El 1° de agosto de 1973 el Papa Pablo VI decía:
“Debemos poner en la base de nuestra concepción religiosa y moral la necesidad de la fe... Será conveniente que todos volvamos a estudiar este tema fundamental... la fe es una cuestión de suma importancia, que debe ser tratada con gran seriedad y humildad, y que debe ir acompañada por un gran amor a la verdad y por la oración”.
Es esta una de las tareas, sin ninguna duda, que debemos realizar en este Año Santo: la renovación de nuestra fe. Renovar nuestra fe, no significa alimentarla -en cuanto al campo objetivo- con todas las producciones teológicas que se multiplican como una especie de fenómeno de inflación gnoseológica. Tampoco confrontarla con todos los errores reales e imaginarios como en su tiempo pudo haber hecho el genio de Santo Tomás. Y -en cuanto al campo subjetivo- no significa la creación de estados emocionales intensos que conduzcan a confundir la ebriedad del Espíritu Santo con fenómenos parapsicológicos. Estas posibles confusiones no nos dispensan de una genuina alimentación, de una genuina confrontación y de una genuina experiencia del Espíritu “que nos dará a conocer toda verdad”.
La Comunidad monástica es una comunidad de fe, reunida en la fe del Señor Jesús, en cuyo nombre ora, trabaja, convive. Y pretende ser un testimonio de fe en medio de un mundo en el cual, como nos lo dice la Constitución Gaudium et Spes, el ateísmo es un hecho real y progresivo. Sabemos bien que el Papa y la mayoría de los episcopados han hablado sobre este fenómeno actual del ateísmo. Y el próximo Sínodo tratará el problema de la evangelización. Hoy toda la tierra es un campo de misión. Los monasterios no sólo viven de fe -de lo contrario no viven-, sino que a la vez deben ser una palabra elocuente, transparente, de esta misma fe. Nuestra fe debe renovarse en este Año Santo haciéndose más sólida, más operante, más coherente, más reflexiva, más íntima y densa en amor y esperanza.
La fe, en el contexto de la Regla de san Benito y de los Diálogos de san Gregorio, implica, se traduce en un vivir bajo la mirada de Dios. Es saber que Dios nos está mirando en todo lugar. Es esa seguridad de que Dios está presente en lo más íntimo de nuestro ser y a la vez en el acontecer exterior aparentemente más intrascendente. Es considerar “cada página del Antiguo o del Nuevo Testamento como rectísima norma de vida humana” (cap. 73) y “los libros de los Santos Padres católicos como exhortaciones insistentes a correr por camino derecho hacia nuestro Creador” (cap. 73). La vocación comienza siempre con una mirada de Dios cuya intensidad se hace sentir. Seguir esa vocación significa colocar bajo los ojos de Dios todo el ser, de tal manera, que todo queda sellado por “sus ojos como llama de fuego” (Ap 1,14). CUADERNOS MONÁSTICOS desea colaborar, aún cuando muy modestamente, en esta tarea primordial del Año Santo: renovar nuestra fe. Tenemos el más absoluto convencimiento de que para ello son necesarias las condiciones que tan luminosamente nos señala el Papa:
- seriedad
- humildad
- gran amor a la verdad
- oración.
La Dirección