Prefacio de Casiano a la tercera parte de las Conferencias

Sin mencionar el nombre de las islas, que, sin embargo, conocemos merced al final del prefacio precedente (Conf. XI, Prefacio 3), esta serie de colaciones están dedicadas a cuatro monjes, superiores de otras tantas comunidades cenobíticas. Lamentablemente no sabemos cómo se repartían estos cuatro monasterios en las tres islas de Hyères; y, tal vez, también en los islotes cercanos a Marsella: Ratonneau y Pomègue[1].

Estos monasterios tenían dos características notables: 1) estaban habitados por comunidades muy numerosas; 2) y en ellos coexistían dos “profesiones”, la cenobítica y la eremítica. Esta segunda es cuanto menos llamativa en el ámbito monástico occidental. Y, al parecer, también sucedía algo semejante en Lérins[2].

Al presentar la vida eremítica como una vía nueva para el Occidente latino, Casiano no omite señalar las dificultades que ella entraña. Y aprovecha para subrayar el valor de la vida de los cenobitas[3].

 

Los destinatarios

1. Cuando, gracias a la gracia de Cristo, se publicaron diez conferencias de los padres, que se recopilaron lo mejor posible a petición de los santísimos obispos Heladio y Leoncio, dediqué otras siete al bendito obispo Honorato, honorable tanto en nombre como en dignidad, y también a Euquerio, el santo siervo de Cristo. Y ahora creo que el mismo número debería dedicarse a ustedes, oh santos hermanos Joviniano, Minervo, Leoncio y Teodoro, ya que el último de ustedes estableció la santa y excelente disciplina de los cenobios en las provincias galas, con el rigor de las antiguas virtudes, mientras que el resto de ustedes, con su instrucción, no solo inspiraron a los monjes a anhelar una profesión cenobítica en primer lugar, sino también a desear la sublimidad de la vida anacorética.

 

Las dos “profesiones”

2. Porque estas conferencias de los más grandes padres fueron compuestas con tanto cuidado y son tan equilibradas en todos los aspectos que son apropiadas para ambas profesiones [monásticas] que, gracias a ustedes, florecen entre inmensos grupos de hermanos no solo en las regiones de Occidente, sino incluso en las islas. Es decir, no solo aquellos que aún permanecen en loable sometimiento en sus congregaciones, sino también aquellos que no hace mucho abandonaron vuestros cenobios y desean seguir la disciplina de los anacoretas, están completamente instruidos en cuanto a la naturaleza de los lugares y a su propia condición.

 

Los Padres nos hablan directamente por mediación del texto de Casiano

3. En este sentido, su propio esfuerzo laborioso previo ha contribuido de manera particular a que aquellos que ya están ejercitados y ocupados con estos ejercicios puedan captar más fácilmente los preceptos y las instituciones de los ancianos. Al recibir a los propios autores de las conferencias en sus celdas, junto con los libros de las conferencias, y como si estuvieran hablando con ellos a través de preguntas y respuestas diarias, no buscarán por sus propios medios el difícil y casi desconocido en esta región -que es peligroso incluso cuando no faltan caminos trillados e innumerables ejemplos de quienes han ido antes-, sino que se acostumbrarán, en cambio, a apoderarse de la disciplina de la vida anacorética a través de sus preceptos, que tanto la antigua tradición como el esfuerzo de una larga experiencia han dispuesto para cada contingencia.


[1] Cf. Vogüé, p. 345, nota 22.

[2] Cf. Segunda Regla de los Padres, 30: “Si alguno de los hermanos, ya sea de los que están en el monasterio o de los que residen en las ‘celdas’…”; ver Cuadernos Monásticos nº 79 (1986), pp. 545-546; y Vogüé, pp. 345-346.

[3] Vogüé, pp. 346-347.