Inicio » Content » LA BELLEZA EN LOS ESCRITOS DE SANTA GERTRUDIS (VII)

“Mete aquí tu mano” [1], grabado publicado en el libro “Vida de Santa Gertrudis Virgen”, autor anónimo, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1913.

 

Bernard Sawicki, OSB[2]

4.5. Penetración

Así llegamos a la acción más intensa y también más natural y esperada[3] en la relación íntima de amor. Obviamente las primeras asociaciones que se presentan tienen un carácter erótico y este aspecto no debe ser negado, sino que, si recordamos la naturaleza de la relación de la que estamos hablando, estas asociaciones ceden el paso a otras formas y otros gestos más significativos y bellos de la realización de la unión de la esposa con el esposo. En este nivel simbólico esta unión profunda y radical es solo un reflejo de la unión mística con Dios, prevista para toda persona humana.

Por lo tanto estas imágenes, tan sugestivas y fuertes, respetan la alteridad y la distancia entre los amantes. Todo permanece sublime y sereno, si bien es experimentado y vivido hasta el fondo y en esto está su verdadera belleza:

Por tanto, habiendo tú unido al mío tu sacratísimo Rostro, que difunde la abundancia de la felicidad, sentí que de tus ojos divinos irradiaba una luz de incomparable suavidad. Esta, pasando a través de mis ojos y penetrándome en lo íntimo de mi ser, parecía producir en todos mis miembros un efecto sumamente admirable; primero, como vaciando toda la médula de mis huesos; después, aniquilando los mismos huesos junto con la carne, de modo que sentí que toda mi sustancia se transformaba en un divino resplandor que, convirtiéndose en sí mismo de un modo delicioso, derramaba en mi alma incomparable dulzura y serena alegría[4].

Una de las metáforas más frecuentes en los escritos místicos para describir este aspecto penetrante del amor, está constituida por los dardos y las flechas:

Un día Gertrudis se esforzaba por cantar con gran atención las horas canónicas para honrar a Dios y al santo cuya fiesta se celebraba; vio entonces que las palabras de la alabanza divina se lanzaban desde su corazón hacia el Corazón de Jesús, bajo la forma de dardos inflamados que lo penetraban profundamente, produciéndole deleites inefables.

De la punta de estos dardos salían rayos luminosos, similares al fulgor de las estrellas, que investían a todos los santos de brillantes reflejos de nueva gloria; el santo cuya fiesta se celebraba, parecía revestido de un esplendor aún más maravilloso. La parte inferior del dardo goteaba una lluvia mística que procuraba a los hombres aumento de gracia y a las almas del Purgatorio saludable refrigerio[5].

La flecha en movimiento es uno de los símbolos más elocuentes de la acción. Esta penetra el aire, cortándolo para atravesar su espacio, avanzando silenciosamente pero con mucha decisión y coherencia. Sin embargo no siempre la penetración es tan dinámica. En la relación de amor místico puede ser también sorprendentemente sutil:

En la fiesta de la Circuncisión, Gertrudis ofreció al Señor algunas intensas oraciones para saludar el dulcísimo Nombre de Jesús, invitando también a otras personas a hacerlo. Esas jaculatorias aparecían bajo la forma de rosas blancas suspendidas delante de Jesús. De cada rosa pendía una campanilla de oro que, con sonido armonioso, excitaba sentimientos inefables en el Corazón divino, recordándole su bondad, dulzura y sus otras perfecciones ya expresadas en las jaculatorias dirigidas a su santo Nombre. Por ejemplo: “¡Te saludo, Jesús amantísimo, el más deseable, muy clemente!”, y así otras. Luego quiso buscar para el santo Nombre de Jesús calificativos todavía más excelentes y el Corazón divino resultó penetrado de inmensa dulzura.[6]

La belleza quiere multiplicarse, derramando su fascinación sobre todo en su entorno. Acompañando la penetración, autorizada por la mística, quiere hacerla omnipresente. Dios quiere penetrar con su amor a cada ser humano. Su interacción con nosotros es implacable y radical. En su amor no se trata solo de una relación exclusiva, profunda y sublime, sino de una estrategia total y universal:

Cierto hermano, predicando un día en la capillita de las monjas, dijo esta palabra: “El amor es una flecha de oro y el hombre es dueño, en cierto sentido, de todo lo que golpea con esta flecha. Por lo tanto es verdadera locura apegarse a las cosas de la tierra y descuidar las del cielo”. Estas palabras inflamaron a Gertrudis de tal ardor, al punto de hacerla exclamar: “Oh mi único Amor, ¿por qué no puedo ahora tener esta flecha? Te la lanzaría pronto para herirte y apoderarme para siempre de ti”. Vio al instante al Señor, que se preparaba para lanzar sobre ella una flecha de oro. “Tu quisieras atravesarme -le dijo Él- si tuvieras una flecha de oro. Yo la tengo y te heriré de tal modo que no sanarás nunca más”.

