Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia V, capítulos 1-5)

Conferencia cuarta: con abba Sarapión. Sobre los ocho vicios principales

Capítulos:

1. Nuestra llegada a la celda de abba Sarapión y nuestra pregunta sobre los géneros de vicios y sus ataques.

2. La exposición de abba Sarapión sobre los ocho vicios principales.

3. Sobre los dos géneros de vicios y los cuatro modos de su actividad.

4. Recapitulación sobre las pasiones de la gula (gastrimargia) y la fornicación, y su curación.

5. Cómo solo nuestro Señor fue tentado sin pecar.

6. Sobre el género de las tentaciones con las que el Señor fue acometido por el diablo.

7. Sobre la vanagloria y la soberbia, que se consuman sin la mediación del cuerpo.

8. Sobre la avaricia, que es ajena a la naturaleza (extra naturam), y la diferencia que media entre esta y los vicios naturales.

9. Sobre la ira y la tristeza, que habitualmente no se encuentran entre los vicios naturales.

10. Sobre la concordia entre seis de estos vicios y la relación con los dos que están disidencia con ellos.

11. Sobre el origen y la cualidad de cada uno de los vicios.

12. En qué modo puede ser útil la vanagloria.

13. Sobre los varios modos en que atacan cada uno de los vicios.

14. Qué tipo de combate se debe disponer contra los vicios según la infección de cada uno.

15. Nada podemos contra los vicios sin el auxilio de Dios, ni debemos engrandecernos cuando los vencemos.

16. Sobre el significado de las siete naciones de la cuales Israel recibió la tierra; y por qué en algunos lugares se dice siete, y en otros [se mencionan] muchas más naciones.

17. Pregunta sobre la comparación entre las siete naciones y los ocho vicios.

18. Respuesta: de qué modo se alcanza el número de ocho pueblos según los ocho vicios.

19. Por qué se dio la orden de abandonar a solo un pueblo, y, en cambio, destruir a los otros siete.

20. Sobre la similitud de naturaleza de la gula comparada con la del águila.

21. Sobre la persistencia de la gula disputada con unos filósofos.

22. Por qué Dios predijo a Abraham que el pueblo de Israel vencería por las armas a diez naciones.

23. De qué modo nos es útil poseer las tierras de los vicios.

24. Que las tierras de las que fueron expulsados los pueblos de los cananeos fueron asignadas a los descendientes de Sem.

25. Diversos testimonios sobre el significado de los ocho vicios.

26. Que, vencida la pasión de la gula, hay que esforzarse por conseguir las demás virtudes.

27. Que el orden de batalla no es el mismo que aquel que se encuentra en el catálogo de los vicios.

 

Capítulo 1. Nuestra llegada a la celda de abba Sarapión y nuestra pregunta sobre los géneros y el ataque de los vicios

1. En aquella comunidad muy ancianos varones había uno llamado Sarapión[1] que estaba particularmente adornado con la gracia de la discreción y cuya conferencia pienso que vale la pena ponerla por escrito. Pues cuando le rogamos que nos explicara algo sobre el asalto de los vicios, que arrojara luz respecto de sus orígenes y causas, él comenzó de esta manera:

 

Capítulo 2: La exposición de abba Sarapión sobre los ocho vicios principales

La exposición que aquí se inicia retoma el tema central de los libros quinto al duodécimo de las Instituciones:

“Con la ayuda de Dios emprendemos este quinto libro. Después de haber compuesto cuatro libros sobre las instituciones de los monasterios, ahora nos disponemos a abordar el combate contra los ocho vicios principales[2], confortados por el Señor gracias a las oraciones de ustedes. Éstos son: 1º la gastrimargia (gula), que interpretamos como concupiscencia del paladar; 2º la fornicación; 3º la phylargiria, que significa avaricia o, más convenientemente, amor al dinero; 4º la ira; 5º la tristeza; 6º la acedia, que es como una ansiedad o bien un tedio del corazón; 7º la kenodoxia, que significa gloria vana o vacía, y 8º la soberbia”[3].

 

El “catálogo” de vicios

2. Sarapión: «Hay ocho vicios principales que a la naturaleza humana. El primero es la gula, es decir, la voracidad del vientre; el segundo es la fornicación; el tercero es la avaricia (phylargiria) o el amor al dinero; el cuarto es la ira; el quinto, la tristeza; el sexto, la acedia, o sea la ansiedad o tedio del corazón; el séptimo es la kenodoxia, es decir, la jactancia o vanagloria; y el octavo es el orgullo.

