Capítulo 18. Una objeción: que solo aquellos que vivían bajo la Ley utilizaban la mentira sin culpa
La forma de proceder de David cuando estaba en peligro
18.1. Germán: «No es de extrañar que en el Antiguo Testamento se haya abusado quizás de estas acciones y que, en ocasiones, los hombres santos hayan recurrido a la mentira de manera correcta o, al menos, excusable, ya que sabemos que a ellos se les concedían muchas más cosas, al estar en los comienzos de los tiempos. Por lo tanto, ¿por qué deberíamos sorprendernos si el beato David, huyendo de Saúl, respondió así al sacerdote Abimelec, que le preguntó: “¿Por qué estás solo y no hay nadie contigo?” (1 S 21,2); y así le respondió: “El rey me ha dado una orden: ‘Que nadie sepa la razón por la que te envío’; porque también a mis siervos les he dado cita en tal lugar” (1 S 21,3); y todavía más: “¿No tienes a mano una lanza o una espada? Te lo pregunto porque no he traído conmigo la espada ni las armas pues la orden del rey era urgente” (1 S 21,9). ¿O cuando, llevado ante Aquis, rey de Gat, fingió estar loco y furioso y, delante de ellos, cambió su mirada, dejándose caer entre sus brazos, trazando signos en las hojas de las puertas y babeando sobre la barba? (1 S 21,14). ¿O cuando incluso estos hombres disfrutaban legítimamente de una multitud de esposas y concubinas, sin que por ello fueran acusados de ningún pecado, o incluso derramaban con sus propias manos la sangre de los enemigos? Todo esto no solo no se consideraba abominable, sino que también se alababa.
Lo que enseñan Jesucristo y san Pablo
18.2. A la luz del Evangelio, ahora percibimos estas cosas como prohibidas y no pueden realizarse sin cometer una grave falta y un sacrilegio. Del mismo modo, creo que nadie puede arrogarse el derecho de mentir de ninguna manera, por muy santa que sea la justificación que se quiera aducir. Esto, quiero decir, no solo no es digno de elogio, sino que tampoco es excusable, ya que el Señor dijo: “Que su hablar sea sí, sí, no, no; lo demás viene del maligno” (Mt 5,37). También el Apóstol está de acuerdo: “No se mientan unos a otros” (Col 3,9)».
Capítulo 19. Respuesta: que el permiso para mentir, que no se concedía ni siquiera en el Antiguo Testamento, probablemente fue utilizado de forma inapropiada por muchos
Un cambio de situación
19.1. José: «Esa antigua libertad de tener muchas esposas y concubinas tuvo que ser abolida, no sin motivo, con la llegada del fin de los tiempos y la culminación de las generaciones humanas, y por no ser ya necesaria en relación con la perfección evangélica. De hecho, hasta la llegada de Cristo fue necesario dar cuerpo a la bendición de ese mandamiento original que dice: “Crezcan y multiplíquense y llenen la tierra” (Gn 1,28).
La mentira era condenada ya en el Antiguo Testamento
19.2. Y, de hecho, fue muy justo que, de aquella raíz de la fecundidad humana, que cobró vigor de manera útil en la sinagoga según la economía terrena del momento, germinaran en la Iglesia las flores de la virginidad angelical y nacieran los frutos suavemente perfumados de la moderación. Y también en lo que respecta a las mentiras, el Primer Testamento[1] muestra claramente cómo eran condenadas: “Harás perecer a todos los que mienten” (Sal 5,7); y todavía más: “Dulce es para el hombre el pan de la mentira, pero después su boca se llenará de piedrecitas” (Pr 20,17). Incluso el propio legislador dice: “Huye de la mentira” (cf. Ex 23,7 LXX).
El proceder del rey David
19.3. Pero ya he dicho que se podía recurrir a ello si se alegaba alguna necesidad o para una acción de salvación por la que no debía ser condenada. Este es el caso que tú recuerdas del rey David, quien, mientras huía de la injusta persecución de Saúl, se dirigió al sacerdote Abimelec con palabras mentirosas, sin duda alguna no con la intención de sacar ventaja o de dañar a alguien, sino solo para salvarse de aquella impía persecución y sin querer de ninguna manera mancharse con la sangre de un rey, que sin duda era su enemigo y que Dios le había concedido capturar en varias ocasiones. David dijo: “Que Dios me sea propicio para que no tenga que hacer algo semejante a mi señor, el ungido del Señor, es decir, levantar mi mano contra él, pues es el ungido del Señor” (cf. 1 S 24,7 LXX).
