Inicio » Content » DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

 

«Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús» (Mt 26,25).

«Pedro le dijo: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. Y todos los discípulos dijeron lo mismo» (Mt 26,35).

«Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron»( Mt 26,56). 

«Pilato sabía bien que lo habían entregado por envidia» (Mt 27,18).

«Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud diciendo: “Yo no soy responsable de la sangre de este justo. Es asunto de ustedes» (Mt 27,24).

«Los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él”» (Mt 27,41-42).
 
«Como se iban cumpliendo los días de su asunción, Jesús se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén. Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección. Al dirigirse a Jerusalén dice: “No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén”.
 
Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén. Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no han querido! Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus ojos.
 
¿Cómo va a recibir Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey, pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de David, su padre. Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación -Hosanna quiere decir ¡sálvanos!, ¡Danos la salvación!-. Pues bien, el Rey de la Gloria entra en su ciudad montado en un asno: no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad. Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños y los pobres de Dios , que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores. Su aclamación, Bendito el que viene en el nombre del Señor, ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.
 
La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa. (…)
 
A partir del Triduo Pascual, como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor. De esta fuente, por todas partes, el año entero queda transfigurado por la liturgia. Es realmente año de gracia del Señor. La economía de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad.
 
Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la Fiesta de las fiestas, Solemnidad de las solemnidades, como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos -el gran sacramento-. San Atanasio la llama el gran domingo, así como la Semana Santa es llamada en Oriente la gran semana. El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido» (Catecismo de la Iglesia Católica, ns. 557-560. 1168-1169).