Capítulo 26. Que los hombres santos no pueden ser obstinados y duros
Conclusión de la presentación de los testimonios bíblicos
26. «Tampoco debemos callar sobre la naturaleza beneficiosa de aquel precepto. Porque, aunque nos hayamos comprometido mediante un voto impulsado por la ira u otra pasión, lo cual nunca debe ser el caso de un monje, no obstante, las alternativas deben sopesarse con la mayor sensatez y lo que hayamos decidido debe compararse con lo que nos impulsa a cambiar de opinión, y tras una reflexión más madura, deberíamos pasar sin vacilar a lo que se ha indicado como preferible. Porque es mejor retractarse de nuestra palabra que sufrir la pérdida de algo que es saludable y bueno. No recordamos que los padres dotados de razón[1] y probados fueran nunca duros e inflexibles en decisiones de este tipo, sino que, como la cera ante el fuego, se ablandaban con la razón y con la intervención de consejos más saludables, y cedían sin vacilar a lo que era mejor. Pero aquellos a quienes hemos visto aferrarse obstinadamente a sus propias promesas siempre nos han parecido irrazonables y desprovistos de discreción».
Capítulo 27. Pregunta: sobre si las palabras: “He jurado y he establecido” (Sal 118 [119],106), son contrarias a la opinión antes mencionada
27. Germán: «En vista de lo expuesto, que ha sido discutido de forma clara y extensa, un monje no debe hacer promesas, para no ser considerado transgresor u obstinado. Pero, ¿cómo debemos interpretar las palabras del salmista: “He jurado y he decidido cumplir los juicios de tu justicia” (Sal 118 [119],106)? ¿Qué significa jurar y decidir, si no es aferrarse, sin ceder, a lo que se ha prometido?».
Capítulo 28. Respuesta: En qué condiciones debe mantenerse sin cambios una promesa y en qué condiciones, si es necesario, debe revocarse
Prácticas que pueden hacerse o dejarse sin culpa
28.1. José: «No estamos estableciendo estas cosas con respecto a los mandamientos principales sin los cuales nunca podremos ser salvados, sino con respecto a lo que podemos dejar o mantener sin poner en peligro nuestra situación; por ejemplo, el ayuno estricto e ininterrumpido, la abstinencia perpetua de vino o de aceite, el confinamiento absoluto en la propia celda y la lectura o meditación incesantes. Estas prácticas pueden realizarse a voluntad sin perjudicar nuestra profesión y nuestra orientación elegida, y pueden omitirse sin culpa si es necesario[2].
Mandamientos y virtudes que de ninguna manera pueden quebrantarse
28.2. En cambio, hay que hacer una promesa muy firme con respecto a los mandamientos principales, y por ellos, incluso la muerte, si es necesario, no debe evitarse. Con respecto a ellos hay que decir de manera inalterable: “He jurado y he decidido” (Sal 118 [119],106). Esto debemos hacer para mantener el amor, por el cual todas las cosas deben ser despreciadas, para que no se empañe el bien de la tranquilidad y su perfección. Debemos del mismo modo, jurar por el bien de la pureza de la castidad, y nos corresponde hacer lo mismo por el bien de la fe, la sobriedad y la justicia, todas las cuales deben mantenerse con una perseverancia inquebrantable, y alejarse de ellas, aunque sea ligeramente, es digno de condena.
Las disciplinas corporales son susceptibles de cambios, e incluso en ocasiones debemos dejarlas de lado
28.3. Sin embargo, en lo que respecta a aquellas disciplinas corporales que se consideran beneficiosas para algunas cosas[3], las decisiones deben tomarse de tal manera que, como hemos dicho, si surge una posibilidad más realista de piedad[4] que sugiera que deben abandonarse, no debemos estar sujetos a ninguna regla al respecto, sino que debemos dejarlas atrás y pasar libremente a lo que sea más beneficioso. Porque no hay peligro en abandonar estas disciplinas corporales por un tiempo, pero es fatal dejar las otras, aunque sea por un momento».