Cómo actuar cuando “se presenta una ocasión de utilidad”
19.4. Por eso leemos que en el Antiguo Testamento se utilizan estas formas de proceder por voluntad divina o para la prefiguración de los misterios espirituales, o incluso para la salvación de algún hombre santo; por lo tanto, nosotros tampoco, cuando la necesidad nos lo impone, podemos renunciar, como tampoco lo hicieron los apóstoles, cuando se presenta una ocasión de alguna utilidad. Pero dejemos estos temas para más adelante y retomemos lo que tenemos sobre el Antiguo Testamento: solo entonces podremos sostener más oportunamente que esta forma de actuar de los hombres justos y santos concuerda sin duda alguna con lo establecido tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento.
La acción de Cusai en favor de David
19.5. ¿Qué diremos del piadoso engaño de Cusai[2] a Absalón por el bien del rey David, que, aunque formulado con buena voluntad por el embustero y el tramposo y contrario al bienestar del interrogador, es aprobado por el texto de la Sagrada Escritura que dice: “Por la voluntad del Señor, el útil consejo de Ahitofel[3] fue deshecho, para que el Señor pudiera traer el mal sobre Absalón” (2 S 17,14)? Porque lo que se logró con una intención correcta y un juicio piadoso con un buen propósito y concebido para la seguridad y la victoria religiosa de un hombre cuya piedad era agradable a Dios, todo ello mediante el engaño, no podía ser culpado.
Una decisión difícil
19.6. ¿Y qué decir del gesto de aquella mujer que, tras acoger a los enviados por Cusai al rey David, los escondió en el pozo y extendió una manta sobre la entrada, fingiendo que tenía que secar allí la cebada sin cascarilla, y dijo: “Pasaron, después de beber un poco de agua” (cf. 2 S 17,20)? Y, gracias a este engaño, los liberó de las manos de sus perseguidores. Por favor, respóndanme: ¿qué habrían hecho ustedes, que viven bajo el Evangelio, si se hubieran enfrentado a una situación así? ¿Habrían preferido ocultarlos con la misma mentira diciendo también ustedes: “Han pasado, después de beber un poco de agua”, obedeciendo así el precepto que dice: “No te detengas en destruir a los que son conducidos a la muerte y en redimir a los que están arruinados” (cf. Pr 24,11 LXX), o habrían elegido traicionar a los fugitivos diciendo la verdad?
La caridad y la sinceridad
19.7. ¿Qué hay, entonces, de las palabras del Apóstol? “Que nadie busque lo suyo, sino lo que es de los demás” (1 Co 10,24). Y: “El amor no busca lo suyo, sino lo de los demás” (cf. 1 Co 13,5). Y lo que dice de sí mismo: “No busco lo que me beneficia a mí, sino lo que beneficia a muchos, para que se salven” (1 Co 10,33). Porque si buscamos lo nuestro y deseamos aferrarnos obstinadamente a lo que nos beneficia, tendremos que decir la verdad incluso en dificultades de este tipo, y nos haremos culpables de la muerte de otro. Pero si cumplimos el mandato apostólico anteponiendo lo que es útil a los demás a nuestro propio bienestar, sin duda se nos impondrá la necesidad de mentir.
“Débiles con los débiles”
19.8. Y, por consiguiente, no podremos poseer las entrañas del amor en su totalidad ni buscar, según la enseñanza apostólica, lo que pertenece a los demás, a menos que decidamos relajar un poco las cosas que pertenecen a nuestra propia rigidez y perfección y adaptarnos con una disposición voluntaria a lo que es beneficioso para los demás. Así, junto con el Apóstol, seremos “débiles con los débiles, a fin de poder ganar a los débiles” (1 Co 9,22).
[1] Lit.: instrumentum, vocablo que Casiano utiliza para indicar los textos del Antiguo Testamento (cf. Conversazioni, p. 1005, nota 16).
[2] Chusi en el texto latino. Jusay en nuestras versiones modernas.
[3] Lit.: Achitofel. Ajitófel en las traducciones contemporáneas.