Inicio » Content » LA BELLEZA EN LOS ESCRITOS DE SANTA GERTRUDIS (IV)

Jesús da su corazón a Gertrudis como una lámpara[1], grabado publicado en el libro “Vida de Santa Gertrudis Virgen”, autor anónimo, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1913.

 

Bernard Sawicki, OSB[2]

1.2. Pájaros

Otro grupo de imágenes que llena el espacio en los relatos de santa Gertrudis[3] es el de los pájaros. Seguramente habitaban el jardín de su monasterio y por eso debían serle bastante familiares. De ahí que, después de las plantas, tienen el segundo puesto entre los recursos con los que la santa trata de hacer visible la belleza. También aquí la delicadeza es esencial. El pájaro, a diferencia de la planta, es activo. Por lo tanto la interacción puede ser más intensa y el espacio es señalado y explorado en varias direcciones. La delicadeza permanece, pero la alteridad y la experiencia de la misma aumentan. Por este motivo el encuentro final trae una satisfacción mayor con relación a aquella que no tiene mucho que ver con la alteridad. Una de las imágenes preferidas con la que santa Gertrudis ama identificarse es la de la paloma. También aquí, como en el caso del árbol, se trata de un clásico simbólico bíblico. La intimidad con la cual Gertrudis usa esta imagen es muy significativa. En la introducción leemos que Gertrudis “tenía gran avidez de sumergirse en las dulzuras de la contemplación y en meditar los libros sagrados: esas páginas eran para ella panal de miel, dulce armonía, júbilo espiritual. Como la paloma que recoge el grano de trigo…”[4].

En otro pasaje Jesús mismo la llama paloma –esta vez a causa de su prontitud para evitar el pecado: “Ella es para mí una paloma sin hiel, porque evita con todo cuidado el más mínimo pecado voluntario”[5].

El otro célebre motivo del uso de esta imagen es el del escondimiento en el sagrado costado de Cristo. También esta metáfora presenta una nueva, íntima dimensión del espacio:

Gertrudis, inclinándose ante la divina condescendencia, responde: “O mi querido Señor, ¡que se cumpla en todo tu santa Voluntad!” Y Jesús: “Es justo que tú me dejes esta elección, pero si por mi amor consientes en permanecer todavía aquí en la tierra, Yo moraré en ti y te cobijaré en mi seno como la paloma en el nido, hasta cuando te lleve conmigo a las regiones luminosas de la primavera eterna”. Después de estas palabras su deseo de la muerte se aplacó: todas las veces que entraba en sí misma sentía una voz interior que le repetía este versículo: “Paloma mía en las cumbres de piedra, paloma mía en las entrañas de la roca” (Ct 2,14)[6].

Aquí la cercanía supera la alteridad. Un pajarito entra y se adapta bien a las cavidades de la roca. Encuentra protección. Esta metáfora, por un lado refleja la cercanía entre Gertrudis y Jesús, y por otro lado conviene plenamente a la metafórica bíblica. La metáfora de la roca implica una pequeña cristología, que san Benito expresa dos veces con mucha audacia en su Regla. En el Prólogo (v. 28) y en el capítulo 4 (v. 50). En esta imagen se puede ver una referencia al Salmo 137,9, pero también al Libro de los Números (20,8-11) y a la Primera Carta a los Corintios (10,4) de san Pablo. Tenemos aquí un espléndido ejemplo de la síntesis poética hecha con tanta maestría y agilidad por santa Gertrudis: se encuentran y se entrecruzan varios motivos evocados por una imagen clara y expresiva. Encontramos el eco de esta poética en la segunda antífona de las vísperas en honor de santa Gertrudis:

“Casta columba nidificans in caverna maceriae sacri lateris Iesu Cristi, mel suavissimum de petra sugebat”[7].

