Inicio » Content » DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR. Ciclo "B"
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La Resurrección de Cristo

1366-1367

Andrea de Firenze

Santa Maria Novella, Florencia, Italia

 

«Los seguidores de Moisés inmolaban el cordero pascual una vez al año, el día catorce del primer mes, al atardecer. En cambio, nosotros, los hombres de la nueva Alianza, que todos los domingos celebramos nuestra Pascua, constantemente somos saciados con el cuerpo del Salvador, constantemente participamos de la sangre del Cordero; constantemente llevamos ceñida la cintura de nuestra alma con la castidad y la modestia, constantemente están nuestros pies dispuestos a caminar según el evangelio, constantemente tenemos el bastón en la mano y descansamos apoyados en la vara que brota de la raíz de Jesé, constantemente nos vamos alejando de Egipto, constantemente vamos en busca de la soledad de la vida humana, constantemente caminamos al encuentro con Dios, constantemente celebramos la fiesta del “paso” (Pascua).

Y la palabra evangélica quiere que hagamos todo esto no una sola una vez al año, sino siempre, todos los días. Por eso, todas las semanas, el domingo, que es el día del Salvador, festejamos nuestra Pascua, celebramos los misterios del verdadero Cordero, por el cual fuimos liberados. No circuncidamos con cuchillo nuestro cuerpo, pero amputamos la malicia del alma con el agudo filo de la palabra evangélica. No tomamos ázimos materiales, sino únicamente los ázimos de la sinceridad y de la verdad. Pues la gracia que nos ha exonerado de los viejos usos, nos ha hecho entrega del hombre nuevo creado según Dios, de una ley nueva, de una nueva circuncisión, de una nueva Pascua, y de aquel judío que se es por dentro. De esta manera nos liberó del yugo de los tiempos antiguos.

La pascua mosaica no era realmente apta para todos los pueblos, desde el momento en que estaba mandado celebrarla en lugar único, es decir, en Jerusalén, razón por la cual no era deseable. Por el contrario, el misterio del Salvador, que en la nueva Alianza era apto para todos los hombres, con toda razón era deseable.

En consecuencia, también nosotros debemos comer con Cristo la Pascua, purificando nuestras mentes de todo fermento de malicia, saciándonos con los panes ázimos de la verdad y la simplicidad, incubando en el alma aquel judío que se es por dentro, y la verdadera circuncisión, rociando las jambas de nuestra alma con la sangre del Cordero inmolado por nosotros, con miras a ahuyentar a nuestro exterminador. Y esto no una sola vez al año, sino todas las semanas.

Nosotros celebramos a lo largo del año unos mismos misterios, conmemorando con el ayuno la pasión del Salvador el Sábado precedente, como primero lo hicieron los apóstoles cuando se les llevaron el Esposo. Cada domingo somos vivificados con el santo Cuerpo de su Pascua de salvación, y recibimos en el alma el sello de su preciosa sangre»[1].

 

 


[1] Eusebio de Cesarea, Tratado sobre la solemnidad de Pascua, 7.9.10-12; PG 24,702-706; trad. en: Leccionario bienal bíblico-patrístico de la Liturgia de las Horas. III. Adviento - Pentecostés, Zamora, Eds. Monte Casino, 1984, pp. 509-511. Eusebio nació en Palestina, quizás en Cesarea, por el 265; se formó culturalmente en esta ciudad, sede de la escuela y de la célebre biblioteca fundadas por Orígenes. Durante la persecución de Diocleciano huyó a Tiro y desde allí al desierto egipcio de la Tebaida; arrestado y encarcelado, pudo volver poco después a Palestina gracias al edicto de tolerancia. Nombrado por el 313 obispo de Cesarea, se vio envuelto desde el principio en la controversia arriana. Mantuvo una amistad y una devoción sincera sin límites con el emperador Constantino, y celebró en discursos oficiales los veinte años y más tarde los treinta de su subida al poder. Murió poco después del emperador, por el 339/340. Su producción literaria es muy notable y se desarrolla en muy diversos campos. Sus obras históricas constituyen la parte mejor de su producción y a ellas está ligada su fama imperecedera.