Inicio » Content » “FULGIDA SEMPERQUE TRANQUILA TRINITAS”, INTUICIONES MÍSTICO-TEOLÓGICAS SOBRE LA TRINIDAD EN SANTA GERTRUDIS (III)

Santa Matilde de Hackeborn, icono contemporáneo.

Francisco Asti[1]

3. La siempre tranquila e inefable Trinidad

En el Monasterio de Helfta[2] la atmósfera espiritual se caracterizaba por la presencia de mujeres que buscaban sinceramente a Dios en la oración, el trabajo y el estudio, esforzándose por vivir la regla benedictina con un espíritu nuevo[3]. Los cluniacenses y los cistercienses representan el intento de vivir las enseñanzas de san Benito, haciéndolas penetrar en las diversas circunstancias históricas. Así también, las monjas de Helfta intentan renovar los orígenes benedictinos con su propia idea del monacato al modo femenino. Gertrudis la Abadesa, Matilde de Hackeborn y Gertrudis la Grande buscan realizar el ideal monástico siguiendo la gran tradición occidental, con aquella sensibilidad propia de sus personalidades. Se mueven en la escucha de la cultura clásica y en la confrontación con grandes figuras intelectuales de su época, como San Bernardo. Interpretan de modo peculiar el sentir teológico de la época y lo realizan concretamente en su monasterio. Son atentas escrutadoras de los signos de los tiempos, capaces de indicar a los que las escuchan, la novedad del Evangelio, vivido con alegría. No podemos decir que son sólo un círculo espiritual de mujeres de alta estatura moral, sino que son innovadoras de la vida monástica en Helfta. Son el alma que hace aquella realidad especial, y punto de referencia para quienes quieren encontrarse a sí mismos en Dios.

Matilde, con sus revelaciones, propone el ideal de la belleza divina como experiencia que las monjas pueden vivir, cuando se sumergen en el corazón de Jesucristo. El canto representa un modo de alabar al Señor por la armonía que ha derramado en la creación. “Filomena” es el nombre con el cual llamaban a Matilde, por la suavidad de su voz y por su servicio a la comunidad[4]. La monja vive en profundidad la meditación de las páginas sagradas; no es solo una copista que transmite el texto en su integridad, sino que se dispone a ser instruida por Dios sobre la grandeza de su misterio. Dios la hace participar de conocimientos profundos de su realidad íntima. En una descripción, delinea el profundo contenido de la liturgia, si se la vive con gran intensidad, tanta como para unir el cielo y la tierra: “Cuando el hombre, en la tranquilidad de su corazón, medita las grandezas y perfecciones de Dios, es servido por los Tronos; pero cuando es iluminado y se eleva en la contemplación, obtiene un conocimiento exacto, ya que es asistido por los Querubines. Los Serafines hacen arder de amor al hombre, para que alcance el corazón del mismo Dios”[5]. La lectio monástica mueve a Matilde a abrir el corazón y la mente a la presencia de Dios, que a introduce en sus secretos. No se trata, por tanto, solo de meditación, sino de experiencia mística, en la cual Dios le revela su esencia trinitaria. Los ángeles, querubines y serafines indican la sabiduría y el entendimiento que son dones propios de la experiencia mística.

La monja se plantea críticamente la cuestión de cómo alabar a Dios en su vida, ella que, con su voz, parecía un ruiseñor. La respuesta le viene de Jesús mismo:

El Señor se dignó responderle: “Puedes alabarme en estos términos: ‘Gloria a Ti, dulcísima, nobilísima, luminosísima, siempre tranquila e inefable Trinidad’. Yo uniré la palabra ‘dulcísima’ a mi divina dulzura; ‘nobilísima’, a mi supereminente nobleza; ‘luminosísima’, a mi inaccesible luz; ‘tranquila’, a mi reposo totalmente libre de cualquier turbación; e ‘inefable’ a mi inexpresable bondad. Yo mismo presentaré del modo más agradable esta alabanza a la adorable Trinidad”[6].

Las indicaciones del Señor implican la cultura monástica del momento y muestran una continuidad con el pensamiento de los Padres de la Iglesia y la sensibilidad propia de Matilde.