Capítulo 29. Cómo deben confiarse las cosas que deben permanecer ocultas
29. «Asimismo, se deben tomar precauciones para que, si por casualidad se escapara una palabra que deseas ocultar, ninguna obligación de secreto pueda perturbar a tu interlocutor. Porque una cosa se ocultará mejor si se deja pasar de forma descuidada y discreta, ya que el hermano, sea quien sea, no se verá atormentado por la tentación de divulgarla. Lo considerará un asunto insignificante que ha sido revelado en una conversación casual, que no es importante precisamente porque no ha sido presentado a los oídos del oyente en el contexto de una necesidad de ser especialmente cuidadoso. Porque si le obligas a hacer un juramento, puedes estar seguro de que lo traicionará con mayor rapidez, ya que la fuerza del ataque diabólico que le asaltará será mayor, de modo que tú te sentirás entristecido y traicionado, por un lado; y, por el otro, él transgredirá más rápidamente su juramento».
Capítulo 30. Nada debe prometerse más allá de lo que concierne al bien de la vida común
No hacer promesas precipitadas
30.1. «Por lo tanto, un monje nunca debe prometer nada precipitadamente en lo que se refiere a las disciplinas corporales, no sea que incite al enemigo a atacarlo respecto de aquellas cosas a las que se aferra como si fuera una obligación de la Ley y se vea impulsado a violarlas. Porque quien vive bajo la gracia de la libertad y establece una ley para sí mismo, se ata a una esclavitud ruinosa, de modo que aquellas cosas que habría podido alcanzar antes laudablemente con la ayuda de la gracia, si la necesidad lo impulsara a realizarlas, se ve obligado a observarlas como transgresor y cometiendo un pecado de prevaricación. “Porque donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Rm 4,15)».
Una promesa que finalmente se cumplió
30.2. Fortalecidos como por un oráculo divino por esta instrucción y enseñanza del bienaventurado José, decidimos permanecer en Egipto. Pero, aunque a partir de entonces no nos preocupó especialmente nuestra promesa, la cumplimos con alegría luego de siete años. Nos apresuramos a regresar a nuestro cenobio en un momento en que estábamos seguros de poder volver al desierto, y primero rendimos el debido honor a nuestros mayores. Luego restauramos la concordia de un tiempo con las almas de aquellos que, gracias al ardor del amor y merced a las frecuentes excusas contenidas en nuestras cartas, no se había debilitado en lo más mínimo. Y al fin, después de que el aguijón de nuestra promesa hubiera sido completamente arrancado, regresamos con alegría a las profundidades del desierto de Escete, mientras ellos nos animaban.
Conclusión y petición de comprensión por parte del Autor
30.3. Nuestra ignorancia, oh santos hermanos, los ha iluminado tanto como ha podido sobre el conocimiento y las enseñanzas de los ilustres padres. Aunque tal vez nuestro lenguaje torpe haya confundido el tema en lugar de aclararlo, ruego que nuestra censurable rudeza no anule la fama de estos hombres notables. Porque nos pareció más seguro ante los ojos de nuestro Juez exponer esta magnífica enseñanza, aunque fuera con un lenguaje torpe, que guardar silencio al respecto. De hecho, si se reflexiona sobre sus sublimes ideas, la ofensiva grosería de nuestras palabras no puede impedir el beneficio del lector. Y nosotros mismos nos preocupamos más por la utilidad que por la fama. Sin duda, aconsejo a todos aquellos en cuyas manos caigan estas pequeñas obras que se den cuenta de que todo lo que hay en ellas de agradable proviene de los padres, mientras que todo lo que es desagradable es nuestro.
[1] Rationabiles en el texto latino.
[2] “Claro ejemplo de cómo debe ser utilizado el discernimiento” (Conversazioni, p. 1037, nota 23).
[3] Cf. 1 Tm 4,8.
[4] Lit.: Pietatis, que podría traducirse también por: amor de Dios, compasión, conmiseración.
