Capítulo 19. Sobre los que ayunan por indignación
Ayunos falsos
19.1. «Hay otro tipo de tristeza impía que no habría merecido la pena mencionar si no supiéramos que la practican algunos hermanos. Cuando se sienten tristes o enojados, se abstienen pertinazmente incluso de la comida, de tal manera que -lo cual no podemos decir sin avergonzarnos- aquellos que dicen que no pueden posponer la comida hasta la sexta hora o, como muy tarde, hasta la novena, cuando están de buen humor, ni siquiera sienten los ayunos de dos días y son capaces de soportar una pérdida considerable de comida, gracias a que están saciados de ira, cuando están llenos de tristeza e ira
Un sacrificio sacrílego
19.2. Es claro que incurren en el crimen de sacrilegio; es decir, que los ayunos que deben ofrecerse especialmente a Dios solo para la humillación del corazón y la purificación de los vicios, son así soportados cual un tumor diabólico. Lo cual es como si las oraciones y sacrificios no se ofrecieran a Dios, sino a los demonios, y merecieran escuchar esta reprimenda de Moisés: “Sacrificaron a los demonios y no a Dios, a los dioses que no conocían” (Dt 32,17)».
Capítulo 20. Sobre la fingida paciencia de algunos, que ofrecen su otra mejilla para ser golpeados
20. «No ignoramos también otro género de demencia, que bajo el disfraz de una paciencia fingida se encuentra en algunos hermanos. Para ellos no basta con haber suscitado una controversia, sino que también irritan a los demás con palabras provocadoras para que les golpeen. Y cuando les han dado un golpe leve, ofrecen otra parte de su cuerpo para que les golpeen, como si con ello fueran a cumplir perfectamente el mandamiento que dice: “Si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra” (Mt 5,39). Pero ignoran por completo el significado y la intención de las Escrituras, pues creen que están practicando la paciencia evangélica con el vicio de la iracundia, cuya erradicación total no solo prohíbe la ley del talión y las provocaciones que provienen de las contiendas, sino que incluso nos manda calmar el furor de quien nos golpea soportando la doble injuria».
Capítulo 21. Pregunta: ¿cómo es posible que, obedeciendo los mandamientos de Cristo, nos sea denegada la perfección evangélica?
21. Germán: “¿Por qué debe ser reprendido aquel que, cumpliendo el mandato evangélico, no solo no devolvió mal por mal[1], sino que además está dispuesto a sufrir una doble injuria?”.
Capítulo 22. Respuesta: Cristo escruta no solo la acción, sino también la voluntad
Discernir la intención y el propósito de las acciones
22.1. José: «Como se ha mencionado poco antes, no solo debe considerarse la acción que se realiza en sí misma, sino también la cualidad de la mente y el propósito[2] de quien la practica. Y por eso, si meditas con atención en el corazón cuál es el ánimo o el afecto interno con que se lleva a cabo aquello que cada uno ha logrado, verás que la virtud de la paciencia y la mansedumbre[3] no pueden ser llenadas por un espíritu contrario, es decir, por la impaciencia y la furia.
La necesaria coherencia entre nuestras realidades exteriores e interiores
22.2. Ciertamente, nuestro Señor y Salvador, al instruirnos en la profunda virtud de la paciencia y la mansedumbre, no solo nos exhorta a demostrarla con los labios, sino a albergarla en los espacios más recónditos de nuestra alma. Y nos dio esta fórmula evangélica de perfección, diciendo: “Si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5,39) -la expresión “derecha” solo puede comprenderse como “la otra derecha”, es decir, el rostro del hombre interior-. Con esto, desea eliminar por completo la causa[4] de toda ira en lo profundo del alma; esto es, si tu mejilla derecha exterior ha recibido un golpe del agresor, también el hombre interior debe ofrecer con humildad su mejilla derecha para que sea igualmente golpeada, sufriendo junto con el hombre exterior y, por así decirlo, sometiendo y abandonando su propio cuerpo a la injuria del agresor, en silencio y sin reaccionar a la injuria del hombre exterior.
Vencer la ira con la mansedumbre
22.3. Por tanto, ven cuán lejos están de la perfección evangélica, que nos a todos enseña la paciencia no con palabras, sino manteniéndola en la tranquilidad interior del corazón, y que debemos custodiarla de tal manera que, cuando suceda lo adverso, no solo nos mantengamos alejados de la perturbación de la ira, sino que, al someternos a su maltrato, instamos a aquellos que se han alterado por su maldad a que vuelvan a la calma, una vez que se ha aplacado su furia destructora. Así venceremos su ira con nuestra mansedumbre, y así cumpliremos también las palabras apostólicas: “No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien” (Rm 12,21).
El verdadero amor no busca su propio beneficio
22.4. Lo que es más que evidente es que aquellos que pronuncian palabras de mansedumbre y humildad, en realidad no pueden cumplir esto; no solo no apagan el incendio de la furia que llevan dentro, sino que, más bien, lo hacen arder aún más en su propio corazón y en el de sus hermanos cuando están agitados por esa emoción. Sin embargo, aunque pudieran en cierto modo permanecer mansos y pacíficos, ni siquiera así tendrían frutos de justicia, ya que reivindican para sí mismos la gloria de la paciencia a costa de la pérdida de su prójimo, y, por lo tanto, están muy lejos del amor apostólico que “no busca su propio interés” (1 Co 13,5), sino lo que pertenece a los demás. Porque este amor no quiere riquezas de tal manera que obtenga beneficios para sí mismo a costa de su prójimo, ni desea adquirir nada que empobrezca a otra persona».
[1] Lit.: no solo no siguió la ley del talión.
[2] Otra traducción menos literal: la disposición del corazón y la intención…
[3] Lenitas; suavidad, delicadeza, condescendencia, apacibilidad.
[4] Lit.: el tizón o brasa encendida (fomes).