En el clima de oración, el diálogo con Jesús se vuelve un modo de expresar líneas teológicas que Matilde misma usa en el curso de su Libro de la Gracia Especial[7]. Observemos la original transición del Dios tranquilo de Bernardo a la Trinidad tranquila de Matilde. Tal pasaje no es una mera cuestión nominal, sino que es expresión de la comprensión teológica de su propia experiencia. La contemplación teórica de Bernardo se refería a Dios en su unidad; ahora, para Matilde, expresa su experiencia de la comunión con las tres Personas divinas. Estamos ante una oración de contenido trinitario. De hecho, la alabanza que presentará Matilde a Jesús será del agrado de la Santísima Trinidad. A través de la adorable humanidad de Jesucristo, la oración de la Iglesia llega al corazón de la Trinidad.

Las atribuciones como dulcísimo, nobilísimo, luminosísimo, siempre tranquilo e inefable, se refieren todas a las tres Personas divinas. Expresan, de manera humana, la esencia de las personas divinas; por ejemplo, predicando la dulzura del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Lo que se refiere a la esencia, se dice de las tres personas[8]. El superlativo de los atributos evoca la teología catafática, es decir el atribuir a Dios el máximo posible de la palabra humana, para indicar la distancia que hay entre lo humano y lo divino. Esta distancia está salvaguardada por la inefabilidad; porque la mente no puede pensar nada más grande[9]. La inefabilidad expresa el límite al que llega el hombre, cuando habla de Dios.

Matilde utiliza el atributo “tranquila” agregándole “siempre”, para distinguirlo de la quietud como inacción o falta de movimiento, condición estrictamente humana. Lo pone en forma superlativa, usando el adverbio “siempre”, y especificando que la tranquilidad consiste en la ausencia de turbación. El reposo de Dios está libre de toda forma de sufrimiento físico y psíquico. De este modo, Matilde se pone en continuidad con el pensamiento de San Agustín, que leía el término en clave escatológica. El reposo se refiere a la eternidad de Dios, a la que aspira el creyente. Las personas divinas se distinguen, no por las atribuciones comunes, sino por las relaciones y por las apropiaciones. Matilde indica la omnipotencia del Padre, la sabiduría del Hijo y la benignidad del Espíritu Santo. Lo propio del Padre es la omnipotencia, que se expresa al crear: “Él obra según quiere: ningún ser creado, por grande que sea su capacidad, puede comprender un tal misterio”. Muestra cómo, en la relación intra-trinitaria, el origen radica en el Padre, que crea por medio del Hijo, en el Espíritu Santo. La fórmula trinitaria es la que liga la tradición oriental con la occidental.

La expresión “por medio del Hijo y en el Espíritu” no es sólo una fórmula litúrgica, sino que denota la teología trinitaria. Así, el Hijo es la inescrutable Sabiduría en relación con el Padre y con el Espíritu Santo. Por medio de la Sabiduría todas las cosas fueron hechas: “Alabarás la inescrutable Sabiduría del Hijo, Sabiduría que Él comunica plenamente y con inalterable libertad al Padre y al Espíritu Santo, misterio tan profundo que no puede ser comprendido por creatura alguna, ni en el cielo ni en la tierra”[10].

El Espíritu Santo es comunicado abundantemente, por medio del Hijo, a toda la creación. Es el Espíritu Santo que hace participe al hombre de la vida divina. Es el Espíritu de Dios, que conduce a todas las cosas a su unidad originaria. Las relaciones intra-trinitarias y la misión del Hijo y del Espíritu Santo están expresadas en forma simbólica como el triple cordel que salía del corazón de Jesús. Éste representa el amor adorable de la Santísima Trinidad, que por mediación de la Virgen María, se infundía en las monjas, para unirlas a Sí[11]. Una vez más, en la vigilia de Todos los Santos[12], había visto en éxtasis a la Santísima Trinidad como agua viva que tenía en sí misma su fuente y que se difundía por doquier, llevando una frescura salubre y exquisita. Los términos trinitarios del símbolo son: la base de esa fuente, la omnipotencia del Padre; la imagen de las aguas que se esparcían por doquier, la sabiduría increada del Hijo; y el beneplácito que se comunicaba a todos, el Espíritu Santo, que lleva a las almas frescura y salud. Sin Dios, el hombre no puede vivir plenamente.