 

Capítulo 3. Sobre los dos géneros de vicios y los cuatro modos de su actividad

3. De entre estos vicios hay dos clases. Están los naturales, como la gula; y los antinaturales, como la avaricia. Pero tienen cuatro tipos de operaciones. Algunos no se pueden consumar sin la colaboración del cuerpo, como la gula y la fornicación. Otros, en cambio, pueden llevarse a la práctica sin ninguna acción corporal, como la vanagloria y el orgullo. Algunos reciben las causas de su motivación desde fuera, como la avaricia y la cólera. Otros, al revés, surgen desde dentro, como la acedia y la tristeza.

 

Capítulo 4. Recapitulación sobre las pasiones de la gula (gastrimargia) y la fornicación, y su curación

En su argumentación abba Sarapión ofrece una selección de textos bíblicos que no hallamos las Instituciones. Mediante estas referencias busca, ante todo, clarificar la diferencia entre los vicios (o pasiones) corporales y aquellas espirituales. En los primeros la realización estará sujeta a la utilización del cuerpo; mientras que, en los segundos, no es necesaria la participación corporal. Es más, las concupiscencias espirituales, por así denominarlas, incluso pueden provocarle un grave sufrimiento al cuerpo.

Con todo, Casiano mantiene el mismo método que había adoptado en las Instituciones para tratar estos vicios:

“… Investigar como conviene la naturaleza de estos vicios, tan sutil, tan oculta, tan difícil de discernir; para luego exponer satisfactoriamente sus causas y en tercer lugar para poder aplicarles los tratamientos y remedios apropiados”[4].

 

4.1. Aclaremos todavía más esto, no con un breve tratamiento, sino también, en la medida de nuestras posibilidades, con textos de la Sagrada Escritura.

 

Primer testimonio bíblico sobre la gula y la fornicación

4.1a. La gula y la fornicación, aunque se encuentran naturalmente [insertas] en nosotros -por lo que algunas veces surgen sin ninguna provocación de la mente, sino solo por la instigación y el impulso[5] de la carne-, sin embargo, requieren cooperación externa para su consumación, y por eso operan por medio de la acción corporal. “Porque cada uno es tentado por su propia concupiscencia. Entonces, cuando la concupiscencia ha concebido el pecado lo da a luz, y el pecado cuando es consumado, genera muerte” (St 1,14-15).

 

Otros dos ejemplos tomados de la Sagrada Escritura

4.2. El primer Adán no hubiera sido engañado por la gula, a no ser que tuviera algo para comer a su alcance (cf. Gn 3,11 ss.), sirviéndose de ello ilícitamente; ni el segundo [Adán] hubiera sido tentado sin la inclinación de una determinada materia, cuando se le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan” (Mt 4,3).

 

Testimonio bíblico sobre la fornicación

4.2a. Es claro para todos que también la fornicación no se puede cometer sin la participación del cuerpo, como Dios le dice al bienaventurado Job sobre este espíritu[6]: “Su fuerza está en los riñones y su poder en el ombligo del vientre” (Jb 40,16).

 

La necesidad de la continencia en el caso de la gula y la fornicación

4.3. Por consiguiente, estos dos vicios en particular, que se consuman por medio de la carne, requieren más especialmente no solo la atención espiritual del alma, sino también la continencia corporal, ya que el solo empeño de la mente no puede por sí solo controlar sus estímulos -como, en cambio, sucede en ocasiones en el caso de la ira o de la tristeza, y otras pasiones, que también pueden ser expulsadas sin la aflicción de la carne, y que el solo esfuerzo de la mente sabe cómo vencerlas-, si no se añade la continencia corporal, que se alcanza por medio de los ayunos, las vigilias y las obras de contrición, junto con habitar en un lugar remoto. Porque, así como son generadas por el vicio de ambas, es decir del alma y del cuerpo, del mismo modo no pueden ser superadas sin el esfuerzo de ambas.