Esta flecha parecía tener tres puntas: una adelante, una en medio y otra en la extremidad, para indicar el triple efecto del amor que produce su herida en el alma.

La punta anterior de la flecha que traspasa el alma, la debilita, por así decir, y le hace perder el gusto de las cosas pasajeras, al punto de que no encuentra más ningún placer o consolación. La segunda hiere el alma provocándole una especie de enfermedad febril, que pide con impaciencia remedio a sus dolores: esta alma, en efecto, arde en tal un deseo de unirse a Dios, que le parece demasiado penoso vivir y respirar sin Él. La punta posterior perfora el alma y la transporta hacia bienes tan inestimables, que no se puede decir otra cosa que no sea que tal alma está como separada del cuerpo y bebe a grandes sorbos del torrente embriagador de la divinidad[7].

Estos son los horizontes finales de la acción, en realidad infinitos, que transfieren el alma el cuerpo humano a la eternidad. Todo se desarrolla con mucha gracia, manteniendo el nivel de la belleza siempre muy alto. La acción, sobretodo como modo de gestionar el espacio “entre” dos personas, reviste varias formas que se entrecruzan, se estimulan y se intensifican unas a otras.

 

5. Impulso / Atracción

El siguiente aspecto de la belleza que conviene explorar podría ser considerado como el otro “lado” de la acción. Toda buena acción tiene algún efecto, directo o indirecto. Esta puede golpear y transformar en el contacto inmediato, pero también influir de lejos, sea por los efectos que provoca, sea por el modo en que actúa. Por eso, los términos adecuados para describir estos aspectos de la acción son el “impulso” y la “atracción”. La belleza puede tocar directamente, haciendo sentir su fuerza, pero también obrar de lejos, suscitando un vínculo interno que sigue a la belleza. F. Cheng escribe que “la verdadera belleza es justamente la consciencia de la belleza y el impulso hacia la belleza”[8]. Y agrega: “Un don de belleza es como la gracia divina”[9]. Impulso y atracción son propiamente los modos con los cuales funciona la gracia: delicadamente, sin violencia.

 

5.1. Música

El ejemplo más espectacular de este tipo de efecto es la música. Nacida de la acción concreta en un ambiente material, expande sus ondas al espacio, cambiándolo todo, incluso desde lejos. Entre las imágenes presentes en los escritos de santa Gertrudis, los motivos musicales aparecen con bastante frecuencia. Ya en la introducción leemos que “ella es como una nota musical que resuena dulcemente en mi diadema, ya que en ella todas sus sufrimientos están suspendidos como otras tantas campanillas de oro que alegran a los habitantes del cielo”[10].

La melodía parece un vínculo natural entre la tierra y el cielo. En el contexto litúrgico en el cual vivió Gertrudis, esto era natural y permitía descubrir en la música en sus notas particulares y también en cada sílaba, significados y símbolos ocultos:

Ella le dijo al Señor: “Enséñame, oh el mejor de los Maestros, como puedo alabare mediante el Aleluya que se repite tantas veces hoy”. Él le responde: “Podrás exaltarme dignamente uniéndote a las alabanzas que la corte celestial me prodiga con esta palabra. Ten en cuenta que en el Aleluya están todas las vocales, excepto la O que es el símbolo del dolor; pero en su lugar se repite la A. Alábame por lo tanto con la vocal A, uniéndote a la magnífica alabanza con la cual lo santos, exultando de alegría, celebran el dulce deleite que el influjo de la Divinidad procura a mi Humanidad deificada.

Esta humanidad mía está ahora elevada a la gloria de la inmortalidad por las amarguras de la Pasión y de la muerte que he sufrido para salvar al hombre de su horrible destino. Con la vocal E alaba aquellas inexpresables delicias que procura a mi mirada la visión de los prados florecidos de la suprema, indivisible Trinidad. Con la vocal U alaba la armonía inefable que acaricia el oído de mi Humanidad deificada, escuchando las maravillosas sinfonías de la adorable Trinidad, y las alabanzas continuas que le prodigan los ángeles, los santos, los elegidos. Con la letra I, alaba la brisa perfumada de los olores de aceite más exquisitos, aliento muy dulce de la Santísima Trinidad, que satisface el olor de mi Humanidad inmortal. A continuación con la letra A sustitutiva de la vocal O, alaba la incomprensible, inestimable, magnífica efusión de toda la Divinidad de mi Humanidad deificada porque que esta humanidad, vuelta inmortal e impasible, recoge de la Mano de Dios, a cambio de sus sufrimientos corporales que para ella no existen más, este doble y gracioso beneficio: la inmortalidad y la impasibilidad”[11].

