6,20 p. 202; 6,109 p. 208; 6,204 p. 214; 6,226-8 p. 216; 6,294 p. 222; 6,298 p. 222; 6,437-8 p. 232; 6,507 p. 236; 6,577 p. 242; 6,710 p. 250; 6,759-760 p. 254; 6,799 p. 256; 7, 551 p. 296; H 4,49,1 p. 396 (aquí se aplica el adjetivo a las palabras de san Bernardo); H 2,6,2 p. 256.

[5] H 2,16,4 p. 294; 2,18,2 p. 302.

[6] X 7,120 p. 266; 7,187 p. 272; 7,577 p. 298; 7,44 p. 262; 1,245 p. 78; hay inmumerables variantes de este uso, así como de todos los que siguen.

[7] X 2,39 y 51 p. 84; H 2,2,1 p. 232.

[8] X 3,341-2 p. 118.

[9] X 6,646 p. 254.

[10] X 6,654 p. 246.

[11] X 6,790 p. 256.

[12] X 7,604 p. 300.

[13] X 7,614 p. 304.

[14] X 7,649-50 p. 304.

[15] X 7,651-2 p. 304.

[16] X 7,695 p. 306

[17] H 4,35,10 p. 300.

[18] H 4,36,4 p. 306.

[19] H 3,42,1 p. 192.

[20] Cfr. Emile Bertaud, art. “Elévations spirituelles”, en DSp. 4 (1959) col. 553-558, col. 554; ver también el artículo de Jean Leclercq “Exercises spirituels”, en DSp. 4 (1961) col. 1902-1908.

[21] X 6,56 p. 204.

[22] X 6,34 p. 202.

[23] X 3,31 p. 94.

[24] X 6,55 p. 204.