 

1.3. Agua

El agua aparece como otra figura de la experiencia del espacio. También esta es un símbolo importante y muy presente en la Biblia y simultáneamente continúa siendo un componente importante de los jardines, y no solo monásticos. El agua cubre, penetra la superficie de los cuerpos, baña, lava, refresca y envuelve, asumiendo variadas formas -lluvia, arroyo, fuente, cascada-. Las varias formas de la experiencia del agua expresan también la intimidad de la relación entre Gertrudis y Jesús:

Para vencer mi pusilanimidad me pareció que el Señor derramaba una lluvia torrencial en mi alma, por la que yo, vil mujercilla, abrumada con su impetuoso descenso, caí abatida como plantita tierna y frágil, incapaz de absorber aquella agua; no obstante, pude aferrar algunas palabras importantes, pero que mi inteligencia no llegaba a comprender. Más abatida aún, me preguntaba a mí misma qué quería significar aquello, cuanto tú, oh mi Jesús, con tu habitual ternura, quisiste aligerar mi peso y confortar mi espíritu diciéndome: “Ya que te parece sin provecho tan desbordante aguacero, te uniré a mi divino Corazón para derramar en ti poco a poco lo que necesitas, haciéndolo con dulzura y suavidad, según la medida de tus fuerzas”[8].

Una imagen particularmente conmovedora es la del baño. Aquí el agua asume una forma que no es natural, pero su efecto sigue siendo igualmente intenso, si no todavía más. Al mismo tiempo somos testigos de una referencia mucho más amplia a los sacramentos:

Entonces el Señor la cubrió con su propia túnica, la hizo reposar dulcemente sobre su brazo hasta que el baño estuviera listo, es decir, el momento de la confesión. Pero cuando llegó el momento, ella fue fuertemente atormentada por una viva turbación: “Señor -dijo-: tú no ignoras cuán penosa me resulta esta confesión, ¿por qué permites que sea angustiada a tal punto?”. Le respondió el buen Maestro: “Los que toman un baño, después deben someterse a enérgicos masajes para fortalecer el cuerpo; así tu alma se volverá más generosa a través de la dificultad”. Ella vio entonces a la izquierda del Señor un baño preparado, del cual salían suavísimos vapores: al mismo tiempo, el Señor le mostró a su derecha un delicioso jardín, adornado de flores fragantes, entre las cuales se distinguían magníficas rosas sin espinas, que fascinaban la mirada con sus colores difusos. El Señor invitó a Gertrudis a entrar en aquel amenísimo jardín, puesto que el baño le resultaba insoportable. “No, mi Jesús -respondió generosamente la Santa- entraré más bien sin dudar en el baño que tú has entibiado con tu soplo divino”. Y el Señor: “Sea así para tu salvación eterna”[9].

Gracias a esta imagen se delinea discretamente una relación entre el bautismo y la confesión. Vale también la pena notar el contexto del jardín adornado con muchas flores bellas. El espacio donde Gertrudis encuentra al Salvador se extiende.

Comprendió ella después que el bello jardín simbolizaba la suavidad interna de la gracia divina. En efecto la gracia, habitando en el alma fiel por medio del soplo dulce y suave del amor, expande en ella, el rocío perfumado de las lágrimas, que la vuelven blanca como la nieve y le dan una perfecta seguridad, no solo con respecto a la remisión de los pecados, sino también con respecto a la abundancia de los méritos. De esto ella sacó la conclusión de que el Señor había estado contento de ver que, por su amor, dejaba la vía fácil y dulce de las consolaciones celestiales y elegía un camino áspero y penoso.

Después de la confesión se retiró piadosamente a la capilla y sintió la presencia del amable Redentor, que le había hecho aquel acto tan difícil y doloroso. En efecto, ella había experimentado enorme dificultad para declarar faltas ligerísimas, que otros, sin ninguna turbación, se atreverían a acusarse aún en público.

Debe saberse que el alma se purifica de todos sus pecados de dos maneras: con la amargura de la penitencia y los sentimientos que esta inspira. La primera purificación está simbolizada con el baño. El alma se justifica también en el crisol del amor y los sentimientos que derivan de éste, lo que está simbolizado con un delicioso jardín.

