Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VII, capítulos 5-8)

Capítulo 5. Sobre la perfección del alma considerada en comparación al centurión del Evangelio (cf. Mt 8,9)

“La reivindicación de la libertad humana culmina en una bella imagen: al igual que el centurión del Evangelio se hacía obedecer por sus soldados y por su servidor, del mismo modo el espíritu perfecto comanda sus pensamientos, buenos o malos, como así también a su cuerpo”[1].

Para poder alcanzar el control de la mente, evitando sus divagaciones, es necesario imitar a Cristo que se humilló a sí mismo hasta la muerte, y muerte de cruz.

El recurso a los textos paulinos, que presentan la figura de las armas del cristiano en la lucha contra el Maligno, indica que, para Casiano, la estabilización de la mente no es una tarea semejante a un feliz descanso, sino una lucha permanente y exigente[2].

 

El ejemplo del centurión

5.1. La imagen de esta mente perfecta está hermosamente indicada por aquel centurión del Evangelio. Cuya virtud y constancia no le permiten ser conducido por los pensamientos que lo asaltan, sino que por su juicio admite aquellos buenos y rechaza los contrarios sin ninguna dificultad. Esta es la descripción metafórica[3]: “Porque también tengo hombre bajo mi mando, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: ‘Va’, y él va; a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi esclavo: ‘Haz esto’, y él lo hace” (Mt 8,9).

 

“El estandarte de la cruz”

5.2. Por eso, si también nosotros combatiendo virilmente contra las perturbaciones de los vicios, sabemos someterlos a nuestro dominio y a nuestro discernimiento, y combatiendo en nuestra carne extinguimos nuestras pasiones y sojuzgamos la cohorte de nuestros inestables pensamientos con el imperio de la razón, y rechazamos de los confines de nuestro corazón las muy feroces tropas de las potencias enemigas con el salvífico estandarte de la cruz del Señor, como recompensa por este triunfo seremos ascendidos al rango de este centurión espiritual, que leemos designado místicamente por Moisés en el Éxodo: “Constituye para ti chiliarchas, centuriones, comandantes de cincuenta hombres y de diez” (Ex 18,21).

 

Tenemos poder sobre nuestros pensamientos

5.3. Así, también nosotros, ascetas de tan alta dignidad, tendremos este poder y fuerza para mandar; de modo que no seremos guiados por aquellos pensamientos que no queremos, sino que podremos resistir y permanecer adheridos a aquellos que amamos espiritualmente, ordenando a las malas sugestiones: “Váyanse”, y se irán; en cambio, diremos a los buenos: “Vengan”, y ellos vendrán. Y podremos mandar a nuestro esclavo, es decir, el cuerpo aquellas cosas que pertenecen a la castidad y a la templanza siendo escuchados sin ninguna objeción y sin suscitar en nosotros los estímulos opuestos de la concupiscencia, sino que el cuerpo se mostrará en todo siervo del espíritu.

 

Las armas para combatir contra el Maligno

5.4. Cuáles sean las armas de este centurión y para que ejercicios militares se preparan, oye al beato Apóstol que afirma: “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino potentes en Dios” (2 Co 10,4). Él dijo cuáles sean, es decir, “no carnales” ni débiles, sino espirituales y “potentes en Dios”. Entonces, insinúa para qué clase de conflictos debe ser utilizadas: “Para la destrucción de las fortificaciones, para purificar los pensamientos y toda altitud que se yergue contra el conocimiento de Dios, y capturar a todo entendimiento para la obediencia de Cristo, y preparar el castigo de toda desobediencia, cuando primeramente se cumpla la obediencia de ustedes” (2 Co 10,4-6).

