Inicio » Content » CUARTO DOMINGO DE PASCUA. Ciclo "B"
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Cristo Buen Pastor

Siglo III

Asia Menor

 

«Tengo todavía otras ovejas que no son de este rebaño, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo pastor y un solo rebaño (Jn 10,16). En efecto, aunque especialmente dirigidas a Pedro: Apacienta mis ovejas (Jn 21,17), estas palabras se refieren sin embargo, por medio del único Señor, a todos los pastores; y a todos aquellos que vienen a la Roca (Cristo) él les nutre en pastos tan abundantes y tan bien regados, que innumerables ovejas, fortificadas por la abundancia de su amor, no dudan en morir por el nombre de su Pastor, lo mismo que el buen Pastor se ha dignado dar su vida por sus ovejas. Es con Él con quien sufre no solamente el valor glorioso de los mártires sino también la fe de todos aquellos que renacen en el baño de la regeneración. En efecto, cuando se renuncia al diablo para creer en Dios, cuando se pasa de la vejez a la renovación, cuando se depone la imagen del hombre terrestre para revestir la forma celestial, se produce como una especie de muerte y una especie de resurrección; hasta el punto de que quien ha sido recibido por Cristo y quien recibe a Cristo no es ya más, después del baño del bautismo, lo que había sido antes, sino que el cuerpo del regenerado se convierte en la carne del Crucificado...

Por eso la Pascua del Señor se celebra dignamente con ázimos de pureza y de verdad (1 Co 5, 8), cuando, una vez rechazado el fermento de la antigua malicia, la nueva creatura se embriaga y se alimenta del Señor mismo. Porque la participación en el cuerpo y en la sangre de Cristo no tiene otro efecto que convertirnos en lo que comemos y hacernos llevar en todas partes, en nuestro espíritu y en nuestra carne, a aquel en quien y con quien hemos muerto, hemos sido sepultados y resucitados»[1].

 

 


[1] San León Magno, Sermón XII sobre la Pasión; PL 54,355-357 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1972, F 12). León, que ostenta el título de Grande (Magno), sobre todo por su contribución teórica y práctica al afianzamiento del primado de la Sede Apostólica romana, fue Papa de Roma entre 440 y 461, en el momento histórico en que el Imperio Romano se quebraba en Occidente ante el empuje de las invasiones bárbaras. León habría nacido en Toscana (¿o Roma?), hacia el fin del siglo IV. Antes de ser obispo de Roma ocupó una posición importante durante el pontificado de sus predecesores. León fue ante todo obispo de Roma y, por medio de sus frecuentes sermones dirigidos tanto al clero como al pueblo, buscó introducir a su comunidad en la celebración de los misterios de Cristo, proponiéndole la vivencia sincera de la vida bautismal, a la vez que procuró preservar a sus fieles de las herejías y los errores provenientes del paganismo. Después de veintiún años de pontificado arduo y difícil, murió el 10 de noviembre de 461. Nos legó 97 sermones y 173 cartas.