Gertrudis se inclinó hacia la Sagrada herida de la mano izquierda de Jesús, como para gustar, después del baño, aquella quietud que acompaña la transpiración, mientras esperaba la hora de poder cumplir la penitencia impuesta por el Confesor. Como esta penitencia debía realizarla en un momento determinado por el sacerdote, ella se afligía porque tal vez no podría, antes de haberla cumplido, gozar libre y familiarmente de la presencia de su amantísimo Señor. Durante la santa Misa, cuando el celebrante levantó la Santa Hostia que cancela el pecado y reconcilia al hombre con Dios, ella se unió al divino sacrificio, presentando aquella ofrenda divina al Padre en espíritu de reparación, para obtener el perdón de todas sus culpas, y en espíritu de acción de gracias por el baño saludable de la confesión. Su ofrecimiento fue acogido y ella fue admitida al seno del Padre, océano de infinita bondad. Allí comprendió por experiencia que el Sol que nace de lo alto la había visitado realmente, con las entrañas de su misericordia y de su bondad[10].

Con estas imágenes la liturgia y los sacramentos pueden ser vistos de un modo nuevo, más fresco y sintético, recibiendo una dimensión más personal, que permite encontrar su trasfondo bíblico.

Continuará

 


[1] El grabado ilustra los siguientes textos del Legatus Divinae Pietatis: “En otra ocasión [Gertrudis] se esforzaba por pronunciar con la mayor atención las palabras y notas [del Oficio divino] y se veía dificultada con frecuencia por la fragilidad humana. Entonces se dijo a si misma con tristeza: ‘¿Qué provecho puedo sacar de tal esfuerzo con tanta inconstancia?’ No pudiendo sufrir tanta tristeza se le presentó el Señor con su Corazón divino en sus propias manos en forma de una lámpara ardiente y le dijo: ‘Mira, pongo ante los ojos de tu alma mi Corazón dulcísimo, órgano de la siempre adorable Trinidad, para que le pidas con toda confianza supla por ti misma todo lo que tú no puedes realizar; de este modo todas tus obras aparecerán ante mis ojos totalmente perfectas. Porque así como el siervo fiel  está siempre dispuesto a servir a su señor en todo lo que pueda complacerle, de igual manera mi Corazón se unirá a ti para suplir en adelante y en todo momento todas tus negligencias’” (III,25,1).

   “Cierto día que recordaba en su interior con agradecimiento tan magnífico don, preguntó anhelante al Señor (…): ‘¿Cómo puede ser, oh Dios creador de tantas maravillas, que contemple tu divino Corazón a modo de lámpara suspendida en el centro del mío aunque tan indigno por desgracia, y sin embargo cuando por tu gracia merezco acercarme a ti siento el gozo de encontrar mi corazón en el tuyo que me colma con la abundancia de todas tus delicias?’. Le responde el Señor: (…) ‘Cuando te entregas a las cosas exteriores extiendo mi Corazón hacia ti para atraerte a mí; e igualmente cuando decides recogerte en tu interior para acogerme, nuevamente recojo mi Corazón en mí mismo contigo y te ofrezco en él el gozo de todas las virtudes’” (III,26,1).

[2] Bernard Sawicki, osb, es monje de la Abadía benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, se graduó en teoría de la música y piano. Es doctor en teología. Fue abad de Tyniec entre los años 2005 y 2013. Desde 2014 es Coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.

[3] Continuamos con la publicación de la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.

[4] Legatus, I,1,2.

[5] Legatus, I,3,5.

[6] Legatus, V,23.

[7] Antifonale monasticum III, Solesmes 2007, 269: “La casta paloma que pone su nido en la caverna herida del sagrado costado de Jesucristo, de la piedra sorbe dulcísima miel.

[8] Legatus, II,10,2.

[9] Legatus, III,14,2.

[10] Legatus, III,14,4.