 

“Centuriones evangélicos”

5.5. Aunque es necesario examinar estos textos individualmente, sin embargo, también [es necesario] hacerlo en otro momento, ahora solo quiero mostrarles los diferentes géneros y propiedades de estas armas con las cuales, si queremos luchar en las guerras del Señor y militar entre los centuriones evangélicos, debemos marchar siempre bien ceñidos con ellas. “Tomen, dice, el escudo de la fe, con el cual pueden extinguir todos los dardos encendidos del maligno” (Ef 6,16). Por tanto, es la fe la que, interceptando los dardos encendidos de las pasiones, los extingue por medio del temor del juicio futuro y la creencia en el reino celestial.

 

Nuestra coraza

5.6. Dice [el Apóstol]: “Y la coraza de la caridad” (1 Ts 5,8), esta es la que circundando los órganos vitales de nuestro pecho y protegiendo las partes expuestas a los golpes letales de las perturbaciones, detiene los golpes del enemigo y no permite que los dardos del diablo penetren en nuestro hombre interior, pues: “Todo lo sufre, todo lo padece, todo lo soporta” (1 Co 13,7).

 

El yelmo

5.6a. “Y el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5,8); pues nuestra cabeza es Cristo (cf. Ef 1,22; Col 1,18), debemos protegerla siempre en todas las pruebas y persecuciones con la esperanza de los bienes futuros como con un yelmo inexpugnable, y principalmente debemos custodiar la fe en Él ilesa e íntegra.

 

La espada

5.7. Si alguien es privado de una parte del cuerpo, con dificultad, todavía consigue sobrevivir, pero sin la cabeza nadie puede vivir, ni siquiera por poco tiempo. “Y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios (Ef 6,17), es más penetrante que cualquier espada de doble filo y penetra incluso hasta la división del alma y del espíritu, y hasta las junturas y médulas, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hb 4,12), dividiendo y cortando toda realidad carnal y terrena que ese encuentre en nosotros.

 

Armas que nos defienden del Maligno

5.8. Quien esté munido con estas armas, estará siempre defendido contra los dardos y los asaltos[4] de los enemigos, y no será conducido, como prisionero y atado con las cadenas de sus captores, hacia la tierra hostil de los pensamientos ni oirá lo que se dice por el profeta: “¿Por qué has envejecido en tierra extranjera?” (Ba 3,10). Por el contrario, vivirá triunfante y victorioso en aquella región de los pensamientos donde él se ha establecido. ¿Quieres comprender también la fuerza y el valor de este centurión, con las que lleva estas armas que antes hemos dicho que no son carnales sino potentes por Dios?

 

La paciencia

5.9. Escucha al rey mismo, y como Él, reuniendo a hombres fuertes para la milicia espiritual, los marca y los prueba con dilección, afirmando: “Diga el débil[5]: ‘Yo soy fuerte’ (Jl 3,10 [4,10])”; y: “Quien es manso, que sea un luchador” (Jl 3 [4],11 LXX). Vean, entonces, que las guerras del Señor no pueden ser combatidas sino por quien es manso y débil, sin duda aquella debilidad en la que se encontraba establecido el centurión evangélico, diciendo con fe: “Pues cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12,10); y de nuevo: “Porque la fuerza se perfecciona en la debilidad” (2 Co 12,9). Sobre esta debilidad dice también uno de los profetas: “Y será, quien está enfermo entre ellos, como la casa de David” (Za 12,8). El que es paciente luchará también estas guerras con aquella paciencia sobre la que se dice: “A ustedes les es necesaria la paciencia, para que, haciendo la voluntad de Dios, reciban la recompensa” (Hb 10,36).

 

Capítulo 6. Sobre la perseverancia en la custodia de los pensamientos

Ubicándose en una línea que podría calificarse de voluntarista, “pues la gracia divina no se menciona en ningún momento”, abba Sereno afirma que tenemos “el poder de adherirnos sin cesar a Dios, por medio de un esfuerzo constante. Prefigurando la felicidad eterna, el asceta esforzado queda como completamente absorto en esa búsqueda del Único”[6]. Al terminar este capítulo, mediando la pregunta de Germán, otro será el tema que concitará la atención de nuestros personajes, y que ocupará por completo el desarrollo de los restantes capítulos.

