Inicio » Cuadmon » Cuadernos Monásticos Nº 24

Editorial

 

Los seres humanos somos afectos a la moda, casi diría que es una de nuestras características. Es explicable. Somos seres históricos, y cada día se nos da la posibilidad de una mutación en lo accidental, de un desarrollo en lo esencial, de un desgaste en lo material. A la vez, la imitación, el mimetismo es algo que enraiza en nuestro subsuelo animal. Todo esto es un hecho y por cierto ni laudable ni impugnable. Pero cuando esta convergencia de nuestro ser histórico y de nuestra pulsión animal a la imitación, que se llama “moda”, incide sobre nuestra vida espiritual, sobre nuestra vivencia de la gracia, produce un verdadero menoscabo.

La historia de la espiritualidad debiera ser la historia de un desarrollo y la descripción de las múltiples expresiones de la vida espiritual y evangélica en cada momento. No siempre es ni ha sido así. Vemos muchas veces el sucederse de las modas: la moda de la piedad eucarística, la moda de la reparación, la moda de la ascesis, la moda de las Misiones, la moda de la Acción Católica, la moda de la piedad mariana, la moda de la metafísica, la moda de la sociología, etc.

Sin duda puede ocurrir que sea el Espíritu Santo quien suscite un fuerte y universal deseo de algún aspecto de nuestra vida cristiana. Pero es bien evidente la diferencia con respecto al fenómeno “moda”. Cuando el Espíritu Santo suscita un movimiento lo hace no “sustituyendo” sino “integrando”, y sus frutos son la unidad comunitaria y la santidad personal. Y es siempre en una línea de ahondamiento, de enriquecimiento, de clarificación epifánica. La moda es siempre superficial, despersonalizante, y sin ninguna duda ahoga al Espíritu e imposibilita sus frutos. Probablemente en el siglo de la “moda del pecado y de la penitencia”, Port-Royal no habrá sido el único caso de obsesión relajante. Hoy la moda es la sociología así como en la década del 60 fue la exégesis, en la década del 50 la liturgia, en la del 40 la devoción mariana, en la del 30 la dirección espiritual y las tres edades de la vida interior, y así sucesivamente. Es interesante ver, por ejemplo, la colección de cualquier revista de espiritualidad o de teología, y analizar sus índices. Súbitamente se deja de hablar de un tema; simple y sencillamente porque salió de moda.

Sería totalmente absurdo, por no decir blasfemo, pensar que el Espíritu Santo inspira no hablar más de la cruz, o de la Virgen, o de la gracia o de la penitencia, por ejemplo.

Por eso en este número de Cuadernos Monásticos presentamos una serie de temas que ya no son objeto ni de lecturas, ni de reuniones, ni de libros. La limitación de espacio nos ha obligado a restringir los temas y a no presentar un mayor número de trabajos que han escapado al snobismo.

Esperamos dar a nuestros lectores una verdadera pista para salvarse de la mediocridad y evitar tratar las cosas espirituales con módulos carnales.

La Dirección

SUMARIO

Editorial

Normas del Vaticano II para una vida santa

Artículo

La Cruz, esencia de la vida religiosa

Artículo

Presencia de la Virgen en la vida monástica

Artículo

Actualidad de la ascesis

Artículo

Orar en el Espíritu y orar sin cesar, según el Nuevo Testamento

Artículo

Aceptarse y aceptar a los hermanos

Artículo

La murmuración en la Regla de san Benito

Artículo

Versión extractada de la Regla de san Benito

Artículo

Apuntes sobre el conocimiento propio en san Bernardo

Artículo