La música entre los esposos, no solo suena sino que se vuelve el símbolo y la expresión de su amor. El canto expresa también el amor entre dios Padre y el Hijo:

El Hijo de Dios, en su calidad de hombre, cantaba ests palabras con sus cuerdas graves, en perfecto acorde con la vos del Padre, que, en el tono agudo propio de la Divinidad, decía: “Ecce tabernaculum Dei cum homínibus, he aquí la morada de dios entre los hombres”. Los espíritus bienaventurados escuchaban esta melodía con profunda admiración[12].

Jesús no solo canta las melodías litúrgicas. Estas relatan y expresan lo que El hace[13]. El amor que brota del Corazón de Jesús no está sin embargo destinado solo a santa Gertrudis, sino que se derrama sobre todo el mundo con tanta generosidad, delicadeza y belleza, que resulta comparado con los instrumentos musicales:

Al momento de iniciarse las Vísperas, Jesús presentó a la santísima Trinidad su sacratísimo Corazón, sosteniéndolo en la mano como si fuese una lira melodiosa, en la cual resonaban dulcemente, delante de Dios, el fervor de las almas y todas las palabras de los salmos. Aquellos que cantaban sin especial devoción, por costumbre, o buscaban una satisfacción puramente humana, producían un sordo murmullo en sus cuerdas bajas; pero aquellos que se aplicaban a cantar devotamente las alabanzas de la santísima Trinidad, hacían resonar por medio del Corazón de Jesús, un canto suave y melodioso con su cuerdas más sonoras”[14].

Vale la pena notar que estas descripciones de la música son muy discretas. La santa parece ser consciente de que la música es mejor cantarla que hablar de ella.

 

5.2. Fuego

Muy frecuentemente se compara la belleza con el fuego que calienta e ilumina, pero que puede también arder. También el amor se simboliza con el fuego. Aquí el momento de la acción llega a su mayor efecto y también más deseado: la transformación amorosa se hace realidad, la unión a través de la alteridad crea una nueva calidad en la relación. Todo es fuerte y decisivo, pero nunca violento: es siempre delicado y respetuoso, en una palabra, bello: “El ardor de su caridad derrite lo íntimo de mi ser como la cera se licúa al fuego. Así la dulzura de mi corazón divino, fundida al fuego de su amor, destila permanentemente gotas celestiales en su alma”[15].

Continuará

 


[1] El grabado se refiere al siguiente texto del Legatus Divinae Pietatis: “A todo esto, Dios mío, la inabarcable virtud de tu caridad añadió confirmar benignísimamente con un pacto los dones recibidos. En efecto, al recordarlos cierto día y comparar tu ternura con mi impiedad en la que abundo demasiado, fui llevada a suponer que tú no habías confirmado [el pacto] cogidos de la mano, como hacen los que se prometen alguna cosa. Tu envolvente ternura prometió satisfacer con bondad estas objeciones cuando dijiste: ‘Déjate de reproches, acércate y recibe la confirmación de mi pacto’. Al instante te contempló mi pequeñez como si abrieras de par en par con las dos manos aquel arcano de tu divina fidelidad e inefable verdad, a saber, tu deífico Corazón, y me mandaras a mí depravada, que como los judíos buscaba un signo, metiera mi derecha, y con ella ya dentro, cerraste la apertura y me dijiste: ‘Mira, te prometo guardar íntegramente los dones que te he concedido hasta tal punto que, si por algún tiempo te privara de su efecto, por designios de mi providencia, me obligo a devolvértelos después triplicados en nombre de la Omnipotencia, la Sabiduría y la Benignidad de la santa Trinidad en cuyo seno yo, verdadero Dios vivo y reino por eternos siglos de los siglos’. Al retirar mi mano después de estas palabras de tu dulcísima ternura, aparecieron en ella siete círculos de oro a manera de siete anillos, uno en cada dedo y tres en el dedo anular, como fiel testimonio de quedar confirmados los siete privilegios de los que se ha hablado antes. A todo esto, el desbordamiento de tu ternura añadido las siguientes palabras: ‘Cuantas veces al reconocer tu indignidad, confiesas no merecer mis dones, y confías a pesar de ello en mi bondad, otras tantas me ofreces el debido tributo por mis bienes”. (Legatus II, 19, 14-15).

[2] Bernard Sawicki, osb, es monje de la Abadía benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, se graduó en teoría de la música y piano. Es doctor en teología. Fue abad de Tyniec entre los años 2005 y 2013. Desde 2014 es Coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.

[3] Continuamos con la publicación de la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.

[4] Legatus, II,21

[5] Legatus, III,24.

[6] Legatus, IV,5.

[7] Legatus, V,25.

[8] F. Cheng, Cinq meditations sur la beauté, 53.

[9] Ibid., 57.

[10] Legatus, I,3.

[11] Legatus, IV,27.

[12] Legatus, IV,58.

[13] Legatus, III,17.

[14] Legatus, IV,41, 309.

[15] Legatus, I,3, 11.