Por tanto, cuando hablamos de nuestra “identidad con Cristo”, esa identidad no se debe entender de manera estática, simplemente en
el sentido de llegar a ser cada vez más “semejantes a Cristo” imitándolo en todo lo que hacemos. Tampoco debemos entenderlo simplemente en el sentido de que Él es el Primogénito, y nosotros estamos llamados todos a compartir su naturaleza divina –lo cual, por supuesto, es verdad y es importante. Debe ser comprendida en primer lugar de una manera dinámica, como seguimiento en su propio camino, que nos conduce a la meta a la que él se dirige.
Es bien conocida la importancia que para el Capadocio poseía la Escritura como rectora de la vida creyente, por lo que no resulta extraño que, a menudo, cuando exhorta al ejercicio de la magnanimidad, lo haga refiriéndose a ella. Y, asimismo, sostiene que dicha virtud hace gratos a los ojos de Dios.
Si San Benito se preocupa del ejercicio de la discreción, nuestra autora aborda el inicio mismo de ella: la persona del Espíritu Santo. Edith Stein utiliza con finura la Regla benedictina y matiza el sentido de la discreción. Por ello, no corresponde a uno de los sietes dones, sino “que los siete dones son modalidades diversas de este don”. Éste demuestra cómo cada don ejercita la discreción, pero más aún cómo su ejercicio se vincula a la misma vida divina: “En su plenitud, el don de sabiduría, le une con la mismísima Trinidad, y le deja, por así decirlo, penetrar en la fuente eterna y en todo lo que ella conlleva y de ella mana, en movimiento vital y divino que es amor y conocimiento en uno”. El deseo de la fenomenología de ir a las cosas mismas se une a la Regla benedictina en una espiral ascendente que distingue el discernimiento humano del divino.
A mediados de 2009 pasé tres meses en distintos países asiáticos, quedándome en varios monasterios. Logré captar así algo de lo que es el mundo monástico en países como Corea, Indonesia y China, aunque mucho menos en este último caso. Había visitado estos países antes, además de Japón y Filipinas, pero esta vez pude hacerlo con mucho más tiempo disponible y con la posibilidad de hablar con más personas, especialmente con los miembros autóctonos de las casas visitadas. El resultado fue una profundización bastante mayor en lo que el Espíritu de Dios va realizando en estas comunidades. Puesto que se trata de algo poco conocido en nuestros países latinoamericanos, aquí van los rasgos generales de lo que descubrí, siguiendo los pasos generales de mi viaje.
El monasterio, como Casa de Dios, es signo elocuente de Jesucristo, Hijo Eterno que asume las realidades humanas de espacio y tiempo. Nuestro monasterio nace de la iniciativa y providencia divinas que lo suscitan, sostienen y desarrollan, actuando en los hombres y en sus circunstancias; estos hombres, con sus capacidades y limitaciones, lo plasman y lo concretan de un modo determinado.
Celebrar cincuenta años de Fundación es hacer un alto en el camino a fin de recordar, reconciliar, renovar la propia vida y, sobre todo, agradecer, bebiendo nuevamente de esa fuente inagotable que es Dios, quien nos concede en este aniversario un año particular de gracia.
Libro I, Caps. 22-38.
5. Pero la consideración humana no percibe este poder de Dios, si las creaturas presentes no lo enseñan, si las estaciones no lo muestran a través de las variadas especies. 6. Numerosos árboles son desvestidos por el rigor del invierno y, una vez caídas las hojas, podrías creer que la esperanza de los retoños ha perecido junto con su grato encanto. 7. Pero cuando comienza la estación suave de la primavera la savia contenida en las raíces sube de modo admirable hacia la copa, creando en las flores la claridad y la belleza que el tronco no tenía; en los frutales maduran las frutas y se revisten de nuevo de hojas, y lo que en el árbol no se veía aparece en este momento. 8. ¿Qué más? Las semillas diseminadas por los campos ¿acaso no muestran plena fe en la resurrección? 9. Las entrañas de la tierra se abren para encomendar a los surcos los granos y aquello que la tierra no entretejió no tiene fuerza para renacer. 10. Mira también el poder del creador en las pequeñas cosas: si las semillas no se pudrieran, no resurgirían y, si antes no murieran, no revivirían.