 

La plena adhesión al Señor

6.1. Sin embargo, que debemos y podemos permanecer unidos al Señor lo aprendemos de nuestra propia experiencia, si mortificamos y cortamos las voluntades y deseos de este mundo. Y entonces seremos instruidos por la autoridad de aquellos que hablando confiadamente con el Señor dicen: “Se adhirió mi alma en pos de ti” (Sal 62 [63],9); y: “Me he adherido a tus testimonios, Señor” (Sal 118 [119],31); y: “Pero para mí lo bueno es adherirse a Dios” (Sal 72 [73],28); y: “Quien se adhiere al Señor, es un solo un espíritu [con Él]” (1 Co 6,17).

 

El propio esfuerzo es necesario

6.2. Por tanto, no debemos, oprimidos por esta divagación del alma, relajar nuestro esfuerzo, pues “quien cultiva su tierra, se hartará de pan; en cambio, quien busca el ocio se hartará de pobreza” (Pr 28,19). No [suceda] que una perniciosa desesperación quebrante nuestra intención de seguir esta observancia, pues “en todo hombre solícito hay abundancia, pero el placentero e insensible estará en la carencia” (Pr 14,23 LXX); y de nuevo: “Entre fatigas el hombre se fatiga a sí mismo y por el esfuerzo evita su perdición” (Pr 16,26 LXX); y también: “El reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan” (Mt 11,12).

 

La madurez en Cristo

6.3. Ninguna virtud se perfecciona sin esfuerzo, ni es posible para alguien subir hacia la estabilidad de la mente que desea sin una ingente contrición del corazón. Porque el hombre “nace para el esfuerzo[7]” (Jb 5,7). Para que pueda “llegar a ser un hombre perfecto en la medida que corresponde a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13), es necesario que siempre vigile con la mayor atención y que se fatigue con una continua solicitud.

 

Nuestra meta es la vida en Dios

6.4. Sin embargo, nadie llegará a la medida de la plenitud de este estado en el tiempo futuro, a no ser quien se haya aplicado a ella y en ella se haya iniciado en el mundo presente, pregustándola ya en este tiempo. Y designado como el más precioso miembro de Cristo, poseerá en esta carne las arras de aquella unión por medio de la cual será capaz de unirse al cuerpo de Cristo, deseando siempre una única cosa, teniendo sed de ella y dirigiendo hacia ella no solamente todas sus acciones, sino también los pensamientos; de modo que tenga ya en el presente lo que se le ha prometido y que, en el futuro, es llamado el bienaventurado modo de vida de los santos, es decir, que “Dios sea todo en todos” (1 Co 15,28).

 

Capítulo 7. Pregunta sobre la movilidad del alma y los ataques de los malignos espíritus celestiales

Germán: “Es posible que esta movilidad de la mente pudiera ser, en cierto modo, refrenada, si un número tan grande de adversarios no la rodearán, empujándola continuamente hacia lo que ella no quiere, siendo además arrastrada por su propia naturaleza. Cuando nos circundan enemigos tan numerosos, potentes y terribles, creeríamos que es imposible resistirles, sobre todo pensando en nuestra débil carne, si no fuéramos animados por tus sentencias, como por oráculos celestiales”.

 

Capítulo 8. Respuesta: sobre la ayuda de Dios y la potestad del libre arbitrio

En gran medida la fuente que puede considerarse principal, en esta sección dedicada a los demonios, es la Vida de san Antonio, escrita por Atanasio de Alejandría en el año 357.