 

Una distinción doble

4.4. Aunque el bienaventurado Apóstol ha declarado que todos los vicios son por lo general carnales, puesto que ha enumerado la enemistad, la cólera y las herejías entre otras obras de la carne (cf. Ga 5,19-21), nosotros hacemos una doble distinción para unir de una más cuidadosa sus remedios con sus naturalezas. Por eso decimos que algunos son carnales, en tanto que otros son espirituales. Los vicios carnales atañen especialmente a las excitaciones y sensaciones de la carne; y por estas ella se siente tan complacida y gratificada[7] que, en ciertas ocasiones, incluso incita y atrae las pacíficas mentes, arrastrándolas aceptar su voluntad.

 

Testimonio paulino sobre los vicios carnales

4.5. Sobre estas [almas] el Apóstol dice: “Entre las cuales también todos nosotros, un tiempo cautivos de los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad y los pensamientos de la carne, éramos por naturaleza incluso hijos de la ira, como también todos los demás” (Ef 2,3).

 

Diferentes tratamientos

4.5a. En cambio, llamamos espirituales a aquellos que surgen exclusivamente del alma, y no solo no confieren ningún placer a la carne, sino que incluso le infringen graves sufrimientos, nutriendo el alma enferma con el alimento de una misérrima alegría. Por eso, estos vicios necesitan la medicina de un corazón simple, mientras que aquellos carnales pueden curarse, como hemos dicho, solo una con doble medicación. Por este motivo es especialmente útil a cuantos se esfuerzan por obtener la pureza, quitar de sí mismos, en primer término, las materias de estas pasiones carnales, que pueden engendrar en el alma enferma la ocasión o el recuerdo de aquellas mismas pasiones.

 

Una doble cura

4.6. Porque para una enfermedad doble es necesaria una doble cura. Pues a fin de que la concupiscencia no trate de conseguir su efecto es necesario que las imágenes y la materia seductora sean removidas del cuerpo, para que el pensamiento ni siquiera las conciba, y ninguna cosa que sea de mayor utilidad se anteponga al alma, a no ser la atenta meditación de las Escrituras, el cuidado de las vigilias y la soledad del desierto. Mas para los otros vicios, el consorcio humano no daña en modo alguno al alma[8]. Al contrario, es de suma utilidad para quienes de verdad quieren liberarse de estas pasiones, pues así son puestos tanto más a prueba por el trato frecuente con otras personas. Y mientras las provocaciones se manifiestan más reiteredamente, ellos llegan a la curación con un remedio más rápido.

 

Capítulo 5. Cómo solo nuestro Señor fue tentado sin pecar

5. Por consiguiente, nuestro Señor Jesucristo, cuando el Apóstol dice que fue tentado “en todo como nosotros”, sin embargo, agrega: “Excepto en el pecado” (Hb 4,15); es decir: sin haber padecido el contagio de esta pasión, sin experimentar los aguijones de la concupiscencia carnal, con los cuales nosotros somos necesariamente aguijoneados, incluso involuntariamente y a pesar nuestro. Porque en Él no había nada semejante a lo seminal o a la concepción humana[9]. Por esta razón el arcángel anuncia la naturaleza de su concepción: “El Espíritu descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; y por eso el que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35).


[1] O: Serapión; cf. Conf. II,11; y Conversazioni, pp. 352-353, nota 1.

[2] “La composición de este catálogo muy probablemente se deba a Evagrio Póntico (cf. Tratado Práctico, ns. 6-14)” (SCh 109, pp. 191-192).

[3] Inst. V,1; SCh 109, p. 190.

[4] Inst. V,1; SCh 109, p. 190.

[5] Lit.: pruritus. Alciati anota que con este vocablo se indican las poluciones nocturnas (Conversazioni, p. 355, nota 6).

[6] Se refiere en este caso a la fornicación.

[7] Lit.: alimentada o sustentada (pascor).

[8] Lit.: en nada obstan (nihil obsunt).

[9] Cf. Agustín de Hipona, Sobre el matrimonio y la concupiscencia, II,5,15: «Ambrosio, de feliz memoria, obispo de la Iglesia de Milán, exponía que el nacimiento de Cristo según la carne estaba libre del pecado, porque su concepción está libre de la unión de los dos sexos. Pero que ningún hombre concebido de aquella unión está sin pecado. Estas son sus palabras: “Por esto también fue probado en todo en cuanto hombre, y lo soportó todo como los hombres. Mas, porque nació del Espíritu, careció del pecado…”» (trad.: https://www.augustinus.it/spagnolo/nozze_concupiscenza/index2.htm). Ver también la nota del Prof. Alciati, Conversazioni, pp. 358-359, nota 8.