En el Capítulo 35 del Libro Segundo, Matilde propone como metáfora trinitaria lo que le era más afín, es decir la música y el canto. Del Corazón de Jesús sale un instrumento melodioso, una cítara de diez cuerdas. La última representa al Señor. La palabras de la alabanza provienen de la Liturgia de las Horas, de las vísperas de la fiesta de la Santísima Trinidad: “Padre ingénito, Hijo unigénito, Espíritu paráclito”[13]. También el canto calla cuando se contempla a las personas divinas. No hay palabras o música que pueda describir la experiencia de unión con la Santísima Trinidad. Dios se muestra como incomprensible en su omnipotencia. Matilde experimenta la unión con Jesucristo que la hace semejante a sí, hasta ser ambos totalmente uno: “Diciendo esto, esta alma se inclinó sobre el pecho de su querido Señor, alabándolo con gozo y afecto, con todas sus fuerzas, en Él y por medio de Él mismo. Cuanto más lo alababa, uniéndose a Él, tanto más se desvanecía en sí misma hasta quedar aniquilada. Como la cera se funde ante el fuego, así Matilde se derretida, por así decirlo, y quedaba absorta en Dios, felizmente unida con Él, y a Él adherida, diríamos, con el vínculo de una unión indisoluble”[14]. La unión a Cristo Jesús tiene lugar gracias a la presencia del Espíritu, que la pone en un estado de semejanza perfecta con Él. El conocimiento que deriva de esta experiencia no aporta ninguna novedad teológica, pero muestra cómo la presencia de Dios en la historia hace comprender de manera nueva aspectos de la revelación útiles para el bien de la Iglesia y para la humanidad, en aquel particular período histórico. Matilde demuestra en sus revelaciones que la teología es un hablar de Dios a los hombres y mujeres de su tiempo. Es un transmitir “verdades que son camino hacia el cielo”[15].

Continuará

 


[1] Francisco Asti es sacerdote, Profesor ordinario de Teología y Decano de la Pontificia Facultad de Teología de la Italia Septentrional Santo Tomás, Consultor teólogo de la Congregación para las Causas de los Santos y Párroco del Santísimo Redentor, en Nápoles.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: “SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019”, Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Cf. F. Asti, Dire Dio. Linguaggio sponsale e materno nella mistica medioevale, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2006; Id., L’esperienza mistica mariana di Gertrude La Grande, en Theotokos XIX (2011) 255-287.

[4] S. Matilde, Il libro della grazia speciale, L. V, 8, Tip. Arciv. Dell’addolorata, Varese 1938.

[5] Ibidem, L. II, 30.

[6] Ibidem, L. III, 35.

[7] Cf. A. M. Haas, “Themen und Aspekte der Mystik Mechthilds von Hackeborn”, in AA. VV., Temi e problemi nella mistica femminile trecentesca. Convegno del Centro di Studi sulla Spiritualità Medievale (Todi, 14-17 Ottobre, 1979), Maggiolini Editori, Rimini 1983, 49-83.

[8] Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologica, I, q. 13.

[9] S. Anselmo de Aosta, Il Proslogion, le Orazioni e le Meditazioni, vol. I, col. 94, CEDAM, Padova 1959.

[10] Cf. S. Matilde, Il libro della grazia speciale, L. I, 19.

[11] Ibidem, L. I, 31: “De pronto, salió del Corazón dulcísimo [del Hijo], que contenía la riqueza de toda felicidad, un triple cordón áureo […]. En el triple cordón que salía del Corazón de Dios, comprendió [Matilde] que se significaba el amor perenne de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo que por mediación de la dignísima Madre, María, entra en los corazones de las vírgenes incontaminadas, y los une a sí. Corno dice la Escritura: ‘La pureza tiene a Dios cercano’ (cf. Sb 6,19 [6,20 Vulgata])”.

[12] Ibidem L I 31: “Alabando de nuevo aquella noche santa a la santísima Trinidad en cuanto le era posible, contempló en éxtasis una fuente viva, más resplandeciente que el sol, que brotaba y se abastecía a sí misma. De ella salía un aire confortable y suavísimo. Su base era sólida y construida artísticamente. En su interior tenía una pila de la que se abrevaba sin intervención humana y se ofrecía generosamente a todos. La base de la fuente significaba la omnipotencia del Padre. La pila designaba la sabiduría increada del Hijo que con generosidad se ofrecía voluntariamente a todos, se derramaba y comunicaba a cada uno como él quería. La dulzura del agua significaba la inefable suavidad y bondad del Espíritu Santo. El aire confortable significaba que Dios es la vida de todos. Y como el hombre no puede vivir sin el aire, ninguna criatura puede vivir sin Dios”.

[13] Ibidem L. II, 35.

[14] Ibidem L. II, 35.

[15] Prefacio de la Misa propia de los Santos Apóstoles, II.