“Nosotros los fieles no debemos temer sus imágenes ni escuchar sus voces. Porque miente y no dice en absoluto la verdad; aunque habla tantas y tan grandes cosas y se muestra audaz, es arrastrado por el Salvador como un dragón por el anzuelo, como un animal de carga recibe el freno en la nariz; y como un fugitivo es atado por un anillo en la nariz y es atravesado por una argolla en los labios[8]. Y es atado por el Señor como un pájaro para que sea nuestro juguete[9]. Él y los demonios que están con él, han sido reducidos como si fuesen escorpiones y serpientes para que sean pisados[10] por nosotros los cristianos. Prueba de esto es nuestra forma de vida que va contra él. En efecto, quien prometió borrar el mar y apoderarse del mundo entero, he aquí que ahora no puede impedir la ascesis de ustedes, ni que yo hable contra él. Por tanto, no prestemos atención a lo que dice, porque miente; ni temamos sus imágenes, que también son mentirosas. En efecto, la luz que aparece en ellos no es verdadera, sino que ofrecen el preludio y la imagen del fuego dispuesto para ellos[11]; e intentan atemorizar a los hombres con el fuego en que arderán. Ciertamente aparecen, pero de repente desaparecen, sin dañar a ningún fiel, llevando consigo una imagen del fuego que van a recibir. Por eso no hay que temerlos, porque todas sus maquinaciones son reducidas a nada por la gracia del Señor”[12].

 

Los demonios no pueden obligarnos a hacer el mal

8.1. Sereno: «Quienes han experimentado las luchas del hombre interior no pueden dudar que nuestros adversarios nos insidian continuamente. Pero nosotros afirmamos que éstos se oponen de una forma tal a nuestro progreso, que pensamos que son solo los instigadores de las cosas malas, pero que no nos obligan a realizarlas. Ninguno de nosotros podría evitar por completo el pecado, cualquiera fuese el incentivo que ellos quisieran insinuar en nuestros corazones, si a estos se les concediera de alguna forma, a más de sugerir el mal, también la facultad de obligarnos a hacerlo.

 

Dios es más fuerte que todos los ataques de los demonios

8.2. Por eso, como en aquellos está presente con abundancia la facultad de instigar, así a nosotros se nos ha concedido la fuerza de rechazar y la libertad de aceptar. Sin embargo, si nosotros realmente tememos un poder y un ataque tan grandes, tengamos en cuenta, por otra parte, la protección y la ayuda de Dios, sobre la cual se dice: “El que está en nosotros es más grande que el que está en este mundo” (1 Jn 4,4). Y sus auxiliares combaten en nuestro favor con una fuerza más vehemente que la multitud de aquellos que luchan contra nosotros. Porque Dios no es solamente quien nos sugiere las cosas buenas, sino que también las realiza y las impulsa; así Él en ocasiones nos atrae hacia la salvación sin quererlo nosotros y sin que nos demos cuenta.

 

Debemos oponer resistencia a la acción del diablo

8.3. Por consiguiente, nadie puede ser engañado por el diablo, a no ser aquel que haya consentido en ofrecerle el asentimiento de su voluntad. Claramente lo afirma el Eclesiastés con estas palabras: “Puesto que no hay una contradicción de parte de quienes obran el mal rápidamente, por eso el corazón de los hijos del hombre está lleno de estas cosas, pues hacen cosas malas” (Qo 8,11 LXX). Por tanto, es evidente que alguien peca pues, cuando lo atacan pensamientos malvados, no les opone resistencia de inmediato. Porque se dice: “Resístanle y él huirá de ustedes” (St 4,7).


[1] Vogüé, p. 230.

[2] Cf. John Cassian. The Conferences (translated and annotated by Boniface Ramsey, op), New York, Paulist Press, 1997, introducción a la séptima Conferencia (Col. Ancient Christian Writers Series, 57).

[3] Tropica significatione.

[4] Lit.: pillaje, asolación, tala (populatio).

[5] Infirmus, que traduzco por débil, es decir, enfermo, porque carece de estabilidad o firmeza.

[6] Vogüé, pp. 230-231.

[7] Lit.: el trabajo (labor).

[8] Cf. Jb 40,25-26.

[9] Cf. Jb 40,29 (se refiere al Leviatán).

[10] Cf. Lc 10,19.

[11] Cf. Mt 25,41.

[12] Vida de Antonio, § 24.4-9; trad. en: San Atanasio de Alejandría. Vida de san Antonio, Munro, Surco Digital, 2023, pp. 267-271.